Aquí adoramos a Juliette Binoche. Desde su intervención en Yo te saludo, María (1984) de Godard hasta su Penélope de El regreso de Ulises (2024), aún en salas comerciales. Cuando recibió el Oscar por El paciente inglés (1996), o la Copa Volpi por Azul (1993) de Kieslowski, o el premio a mejor interpretación en Cannes por Copia certificada (2010). Porque ha trabajado con gente de la que somos tan fans como Michael Haneke, Leos Carax, Hou Hsiao-hsien, Olivier Assayas, David Cronenberg, Claire Denis y Bruno Dumont. Y hasta consiguió sobrevivir en una película de Isabel Coixet.
En In-I in Motion debuta en la dirección de largometrajes. Se trata de un documental sobre el proceso de creación de In-I, una obra escénica que entrelaza teatro y danza, concebida e interpretada junto al coreógrafo británico de origen bangladeshí Akram Khan en 2007, y que se representó más de cien veces en escenarios de todo el mundo durante 2008. La película se extiende durante 156 minutos y ahí radica uno de sus principales problemas.

In-I in Motion se percibe, en muchos momentos, como un autorregalo. Una película sobre el proceso de creación de una obra que la propia Binoche concibió y protagonizó tiene ya algo de exhibicionismo. Convertir ese viaje en un documental de más de dos horas y media entra en el terreno del egotrip autocomplaciente con toques de narcisismo. Hubiera sido deseable una mayor economía narrativa, una mayor capacidad de síntesis que no abrumara al espectador. Un documental sobre el proceso de creación de una obra de arte de más de dos horas y media se convierte en café para los muy cafeteros.
La película se estructura en dos partes claras. La primera, la más interesante, se centra en los ensayos y la gestación de la obra. Binoche y Khan se enfrentan al reto de combinar dos lenguajes escénicos distintos —ella desde el texto y el gesto, él desde la danza y el movimiento—, asistidos por coaches y colaboradores. A través de grabaciones de archivo, capturas de ensayos, sesiones preparatorias y materiales inéditos, se exploran los cruces entre vulnerabilidad, intuición y técnica, combinando distintos formatos y texturas de la imagen. También hay reflexiones sobre lo que supone exponerse en escena, sobre la entrega emocional que exige el arte y sobre el vértigo de crear algo que no existía. Porque a Binoche no parece interesarle esta el trasfondo dramático de la obra representada, sino su proceso creativo.
La segunda parte, sin embargo, se limita a mostrar fragmentos de una representación en directo. La puesta en escena es sencilla pero funcional y efectiva y puede despertar cierta complicidad en quienes han seguido el proceso narrado previamente. No obstante, al no aportar nuevas capas de sentido ni modificar la percepción del espectador, esta parte resulta cinematográficamente menos interesante y alarga innecesariamente la duración del film.
En 2007, Juliette Binoche y Akram Khan hicieron una pausa en sus trayectorias para crear juntos una performance original que cruzaba disciplinas. Hoy, Binoche revisita aquella experiencia con mirada introspectiva. In-I in Motion es un ejercicio sincero, incluso valiente, que documenta el esfuerzo, el deseo y la transformación personal que implica crear. Pero también es un testimonio desigual, algo encerrado en sí mismo, que brilla más como documento de proceso que como película completa.