Tori y Lokita no es una película que destaque en ningún sentido, ni para bien ni para mal. La formula de los Dardenne necesita nuevos ingredientes porque esta fórmula comienza a resultar insípìda.
La filmografía de Serra se caracteriza por ser más atmosférica que narrativa, de imágenes poderosas y ritmo lento. En Pacifiction el director catalán ha llevado al extremo el poder evocador y la belleza visual al mismo tiempo que potenciaba, en cierta manera, la narrativa. Sigue siendo un cine más mucho más evocador que discursivo, pero esta vez hay cierta trama (no me atrevería a decir que de thriller, pero algo parecido) y alguna concesión para explicarla.
Pequeños matices distinguen esta película de Kore-eda de otras películas de Kore-eda. Consiguen que, a pesar de tres décadas de carrera a sus espaldas y una obsesión casi constante por los mismos temas, la fórmula de su cine no se haya agotado todavía, que aún resulte fresco ver una película de Kore-eda y que su nombre en el cartel sea garantía de una buena sesión de cine.
Hay una conversación de Elvis sobre el viejo letrero de Hollywood, oxidado y medio deshecho en la que se hace mención a su deterioro, a que ya no brilla. En un momento en el que los fuegos artificiales de Hollywood no brillan como antes, han perdido personalidad y tienen tanto miedo a fallar, Luhrmann ha regresado con su espectáculo desacomplejado y reconocible, recordándonos que el cine de autor también es esto.
Vuelve Cronenberg. Vuelve ocho años después de su última película, Maps to the Stars y vuelve a su cine más visceral y oscuro, tras el giro que dio con una Historia de violencia y Promesas del este. Vuelve el director de la nueva carne y del transhumanismo. Vuelve, pero no vuelve igual, claro. Han pasado treinta y nueve años desde Videodromo, treinta y seris menos desde la mosca o veintiséis desde Crash, por ejemplo. Este Cronenberg no es el mismo que entonces, pero mantiene gran parte de su esencia.
Park Chan-wook no es un cineasta muy prolífico. El director de La trilogía de la venganza no había rodado ningún largometrja desde La doncella en 2016. Ahora ha regresado a Cannes con otra notable película, Decision to leave, que ojalá se vea impulsada por la moda del cine surcoreano tras el éxito de Parásitos de Bong Joon-ho y El juego del calamar.
En los años 80, Patrice Chéreau, el prestigioso director de teatro, cine y ópera, creo una escuela de interpretación en el Teatro Les Amandiers de Nanterre. Un lugar bastante alejado de las reglas, en el que se aprendía la profesión trabajando en ella de una manera alocada, alegre y extenuante. La propia Valeria Bruni Tedeschi, directora de la película, fue una de sus alumnas en la época en la que está ambientada la película (mediados de los 80) y sus propios recuerdos y experiencias forman parte de la histroria de la misma.
Cristian Mungiu ganó la palma de Oro con Cuatro meses, tres semanas, dos días en 2017. Después volvió al Festival con Más allá de las colinas en 2012 y Los exámenes en 2016, cuando ganó el premio a mejor dirección. Todas ellas películas entre interesantes y obras maestras, todas ellas fieles retratos de la sociedad rumana, del comportamiento humano. Exactamente igual que R.M.N.
Holy Spider es un thriller que sirve para ahondar en el maltrato sistemático hacia la mujer. Una fórmula, la de usar el género como herramienta de denuncia social, que cada vez está más presente. El cine como algo entretenido y, a la vez, como altavoz reivindicativo.
Una colección de buenas ideas y buenas imágenes no hace una buena película. Un buen punto de partida o una buena referencia tampoco. Da la sensación de que tras esos elementos hay una buena película pero que Skolimowski no los ha trabajado lo suficiente para encontrarla.