Reseña de Alpha, de Julia Ducornau
Julia Ducournau es una de las cineastas más interesantes de su generación. Un terremoto con nombre propio. Con su debut, Crudo (2016), ganó la Semana de la Crítica de Cannes. Cinco años después, Titane le valió la mismísima Palma de Oro. Su tercera película, Alpha, llegaba al festival como una de las más esperadas… y, como era previsible, ha dividido opiniones. Lo raro sería que no lo hubiera hecho.
Alpha no es una película perfecta, está lejos de serlo, pero si entras en ella, duele, respira. Te hace sentir y tiene imágenes difíciles de olvidar por bellas, por inquietantes. Ducournau, junto a su director de fotografía habitual, Ruben Impens, y la diseñadora de producción Emmanuelle Duplay, crea un mundo distópico de colores desaturados, luz que parece polvo y paletas ásperas que huelen a óxido. Todo está hecho para perturbar, incluso cuando es bello. Es una película de Ducournau, y el horror sigue ahí —las agujas, la transformación en mármol, el deterioro físico—, pero ahora brota menos del cuerpo y más de lo que ese cuerpo arrastra: miedo, duelo, culpa, amor.

La historia gira en torno a tres personajes: Alpha, una adolescente de trece años en plena explosión hormonal; su madre, una agotada doctora que la protege con una mezcla de miedo, ternura y superstición; y su tío Amin, un adicto marcado por la culpa y el deterioro. Entre los tres forman una célula familiar frágil, pero resistente. Se cuidan, se hieren, se quieren. Y lo hacen en medio de una epidemia que transforma lentamente los cuerpos infectados en estatuas de mármol blanco, pulido y hermoso. Mueren así: convertidos en sus propios monumentos. Esa enfermedad que no se nombra, pero está en todas partes, es una alegoría del SIDA. Reconocemos el miedo, el estigma, las miradas de reojo.
Esas muertes petrificadas tienen una belleza perturbadora. Ducournau convierte lo terrible en algo visualmente sobrecogedor. Más allá de lo estético de esa muerte, las estatuas blancas y agrietadas que deja el virus son un homenaje, un monumento. Un tributo perpetuo a quienes murieron marginados, solos, silenciados. Pero en Alpha, más que de la enfermedad, se habla sobre el miedo a la enfermedad. Y sobre el amor como forma de resistencia. La duda sobre si Alpha está infectada recorre toda la película. No hay diagnóstico, solo sospechas, pánicos, síntomas que podrían ser o no. Y eso es lo más doloroso. Porque no se trata de lo que se sabe, sino de lo que se teme. Lo que se arrastra.

La madre, interpretada de forma magistral por Golshifteh Farahani, llega incluso a creer que su hija está poseída por el Viento Rojo, una superstición bereber sobre un viento que roba el alma. Médica, atea, racional… y, sin embargo, vencida por el miedo. Porque cuando el dolor no se digiere, se convierte en otra cosa. En leyenda, en superstición. Y esa es la idea sobre la que gira la película: el trauma como herencia. Como legado tóxico que pasa de generación en generación. Ducournau ha dicho que quería hablar del dolor que no se asimila, de la muerte que se convierte en tabú.
El trío protagonista está impecable. Mélissa Boros, en su debut, interpreta a Alpha con una intensidad feroz: entre la rabia y la fragilidad, la independencia y el desconcierto. Tahar Rahim, como el tío Amin, ofrece una actuación muy física. Adelgazó para el papel y aparece demacrado, nervioso, quebrado: un cuerpo en proceso de desaparición. Farahani, como la madre, es la que más duele, el personaje más desarrollado, con el que es más fácil empatizar, y ella lo aprovecha como la gran actriz que es.

La estructura es arriesgada y, debido a esos riesgos, Ducournau se topa con numerosos problemas. La película se dispersa, se enmaraña, deja tramas a medio concluir y abre puertas que no cierra. Hay dos líneas temporales separadas por ocho años que se mezclan de forma confusa. Aunque, como se dice en un momento de la película citando a Poe, es “un sueño dentro de un sueño”. Y eso la define a la perfección: no importa lo que sea verdad o imaginación, lo que importa es lo que se siente. Lo que duele. Lo que se desea.
Alpha seguramente sea la peor película de Ducournau hasta la fecha, y aun así no me atrevería a decir que es una mala película. Todo lo contrario. Mejor digamos que es «la menos buena». Y pensemos que es solo la tercera película de una cineasta excepcional explorando nuevos caminos. Yo, desde luego, pienso seguir explorando esos caminos con ella, porque hasta el momento son fascinantes.
