Reseña de la película ‘The Trip to Italy’
Viaje a Italia (The Trip to Italy) es la segunda parte de The Trip. Tanto una como la otra, muestran las peripecias de Steve Coogan y Rob Brydon, interpretándose a sí mismos, mientras recorren restaurantes para escribir unos textos gastronómicos para The Observer. Esta vez, el viaje toca en Italia. Aunque se interpreten a sí mismos, la premisa es ficticia y tal encargo también lo es. Esta ficción da lugar una serie de varios capítulos para la BBC. Cada temporada, se resume en una película.
La clave aquí es la gracia personal de ambos. Sin ser tan divertida como la primera parte, se mantiene en un nivel aceptable. Se pasan media película haciendo imitaciones (por favor, no la veáis doblada, no tendría ningún sentido). Al Pacino, Michael Caine, Robert De Niro y otros muchos. Discutiendo con malicia, aunque diría que menos que en la anterior, aquí Coogan está menos picajoso. Y mientras reímos con sus tonterías y disfrutamos de espectaculares rincones de la costa italiana, se van desgranando algunos temas importantes. Uno de los temas principales es el envejecimiento. Los protagonistas se van haciendo mayores. En cierto sentido, estas películas tienen algo en común con la saga de Antes de… de Richard Linklater. Dos personas hablando sin parar, en un escenario de viaje, solo que en vez de enamorarse, se pelean por ver quién imita mejor a Michael Caine. Como en aquellas, aquí también envejecen los personajes, aunque el salto no sea tan pronunciado y en esta entrega, la crisis de los 50 tiene mucho peso. También se habla de la familia -por cierto, el hijo de Steve Coogan no es su hijo de verdad. Otro de los temas es cómo se afronta una relación de pareja, idealmente y en la práctica. Una cuestión que sirve de cierre.
Es interesante que, formalmente, en gran parte y especialmente las escenas del restaurante, está rodada como un reality para la televisión. Si eliminamos la premisa del encargo del Observer, podría parecer un reality gastronómico, en el que tenemos a estos dos actores bien conocidos en Gran Bretaña, disfrutando de diversos menús mientras hacen un poco el indio. La impresión constante es que hay cierta improvisación y que la cámara de Winterbottom simplemente se limita a captar los momentos. Esta sensación, que aporta una frescura imprescindible a esta serie, está como digo propiciada por la manera en la que se ha rodado, pero no nos engañemos, no sería lo mismo si no los actores protagonistas no se interpretaran a sí mismos. Veamos otros casos.
Otros personajes reales
En A Cock and Bull Story, precisamente de este combo: Winterbottom dirigiendo y protagonizada por Brydon y Coogan. Sí, ya lo habían hecho antes. Se trata de la adaptación de Vida y opiniones del caballero Tristam Shandy de Laurece Sterne, una novela muy complicada de adaptar. Y cuando digo que se trata de ello, me refiero a que ese es el argumento, la adaptación en sí misma. En el fondo, Winterbottom usa el mismo recurso que después le servirá en The Trip, hablar de la vida de los dos actores, mostrar su carácter, y hacernos preguntarnos continuamente hasta que punto lo que vemos es cierto o no. Poco, ya os lo digo, pero eso da igual, lo importante es que nos lo preguntemos. Un juego mucho más rocambolesco que el de The Trip, pero al mismo tiempo, con la misma sensación de frescura y de realismo.
Como guionista, Charlie Kaufman tiene dos ejemplos complementarios. El primero es Cómo ser John Malkovich. El título ya nos lo deja claro. Pero a pesar de que el actor es el centro de la historia, es todo tan fantástico y disparatado que el recurso no pasa de ser anecdótico. Funciona mejor en la siguiente película de Kaufman, El ladrón de orquídeas, donde, para empezar se apoya en la anterior, con imágenes de los actores en el rodaje. El truco aquí es distinto, pues aunque la película trata sobre el propio Kaufman, está interpretado por el genial Nicolas Cage. Sin embargo, la duda es constante sobre cuánto de lo que estamos viendo es real -aunque sea ficcionado, en este caso.
Pero este recurso no solo sirve para el humor y para la frescura, puede ser usado incluso dentro del terror. Al menos pudo hacerlo un maestro como Wes Craven, en New Nightmare, el intento de darle una vuelta de tuerca a la saga de Freddy, ya en la séptima entrega. El giro de la saga es muy interesante porque aquí los actores, empezando por el terrible Robert Englund, se interpretan a sí mismos rodando una nueva entrega. Será desde la magia de la ficción y no desde el mundo de los sueños, de donde vendrá esta vez el mal. Brillante idea la de sustituir sueño por ficción, que sirve además para sacarle todo el partido a la dualidad actor-personaje. Además, la película incluye su propio fenómeno fan.
Uno de los experimentos más interesantes, en cuanto a transmedia, es el que llevó a cabo Joaquin Phoenix a las órdenes de Casey Affleck en I’m Still Here. Aquí se cuenta su amago de dejar su carrera de actor y meterse a rapero. Lo curioso del formato es que primero vimos en los medios la transformación de Phoenix. Primero crearon el engaño, que tuvo repercusión mediática y después lo documentaron como real. Se puede decir que vimos un falso documental sobre algo que sí había ocurrido. Algo como un documental basado en hechos ficcionados. Crearon el personaje en el mundo real.
Algo de eso hay también en Hannah Montana, mi ejemplo favorito pues explica muy bien la relación que tienen con la ficción las nuevas generaciones que han crecido entre realities. En la serie, Miley Cyrus se interpreta así misma y al mismo tiempo a la estrella Hannah Montana. Paradójicamente, la segunda es un personaje más real, pues es un producto musical creado por la Disney que lo mismo le sirve para existir en la serie que en los escenarios del mundo real.
Aunque quizá, el ejemplo más loco que recuerdo es Domino, un supuesto thriller de acción donde dos de los actores de Sensación de vivir, Brian Austin Green y Ian Ziering, se autoparodiaban.