Raoul Peck ha construido su carrera cinematográfica intentando entender las grietas del presente desde las heridas del pasado. El director haitiano, conocido por su potente mezcla de cine político e histórico en películas tan destacadas como I Am Not Your Negro o El joven Karl Marx, aterriza ahora en Cannes con Orwell: 2+2=5, un documental presentado en la sección Cannes Premiere..
La trayectoria de Peck está marcada por su constante empeño en señalar la conexión entre historia y actualidad, la peligrosa repetición de errores y, sobre todo, cómo el poder manipula discursos, conceptos y realidades. Esta vez se sirve de George Orwell y su profética novela 1984 para recordar algo que, en el fondo, ya sabíamos todos. Precisamente ahí está el mérito y la ironía del documental: en realidad no cuenta nada nuevo, pero su fuerza reside precisamente en mostrar cómo llevamos décadas avisados, décadas viendo señales de alarma que preferimos ignorar o minimizar.

El documental tiene un montaje brillante y maneja con destreza archivos históricos, textos originales de Orwell e imágenes del presente más inquietante. La película es una mezcla de biografía y destilación intelectual de las ideas de Orwell como eje para explicar, de manera muy didáctica, la geopolítica del último siglo. Todas las palabras que se escuchan en la película fueron escritas por Orwell, ya fuera en cartas, libros o ensayos, y están bien elegidas y narradas con una profunda e íntima gravedad por Damian Lewis. La historia de vida del autor está ingeniosamente condensada en momentos clave de despertar político. Su etapa como oficial de policía en la Birmania ocupada por los británicos (actual Myanmar, y uno de los lugares donde Peck filmó material nuevo) despertó en él una conciencia clara de la «tiranía injustificable» del imperialismo. Y como miembro de lo que él llamaba la «clase media-alta-baja» británica, comprendió el impacto de la jerarquía social en la identidad y la personalidad. También hay espacio para su paso por la BBC durante la guerra, del que dejó por escrito: «No crean que no entiendo cómo me están utilizando, pero mientras estuve aquí, considero que he logrado que nuestra propaganda sea un poco menos repugnante de lo que habría sido de otro modo». Un comentario que muchos periodistas de medios corporativos actuales podrían suscribir palabra por palabra.

De lo que no hay duda es de la contundencia del mensaje. Las reflexiones sobre la neolengua, la vigilancia masiva y el doblepensamiento no solo tienen un eco poderoso en la actualidad, sino que suenan más como un diagnóstico que como una advertencia. Esa sensación incómoda de estar viviendo dentro de una distopía, no imaginaria sino tangible, atraviesa toda la película y se instala en el espectador como un peso incómodo. Y ese malestar es el verdadero valor del documental.
El problema es precisamente que, aunque Peck lo explica con claridad casi quirúrgica, uno sale del cine con la sensación amarga de derrota. Parece evidente que estamos perdiendo la batalla contra la erosión gradual y casi imperceptible de libertades, la corrupción del lenguaje y la aceptación resignada de una verdad cada vez más moldeable. La pregunta que deja en el aire la película no podría ser más pertinente: ¿Hasta cuándo vamos a seguir permitiendo que eso ocurra?