Ricardo FernándezReseña de Ungrateful Beings, de Olmo Omerzu
Olmo Omerzu lleva ya más de una década explorando los desajustes familiares y generacionales desde el cine centroeuropeo, con títulos como Family Film, que estuvo en San Sebastián en New Directors o Winter Flies. En Ungrateful Beings vuelve al terreno que mejor conoce y un punto de partida que combina drama íntimo y thriller. La película arranca con un padre divorciado (Barry Ward) que trata de reconectar con sus dos hijos en un camping del Adriático. El sol, la playa y un ambiente casi idílico se tuercen pronto: la hija adolescente, Klára, arrastra un grave problema de anorexia, el nuevo romance veraniego con un chico local parece ayudarle… hasta que un asesinato sacude la calma y convierte lo que parecía una historia de superación en un relato mucho más turbio.
La segunda mitad se desplaza a la República Checa y se ensombrece: Klára recae, los padres (Ward y Barbora Bobuľová) vuelven a unirse para sostenerla y terminan orquestando un engaño grotesco que plantea tantas dudas éticas como situaciones tragicómicas. La película se mueve así entre el drama familiar, el suspense policial y la sátira ligera, un híbrido que mantiene el interés, sobre todo por ver cómo saldrán de una situación que cada vez se enreda en límites más absurdos, en una trama que trata de explorar los límites de las mentiras bienintencionadas.
Omerzu rueda con gusto, y un cierto aroma de fórmula, las imágenes en el Adriático, los cuerpos mojados y los reflejos en el agua. Te sumerge en el ambiente veraniego e idílico. Del mismo modo, en la República Checa, las cosas parecen más grises, encorsetadas y asfixiantes. Las interpretaciones de los adultos rayan a gran altura, aunque los adolescentes, sobre todo ella, apenas se salen del cliché y la exageración, aunque quizá esa era la idea.
Lo que limita el conjunto es otra cosa: un guion que acumula giros y ocurrencias hasta rozar lo inverosímil, sin atreverse a empujar la narración hacia el disparate o la comedia negra cuando el material lo pedía. Omerzu opta por mantener la seriedad y eso deja algunos pasajes en tierra de nadie: demasiado forzados para resultar creíbles, demasiado contenidos para abrazar lo absurdo. A veces hay que pisar el acelerador sin miedo a derrapar e, incluso, hay que intentar derrapar, buscar los límites. Esta es una de esas ocasiones.
