Si Los Mercenarios une con nostalgia a todos los héroes de acción de ayer, Fast & Furious se ha convertido en lo mismo pero con los actuales, que es mucho más meritorio. Vin Diesel y Dwayne Johnson son los nuevos Schwarzenegger y Stallone -en un tiempo que no es propicio para este tipo de héroe de acción, todo hay que decirlo. Michelle Rodríguez, una heroína cada vez más en alza. Y por supuesto, Jason Statham, que es tan importante que está en esta saga y también en Los mercenarios. Papelito para Kurt Russell, que está en un momento dulce. No despreciemos a Luke Evans, que también está haciendo cositas (y ha trabajado con Paul WS Anderson, lo que le da caché). Y en cada entrega añadimos a alguien más al equipo. La nueva adquisición de Charlize Theron, recién convertida en icono de acción en Mad Max, es muy pertinente, aunque el personaje no sea una maravilla.
Como decía, Fast & Furious se está convirtiendo en eso. Porque antes era otra cosa bien distinta. Cuando empezó era una historia de mecánicos amantes del tuning que robaban coches y organizaban carreras ilegales. Muy callejera, muy del barrio. La saga ha tenido que convivir con las contradicciones de convertirse en un producto tipo 007. A las alturas en las que estamos, ya no se molestan en buscar argucias para involucrar coches en las misiones y justificar así el equipo. En algún punto indeterminado de la quinta entrega, Toretto se ha convertido en un agente internacional imbatible, un Ethan Hunt, y su equipo de tiraos son ahora hackers de élite y un tiradores de primera. Ya da igual, lo aceptamos y seguimos adelante. El guionista -sorpredentemente es trabajo de una sola persona, Chris Morgan– bromea con coches de lujo sobre el hielo, y a disfrutar. Pero algo queda de la esencia, y lo vemos en la escena de introducción.
Dentro música:
La primera escena tiene una doble función. Por un lado, es una potente intro de circo y acción, al estilo 007, y por otro, es un guiño a los seguidores, y a la esencia inicial de la saga, la de las cuatro primeras entregas. Cuba. Suena Pitbull. Diesel se luce con unas frases en español. Planos gratuitos de culos de cubanas con minipantalón. Una carrera por honor de machito. Un pivón dará la salida. Todo grotesco, todo con sabor a reggaetón, a hip hop latino. Y Vin Diesel destrozando un viejo coche humilde con sus propias manos para convertirlo en un bólido, a base de nitro. Eso mismo es lo que han hecho los guionistas con la saga. Destrozar la carrocería, dejar solo el motor y meterle una buena dosis de esteroides. La carrera es tan hilarante que es uno de los momentos más divertidos de la película. La película empieza a todo gas.
Después, según avanza, se va normalizando. No olvidemos que, aunque no lo parezca en algunos momentos, esto es una superproducción de éxito. Tiene que mantener cierto equilibrio para llegar a todos los públicos. No es suficiente con lanzar disparate tras disparate. El desarrollo de thriller de acción me interesa menos que el costumbrismo tuning. También tiene algunos momentos de humor claramente voluntario, que me sobra, como el de Johnson entrenando al equipo de su hija mientras acepta una misión internacional, o todo lo relativo al terrible personaje secundario gracioso de Tyrese Gibson. Es mucho más divertido el humor derivado del desbarre fantasma, que nunca se sabe hasta qué punto es humor voluntario. Lo que no pierde en ningún momento es el ritmo, y toda la acción está rodada con mucha solvencia, no sé si por su director, F. Gary Gray, o por el profesional equipo de la segunda unidad. En cualquier caso, es un acierto contar con el director de The Italian Job, cuando Fast Five ya fue un remake encubierto de aquella. Por cierto, recordemos que en aquella película también estaba Charlize.
Cuando parece que vas a ver una rutinaria escena de acción sobre ruedas en las calles de Nueva York, los guionistas se sacan de la manga un concepto brillante: el ataque de los coches zombi. Una premisa a la altura de Shakrnado pero que está convenientemente justificada y además habla del tema de moda, los coches autónomos, que ya aparecían como “enemigo” en Logan. Obviamente, no hay nada más terrible que un coche sin conductor para un amante de la cultura tuning y las carreras. Y consigue traer a la saga uno de los elementos más de moda: los zombies. La imagen es reconocible e impactante. La secuencia de acción final, también amaga con ser algo rutinario pero Chris Morgan tiene un as en la manga: carrera entre coches y submarino. En el hielo es posible. Pero no es suficiente: al mismo tiempo tenemos a Statham dando mamporros en un avión con un bebé. ¿Quién da más?
Esta entrega no es tan buena como la anterior, de James Wan. No tiene tanta energía y no está tan bien conjugado el tono callejero con la acción internacional -una combinación que de entrada me parece imposible. Pero sigue teniendo esos mimbres. Como en la anterior, el hilo dramático es el de una película de pandilleros. Spoilers. Toretto tiene un hijo que no conocía con una mujer anterior, y para defenderlo debe abandonar su banda. También deja a su mujer latina por la rubia despampanante, que es una zorra despiadada. Traición para defender a la familia -seña de identidad de la saga. Todo esto podría desarrollarse en un barrio de Los Angeles y argumentalmente, apenas se resentiría. Pero la locura de esta mezcla imposible nos lleva por el mundo a submarinos nucleares y armas electrónicas.
Que siga la fiesta. Pa’ lante. Pa’ mi gente.