Reseña de Love Me Tender, de Anna Cazenave Cambet
Anna Cazenave Cambet vuelve a Cannes con Love Me Tender, presentada en Un Certain Regard, y lo hace con una película que es, a la vez, un drama judicial, un relato sobre la maternidad queer y un grito contra el sistema. Adaptación de una novela autobiográfica de Constance Debré —quien, como su alter ego en la ficción, fue abogada y lo dejó todo para escribir—, la película sigue la historia de Clémence, una mujer que pierde la custodia de su hijo tras comunicarle a su exmarido que ha empezado a salir con mujeres. A partir de ahí, empieza el infierno.
Lo mejor de Love Me Tender es fácil de señalar: Vicky Krieps. Algo que no sorprende cuando hablamos de la actriz de El hilo invisible o La emperatriz rebelde, por ejemplo. Es ella quien lleva todo el peso de la película con una mezcla de rabia contenida y vulnerabilidad que nunca se vuelve cursi. Krieps logra que empaticemos con Clémence aunque a veces no sepamos del todo lo que piensa o por qué actúa así. Es, de hecho, una de esas películas donde el rostro de la actriz vale más que cualquier línea de guion.

El otro gran acierto es que la directora no busca suavizar nada. Lo que Clémence vive es una pesadilla y Cambet decide mostrárnosla con frialdad, sin edulcorar, sin buscar atajos emocionales. No hay grandes arrebatos ni escenas lacrimógenas: hay burocracia, hay jueces, hay informes que deciden si una mujer puede ver a su hijo o no. Y hay una lesbiana enfrentándose a ese sistema que, aunque se disfrace de neutralidad, sigue funcionando con prejuicios de hace décadas. “Pánico heterosexual” lo llaman en un momento.
El guion, también firmado por la propia Cambet, que tiene momentos muy brillantes, incorpora pasajes literales del texto original como voz en off. Ese recurso ayuda a entender lo que Clémence siente sin necesidad de verbalizarlo en escena y está justificado ya que la protagonista es escritora. En el plano visual, la película también está muy cuidada, con una fotografía, de Kristy Baboul, que apuesta por planos cerrados, por rostros que sufren en silencio.
El problema, si hay que poner alguno, es que la película hereda la estructura fragmentaria del libro y eso hace que algunas tramas queden desdibujadas. Aparecen personajes o conflictos que apuntan maneras —la relación con su padre, un nuevo amor que empieza a asomar— pero que no terminan de cuajar. No sabría decir si hubiera sido mejor cortar algunos hilos o tejerlos más, porque siento que más que sobrar, hubieran enriquecido aún más una película ya de por si notable.
