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F9 estaba tan pasada de vueltas que optó por la autoconsciencia. Se hacían bromas acerca de la aparente invulnerabilidad del equipo que sobrevivía a situaciones absurdamente peligrosas. Las hazañas de la familia Fast hacen que las misiones de Ethan Hunt sean posibles. De lo que fue una banda tuning de barrio en la primera entrega, ladrones al estilo de los surfistas de Le llaman Bodhi, se pasó a un equipo de élite internacional capaz de enfrentarse a los retos más imposibles. Ocurrió especialmente a partir de la quinta entrega, que cambió el estilo de la serie, pero ha ido creciendo con un más difícil todavía hasta que en la novena entrega se llega a conducir en órbita por el espacio. Así como lo cuento. Ese nivel de delirio, acompañado de fabulosas acrobacias con el coche que desafían notablemente varias leyes de la física, solo dejó lugar a asumirlo todo como una broma. El nuevo guionista, Daniel Casey, que también dirigió la película, optó por ir más lejos que nadie al tiempo que asumió que no podía tomárselo en serio.

Era absolutamente imposible continuar con un crescendo, a no ser que hubieran entrado en juego los viajes en el tiempo. Así que con la décima entrega parece que han decidido prudentemente dar marcha atrás. Tampoco es que se hayan vuelto realistas, seguimos viendo carambolas absolutamente inconcebibles, pero no hay ninguna locura que supere a la anterior. Esta vez no hay un más difícil todavía. Tampoco parecen los personajes tan invulnerables a las balas. Y desde luego, el tono de autoparodia ha bajado. Si la hay -y a veces la hay- es involuntaria. Desde la tercera entrega hasta la octava, Chris Morgan se había encargado en solitario del guión, haciendo equilibrios imposible entre una trama de superagentes y mećanicos de barrio con pasión por el tuning y la familia. No lo hacía mal, afrontando el cambio de dimensión y ofreciendo un poco más en cada ocasión. En la novena entrega entró Casey y quiso dar un volantazo. Quizá no se lo tomó todo lo en serio que pretendían sus productores, con Vin Diesel a la cabeza. Sobre todo porque situaba a la saga en un callejón sin salida y da demasiado dinero como para echar el freno.

Es cierto que desde Furious 7 -la dirigida por el mejor director, James Wan- la recaudación ha ido frenando. También es verdad que la anterior entrega se estrenó aún en pandemia. En cualquier caso, lo cierto es que Fast X es con diferencia la película más cara de la franquicia. Ha costado 340 millones, 100 más que la anterior más cara (la 8) y eso la coloca en estos momentos como la octava película más cara de la historia. Es una apuesta muy firme y se entiende que se pretenda una continuidad y bajar el tono de broma. Además, esta es la primera vez que la historia no termina, es como un primer volumen que deja todo esperando con el motor en marcha. Este recurso rara vez funciona artísticamente. Solo cuando hay un díptico con estilos bien diferenciados, como en Kill Bill (que además tiene un cliffhanger delicioso) o Nymphomaniac. Pero en este caso como en la reciente adaptación de Dune, es solo un frenazo brusco en la narración.

Justin Lin tomó inicialmente las riendas de la dirección. Es la persona que más entregas ha dirigido. Pero finalmente, Louis Leterrier (Transporter 2) se ha encargado de conducirla y también la próxima (la continuación, en realidad), con bastante buenos resultados. No es que sea un director que nos vaya a deslumbrar pero tiene mano para la acción y se muestra jugón toda la película con planos resultones. Sobre todo, ofrece un buen acabado, una factura profesional para una sesión de acción y música. En este sentido es un acierto el cambio. Lin que ya había participado en el guión de la 9 junto a Casey, vuelve a repetir junto a Dan Mazeau. Devuelven la franquicia al carril dentro de cierta cordura -poca- pero aunque sea para coger impulso es inevitable sentirlo como un paso atrás. 

Que no se me entienda mal, Fast X sigue siendo un disparate. La secuencia de Roma es trepidante, quizá lo más destacable de la película, con un desenlace tan loco que solo se puede aplaudir. Una gran bola de metal en llamas con una bomba en su interior en camino al Vaticano, con la que Toretto juega su particular partidillo. Genial. Salvar al Papa es el máximo para quien reza en la mesa de la barbacoa. Además, supone un homenaje a la carrera con caja fuerte de Fast Five que con cierta gracia aparece dentro de la propia trama como homenaje de uno de los personajes. No funciona tan bien la intro a modo de revisión de lo ya visto. Uno espera una introducción nueva y contundente. El juego con los helicópteros hacia el final también es bastante disparatado, eso está bien, aunque recuerda demasiado a la secuencia de la autopista canaria de la sexta entrega. Parece que las ideas se estuvieran agotando.

Lo que también sigue siendo de locos es ese contexto hipertecnológico, como el cirujano robot o la mazmorra futurista. El entorno visual del centro de mandos del jefazo, las hazañas hacker. Todo es un disparate sin pudor que siempre es bienvenido. Además, hay cierta lectura ludita de reivindicación del valor humano frente a la máquina, tan propia de los tiempos convulsos que vivimos ante los avances de la IA. Mientras las criptomonedas se van revelando como la estafa piramidal a la que han ido derivando, en la película vemos el valor de llevar los billetes en efectivo encima frente al dinero digital. La idea de los agentes que se quedan obsoletos frente a la tecnología, que nos lleva de nuevo a Top Gun Maverick, como ya comenté en Guardianes de la Galaxia 3. El valor del individuo frente al sistema, el toque humano ante la automatización siempre ha sido muy bienvenida en Hollywood, pero ahora está más de moda que nunca. Y precisamente en un entorno que se centra en el mundo del tuning, la resistencia es mucho mayor. Ante los coches automáticos -que no acaban de llegar- un buen coche con cambio manual y una bombona de nitro para accionar en el momento en el que la intuición humana lo pide. Entre mecánicos que se llenan de grasa y que son una representación de la era de la industria del automóvil, la digitalización es el máximo enemigo posible.

Ante esta deshumanización galopante representada por la tecnología, la respuesta es la familia, que arranca desde la primera entrega y va tomando una importancia más explícita cada vez. Entiéndase familia como algo más allá de los lazos biológicos, por supuesto. Comunidad. Es una respuesta en tonos conservadores, con ecos religiosos y con un esquema tradicional de la familia. Al menos , lo heteronormativo de esta comunidad se compensa un poco con la diversidad racial. La cuestión de la familia viene siendo vertebral en el argumento, y el objetivo principal de Toretto -y ahora de su pareja Letty (Michelle Rodríguez)- es proteger a los suyos. Valores humanos dentro de un sistema ultraliberal. Pero en esta entrega, en la que se pronuncia la palabra “familia” en castellano a los 10 minutos, se pisa el acelerador de la familia con un antagonista que tiene como principal motivación haber perdido a su padre y que es incapaz de generar lealtades entre sus colaboradores, a los que controla mediante la amenaza a sus seres queridos. Está solo en el mundo, esa es su debilidad y su fortaleza. Esa es su forma de confrontar con Toretto. La familia vs la antifamilia. Una némesis que es uno de los mayores aciertos de la película, con un Jason Momoa que se lo pasa pipa siendo un burlón cruel con estilo.

Hace ya un tiempo que la franquicia se está avengerizando, con los problemas que eso conlleva. El villano de cada entrega, normalmente un papel que se reserva para algún intérprete carismático, termina en las secuelas colaborando con la familia en Fast, de buena o de mala gana. Esto hace que se hayan acumulado una cantidad considerable de nombres de primera fila de la taquilla. Además del núcleo central, que ya de por sí es un grupo considerable con algunas estrellas, tenemos a Dwayne Johnson, Charlize Theron, Jason Statham, John Cena y Helen Mirren, nada menos. Por supuesto, todos ellos deben tener su momento estelar y eso lleva a la fragmentación y a que los arcos dramáticos pierdan intensidad. De hecho, el propio grupo central está algo desplazado frente a nombres con más tirón que ellos. Por esta razón y quizá también por la autoría difusa desde que Morgan salió de la saga, además de por la costumbre de Diesel de pedir a otros colaboradores que le construyan escenas de acción específicas, la película termina derrapando y se convierte en una sucesión de momentos secuencias inconexas, como las pantallas de un videojuego. Eso sí, todo cohesionado con una banda sonora de canciones calentitas que dan ganas de ver la peli de pié. Hay una concesión a las carreras callejeras con sus correspondientes planos de culos -pero culos empoderados esta vez- aunque sabe a poco, no deja de ser un trámite. Tanto defender la familia y un estilo de vida para que finalmente la estandarización empiece a ganar la carrera. Veremos, aún no se ha dicho la última palabra y sería un error subestimar a Toretto, al menos mientras siga manteniendo su coche.

Fast & Furious X

Media Flipesci:
6
Título original:
Director:
Louis Leterrier
Actores:
Vin Diesel, Michelle Rodriguez, Jason Statham, Jordana Brewster, Tyrese Gibson, Ludacris, Nathalie Emmanuel
Fecha de estreno:
19/05/2023