Crónica del concierto de King Khan en el Dabadaba
No se me ocurre un lugar mejor para que toquen King Khan y sus Shrines que el Dabadaba. No es que sea la mejor sala del mundo, o la de mejor sonido, o el escenario sea especialmente vistoso… pero es que, además de ser un lugar que está empapado de la pasión por la música de su gente, se llama Dabadaba, y Dabadaba es algo que pega a la música de King Khan. Una música que tiene ecos al yé-yé, al surf californiano, al swing, a Motown, al funk salvaje de James Brown… todo pasado por un filtro de poderoso y musculoso garage, de ese garage que suena como tiene que sonar el garage: sucio, pero de ese sucio que brilla, que gusta, que no esconde ruido.
De todas formas la mayor característica de la música, y del espectaculo, de King Khan es la diversión. La diversión de sus letras, de sus ropas, de su actitud, de su manera de interpretar. Un concierto es una fiesta, una borrachera llena de música, bailes, risas y locura. Y talento. Porque esa el la otra característica de King Khan y los Shrines, que desbordan talento. No es gente haciendo el ganso sobre un escenario, o no son sólo eso. Son unos músicos extraodinarios que suenan empastados, que tiran unos de otros, que transmiten la diversión que sienten y que nunca pierden el control musical de la situación.
Ocho músicazos en un abarrotado escenario -trompeta, saxo, saxo barítono, percusionista, batería, teclista, guitarra y bajo- acompañando al frontman que también suele empuñar la guitarra. Intercambian posiciones e instrumentos, bailan, se mezclan con el público y, sobre todo, mantienen siempre el listón arriba desde el primer al último tema. Sin sonar lineales, surfeando de un estilo a otro e imprimiéndole siempre su personalidad, alternando ritmos y tempos, pero siempre con intensidad, pasión y diversión. Los temas de Idle no more (2013) y What Is? (2007) forman el grueso del repertorio del concierto.
El público -buena entrada aunque se trate de un lunes- se divierte, baila, aplaude y grita. Una espontanea sube al escenario a bailar, otros ayudan al teclista a desembarullar el lío de cables que ha montado al bajar del escenario con el teclado sobre la cabeza. King Khan cambia de atuendo dos veces. Al primer traje -parece sacado de una tienda cutre de alquiler de hace tres décadas- que ha combinado con una camisa imposible, le sustituye una malla negra ajustada que no deja nada a la imaginación (los agujeros en las nalgas ayudan a ello) pero que es recatada comparado con el look de calzoncillos -con pompón en la parte delantera- más capa que utiliza para los bises. Todo en ellos es una declaración de principios: sé tú mismo y pásatelo bien.
Una intensa noche que acaba entre sonidos psicodélicos, de manera algo confusa, dejando al público con ganas de más tras hora y media. Da igual que su show sea similar a otros anteriores que le hemos visto, da igual que esa hora y media no haya tenido momentos bajos, da igual que al día siguiente la mayoría tuviésemos que trabajar. Nadie quiere que se acabe la fiesta y un concierto de King Khan es una fiesta.
Fecha: 10 de octubre – Lugar: Dabadaba – Asistencia: alrededor de 100 personas