Reseña de Escape, de Rodrigo Cortés
Rodrigo Cortés (Buried, Concursante, Luces rojas) regresa con Escape, una comedia negra de tintes kafkianos que explora los límites de la libertad y el deseo de aislamiento. La película nos presenta a N., interpretado por un sólido Mario Casas, un hombre que, tras una tragedia personal de la que se siente responsable, decide que la única forma de escapar de las decisiones y presiones de la realidad es ingresar en prisión. Su lógica es sencilla: en la cárcel, con opciones limitadas, encontrará el refugio que anhela. Sin embargo, pronto descubre que entrar no es tan fácil como pensaba.
Adaptando la novela homónima del murciano Enrique Rubio, Cortés conserva solo la premisa inicial. «La novela era inadaptable, pero no podía dejar de pensar en ella», comenta el director. «Le pedí a Enrique que me dejara cambiarlo todo; de hecho, el personaje es otro, los que le rodean, otros, los diálogos también, pero su espíritu disruptivo y luminoso está».
En el primer tramo de la película, conocemos a N., a su hermana Abril (Anna Castillo) y al peculiar psicólogo interpretado por Willy Toledo. Este segmento tiene aroma de thriller, salpicado de momentos de comedia absurda gracias a la vis cómica de Casas y, especialmente, a las intervenciones del juez encarnado por José Sacristán, cuya presencia impone y divierte a partes iguales. Abril, incapaz de ayudar a su hermano y sobrepasada por su actitud, oscila entre la ternura y la rabia, tratando inútilmente de tenderle una mano.
El primer problema surge cuando N. finalmente logra ingresar en la cárcel. La premisa inicial se cumple, N. alcanza su objetivo, y la narrativa parece perder rumbo. La película entra en una espiral donde Cortés pisa a fondo el acelerador del absurdo, pero no siempre en beneficio de la comedia; y es que absurdo no es sinónimo de divertido. La estructura capitular refuerza esa sensación de estancamiento, recordando el laberinto burocrático y sin sentido propio de las obras de Kafka. La progresión se siente detenida, y la repetición de situaciones no ayuda a solucionar la sensación de objetivo cumplido una vez que N. entra en la cárcel. En el fondo, Escape es una película de sketches que a veces funcionan mejor y otras peor, pero que no termina de avanzar.
Dentro de la prisión, N. interactúa con personajes como el alcaide, interpretado por Juanjo Puigcorbé, que reúne todos los clichés de los guardianes carcelarios llevados al extremo de la parodia. También conoce a un recluso peculiar, encarnado por Albert Pla, que añade una nota de rareza y comedia —esta vez sí— a la trama. Aunque la intención es subvertir los tópicos de las películas carcelarias, se acusa demasiado la falta de desarrollo de los personajes y la ausencia de un arco narrativo sólido.
La dirección de Cortés es pulcra y elegante. Hay transiciones visuales ingeniosas y una fluidez narrativa que demuestran su habilidad técnica. Sin embargo, su estilo contrasta con el tono que tiene la película. Situaciones tan absurdas como las que muestra Escape piden una realización más alocada y exagerada, menos académica, que ayude a convertir lo absurdo en divertido.
En cuanto al reparto, Mario Casas ofrece una interpretación poderosa y física, sosteniendo gran parte del peso de la película. Anna Castillo aporta honestidad y vulnerabilidad como Abril, aunque su personaje merece mayor exploración. El elenco de secundarios es impresionante: con Blanca Portillo y Josep Maria Pou uniéndose a todos los que ya hemos citado. Todos aportan carisma a unos personajes que necesitan de mayor profundidad.
A medida que avanza, Escape se vuelve más oscura. El drama gana terreno y la comedia se torna más negra, pero es difícil conectar con el drama de N. debido al escaso desarrollo de su personaje. Rodrigo Cortés apuesta por un final muy anticlimático, en el que se desprende de cualquier atisbo de comedia. Una apuesta arriesgada, como toda la película, que no termina de funcionar de la manera en que debería.