Este es el segundo capítulo de una serie sobre el miedo a la tecnología en la ciencia ficción. Un repaso en un momento especialmente delicado por el impacto de la inteligencia artificial que muchos expertos han pedido que sea pausada. El anterior capítulo estaba dedicado a la revolución industrial a través de la obra de Mary Shelley. Haré algunas referencias a lo comentado ahí. En esta ocasión hablaremos de la etapa de desindustrialización americana y su choque con la automatización, fijándonos especialmente en las dos películas de la época, las más importantes sobre cyborgs: Terminator y Robocop.

James Cameron se despierta sudoroso en un hotel italiano de mala muerte. Está allí por la posproducción de Piraña 2, su primer trabajo, del que le despediría el productor italiano, aunque mantendría a Cameron en los créditos porque necesitaba un nombre americano. Cameron está en la ruina. Desanimado y enfermo. Tocando fondo. Está febril y ha tenido una pesadilla horrible. Un cyborg de esqueleto cromado emergiendo de una bola de fuego. Después se arrastra por el suelo con un cuchillo de cocina persiguiéndole. Cameron se levanta y se pone a dibujar lo que ha soñado. Nunca antes se ha hecho algo así.

Así surge la idea de Terminator (1984), y quizá esa sea su característica más expresiva: es una pesadilla. Puro cine de terror. Después, la secuela, manteniendo la idea central, tendría un tono más centrado en la acción pero la primera entrega se siente como una pesadilla. Dejando por un momento a un lado toda la trama futurista y de paradojas temporales, reduciéndolo a su esencia dramática, podríamos resumirla como “la muerte viene a por ti”. Pero es algo más que cualquier película de asesino psicópata. En la eficacia inexorable de la máquina que avanza sin prisa hay una escalofriante relación con la muerte: llegará más tarde o más temprano pero nunca se rendirá, solo es cuestión de tiempo. Puedes correr pero no esconderte.

Un terror que décadas después desarrollaría It follows. Da igual cuánto te alejes o dónde quieras esconderte, eso te sigue, caminando, sin prisa, y en algún momento, cuando desfallezcas, cuando te pares demasiado, terminará atrapándote. Una huida constante y angustiosa, con la convicción de que el fin está ahí, detrás de ti, aunque no lo veas. Ni siquiera es necesario que tenga una imagen definida. Una de las cuestiones más aterradoras de It Follows es que el mal va cambiando de imagen y es imposible reconocerlo. Lo mismo ocurre en la secuela de Terminator, en la que el nuevo asesino es capaz de cambiar de forma, no pudiendo estar tranquilo en ningún momento.La muerte acecha siempre y aunque intentemos no pensar en ella, es una realidad latente.

Hablábamos de la muerte que acecha en la anterior entrega de esta serie, porque es así como Mary Shelley dibuja a la criatura de Frankenstein. No corre pero te encontrará. En tu cama, en los Alpes. Donde sea. Y quizá por el camino se lleve a tu familia, como ocurre en la novela y también en Terminator 2. Es la muerte misma, la que rodeó a Shelley y la que acechaba en la pesadilla de Cameron. Pero también es el avance de la tecnología. Imparable, lento pero decidido, sin importar lo que destrocen en su camino. Cameron tuvo esa visión en un sueño febril en un cuchitril italiano, igual que Shelley imaginó a la criatura en una fría noche sin verano en Suiza. Dos pesadillas de muerte en un tiempo de incertidumbres tecnológicas separadas por 165 años. El tipo de angustia que pueden crear las disrupciones tecnológicas, el futuro que llega sin avisar y no solo deja obsoleta a la tecnología anterior sino a nosotros obsoletos con ella también.

La desindustrialización

Una de las características estéticas de Terminator es el paisaje industrial. Bien es verdad que es algo que podría extenderse a la filmografía de Cameron, muy dado a la contundencia de la maquinaria pesada. En las dos primeras entregas de Terminator -las de Cameron- está especialmente presente la industria. Las fábricas se muestran bastante solitarias, destacando así su decadencia. Es la tecnología que empieza a ser obsoleta frente a la tecnología del futuro.

En 1984, cuando se estrenó la primera entrega, Estados Unidos estaba sumido de lleno en una fase de desindustrialización, que se mantendría en la siguiente década, cuando se estrenó la segunda. Se debía a varias cuestiones, probablemente la más importante era la transferencia del trabajo al extranjero pero otra de las razones era la automatización. El uso de robots facilitaba la producción y se requerían menos fábricas y, desde luego, menos mano de obra. Esto fue provocando una crisis importante en el sector. Así que es fácil ver una metáfora cuando un “robot” venido del futuro es enfrentado en una vieja fábrica usando la maquinaria obsoleta para destruirlo. Casi no es ni metáfora. La amenaza de la automatización. 

«Corre Sarah Connor, te persigue el cyborg» – Ojete Calor

1984, año de connotaciones distópicas, probablemente es el núcleo de lo que hoy entendemos por “los 80”. El año no solo de Terminator, sino también de otra pesadilla terrorífica de los suburbios de la era Reagan, Pesadilla en Elm Street. Caramelitos pop ochenteros como Karate Kid, El Templo Maldito o Los cazafantasmas abrazan de lleno una época que la reciente Air ha querido retratar con una cierta nostalgia al estilo de “Yo fui a EGB” situándose también en ese año. Y sobre todo, en 1984 Apple lanza Macintosh, con ese anuncio memorable de la Super Bowl, rodado por Ridley Scott, inspirado en Orwell, y que se centra en una tecnología rupturista en contraposición a la tecnología del pasado. Las nuevas máquinas eran el futuro contra la gris industria que ya forma parte del pasado.

Y hay otra cosa que apareció en 1984. Durante la campaña electoral de ese año, en una declaración hecha en una reunión de trabajadores siderúrgicos en Cleveland, el candidato presidencial demócrata Walter Mondale da origen a un término del que todavía se sigue hablando: Rust Belt.

Rust Belt, las ruinas del siglo XX

Terminator está ambientada en Los Ángeles que no es precisamente un símbolo de la industrialización del país. Seguramente por comodidad para rodar cerca de casa una producción de bajo presupuesto y porque también tiene un componente urbano importante. Para representar la industria pesada que aparece en la película sería más interesante el Rust Belt (el cinturón del óxido). Como ya sabréis, porque fue muy nombrado a cuenta del supuesto factor de éxito de Trump, el Rust Belt es una región en los Estados Unidos que solía ser un importante centro industrial, pero que ha experimentado un declive económico desde la década de 1970. La zona abarca principalmente los estados del noreste y medio oeste del país. En este sentido, es más interesante Robocop (1987) que está ambientada en Detroit. El término «rust» (óxido) se refiere al abandono y deterioro de las antiguas fábricas y la maquinaria en desuso.

Una característica estética del Romanticismo -volvemos a la época de Frankenstein– era su gusto por las ruinas, por esa evocación de otro tiempo que ya no existía. Muchas pinturas de la época nos muestran edificaciones antiguas que ya solo eran un reflejo de lo que fueron. A su manera, estas fábricas de la desindustrialización son ruinas románticas. Los viejos castillos ruinosos de los cuentos góticos dejan paso a estas fábricas. Aquí también será el lugar para enfrentarse al monstruo. Ese gusto por las ruinas define bien una época de cambios drásticos, donde la tecnología y la arquitectura del pasado deja paso a la nueva, dejando cadáveres arquitectónicos abandonados por el camino. También cierta añoranza a lo conocido en un momento de cambio. A principios del XIX y en los años 80.

Las ruinas de Hadleigh Castle por John Constable. The Mouth of the Thames–Morning after a Stormy Night, 1828-29
Las ruinas de la industria de Detroit por Paul Verhoeven. Robocop (1987)

El guión de Robocop tenía una nota escrita al principio de la primera página. Decía lo siguiente: El futuro dejó atrás a Detroit. En palabras del propio guionista, Ed Neumeirer, Robocop es “una metáfora del declive industrial en EEUU”. “La razón por la cual Detroit es importante es porque está enfrentando una plaga económica que se puede imaginar ocurriendo en muchos lugares”. Es por esta razón que el paisaje industrial de Robocop tiene una importancia vertebral en la estética de la película, mucho más que en Terminator. Verhoeven llena de óxido el plano para plasmar visualmente la idea.

Las ruinas románticas de los 80

De fondo, Neumeirer nos cuenta la decadencia de Detroit, el crimen, el paro, la pobreza. Y las huelgas. Los policías de Detroit pelean contra la privatización del cuerpo. Dos de las grandes amenazas de la crisis -falta la externalización al extranjero- quedan expuestas en la película. En primer lugar, la desregularización que permite a las grandes corporaciones tomar el control, privatizar los servicios públicos y gentrificar la ciudad. Por otro lado, la llegada de la automatización, y en ese sentido, la aparición del nuevo policía cyborg, propiedad de la OCP, es acogido con recelo por sus compañeros, como una criatura de Frankenstein a la que hay que temer. Vuelve el espíritu de los luditas, protestando en las calles, unidos, y despreciando a las máquinas. De hecho, Verhoeven ya había tratado los efectos sociales de la revolución industrial en Keetje Tippel.

En la Historia todo se repite pero nada es igual. Si bien todo puede rimar perfectamente con las reacciones de la revolución industrial, hay que tener en cuenta que han pasado casi dos siglos desde entonces y que la sociedad ha asumido cierto grado de automatización. Henry Ford era de Detroit y allí fundó su primera empresa. Es conocida su idea de mejorar las condiciones de los trabajadores, no por justicia sino por una cuestión puramente práctica, mantener el sistema funcionando, o dicho en palabras más concretas, que sus empleados pudieran comprar sus coches. También era medio nazi, pero eso es otra historia.

El caso es que con esta mentalidad, y tras la segunda guerra mundial, parecía que se empezaba a llegar a un entendimiento entre la tecnología y los obreros, y que la guerra entre humanos y máquinas por fin llegaba al final, o por lo que se ha visto después, a una tregua. Una etapa de Estados Unidos que es reivindicada, de forma distinta, tanto por la izquierda como por la derecha. También la añoran los creadores de la citada Air y que pretenden no solo reivindicar con su película sino también con su fórmula más equitativa de reparto de beneficios en su nueva productora Artists Equity. Hoy estamos viviendo una época muy diferente y por supuesto, también se percibe en las películas.

El humano se había acostumbrado a la máquina y se había llegado a un acuerdo razonable. Pero la tregua había terminado. Toda la corrección de rentas que había supuesto la postguerra y la apuesta por el estado del bienestar, se va al garete a finales de los años 70, y se puede percibir de una manera muy clara a mediados de los 80, como podemos ver en el gráfico de abajo que muestra la porción de la tarta que se han llevado los ricos a lo largo de los años. De acuerdo que no habría sido posible sin la desregulación de Thatcher y Reagan (claramente criticado en Robocop), pero también era necesaria esta tecnología del futuro que venía a desplazar a una industria asentada en el fordismo.

Robocop, especialmente según avanza la película, se va definiendo como mitad máquina, mitad humano. En realidad, ese es el arco del personaje, que termina cerrándose con esa gran frase final en el que reafirma su identidad personal al tiempo que toma partido por la justicia social. Robocop es así el humano que ha sido capaz de convivir con la máquina, manejarla con acierto. Los obreros de Detroit no habían estado trabajando solo con sus propias manos, la vieja maquinaria ya estaba ahí. Los verdaderos monstruos en Robocop, las criaturas de Frankestein, son los robots 100% deshumanizados. Es la automatización que ya no necesita al humano ni siquiera en parte. Es el robot que funciona a veces, quizá de forma suficiente para sus dueños, pero que comete “errores” trágicos, ya desde la provocadora primera escena, que para un humano sería signo de psicopatía.

ChatGPT

Como ChatGPT, que es muy útil pero de vez en cuando comete errores absurdos, imposibles en una persona. Aún así, puede que termine sustituyéndonos por completo en algunos ámbitos, especialmente desde la introducción de plugins a GPT-4. El robot malvado de Robocop es también la deshumanización de las grandes corporaciones y sus juntas de accionistas, donde cada vez tiene menos relevancia la relación entre personas. Robocop es una película muy cyberpunk, mucho más que Terminator, y por eso toma esas ideas políticas del poder de las megacorporaciones y la privatiación extrema.

Los años 80 ya no es como el principio del XIX. No es el comienzo de todo. Robocop muestra esa nueva vuelta de tuerca tecnológica. De unas máquinas que potenciaban la productividad humana a otras que la suprimen por completo. Ya no solo eliminan los trabajos pesados y mecánicos, la informatización hace innecesarios muchos empleos de organización. Esto, que ya estaba asomando entonces con la revolución digital, es ahora un problema mucho más grave, cuando estamos viendo cómo los nuevos grandes modelos de lenguaje son capaces de sustituir habilidades intelectuales que considerábamos muy humanas. Escribir, traducir, comprender, programar, dibujar, resolver… Muchas de las distopías mostradas en Robocop se han ido haciendo realidad, como explicaba Neumeirer con una mezcla de orgullo de guionista y terror de ciudadano, y ahora estamos atisbando una de las que faltaba: el reemplazo completo del ser humano en muchos campos.

Terminator 2: Silicon Valley

En los 90 el conflicto no hace más que agravarse. La tecnología digital sigue asentándose con fuerza y la vieja tecnología va quedándose aún más atrás. Esto se puede observar incluso en la propia producción de las dos entregas de Terminator. Si en la primera los efectos especiales eran totalmente analógicos -y bastante baratos, además- en la segunda entrega Cameron se apoya en la nueva tecnología digital, como ha sido habitual en su filmografía, y recupera la técnica que pidió crear para el agua con vida de The Abyss, aprovechándola para el metal líquido de su nuevo villano, el T-1000. Pero no solo hay una diferencia entre los efectos especiales, el cambio más substancial es la posición del personaje de Schwarzenegger, de villano a salvador. Es más que probable que esto se deba a su posición de estrella indiscutible en Hollywood pero además nos lleva a una posición más interesante, en la línea de lo comentado en Robocop.

Tecnología analógica vs tecnología digital

El T-800 es ya un modelo viejo, casi obsoleto, completamente reemplazado por el nuevo modelo, T-1000, mucho más moderno, dinámico, espectacular. No solo hay una diferencia de capacidades. El T-800 es una máquina que si bien ha sido un problema para las personas en sus inicios, puede ser capturada y reprogramada para que sirva a nuestros intereses. Esto parece impensable con el T-1000. Por eso, lo que vemos es algo similar a lo que ocurría en Robocop: es una máquina a nuestro servicio que aumenta nuestra productividad y a la que podemos controlar, que lleva más tiempo conviviendo con nosotros y en la que casi podemos ver rasgos humanos, lo que aquí también es el arco principal del personaje. Del otro lado, la tecnología tan poderosa que queda fuera de nuestro alcance. El T-800 es la máquina con la que el obrero ensambla piezas más deprisa en una cadena de montaje del Rust Belt. El T-1000 es la cadena de montaje totalmente automatizada, sin presencia más que de unos pocos técnicos y, por supuesto, los dueños de la empresa. Es por ello que el enfrentamiento entre ambas máquinas representa con tanta precisión los matices de esta nueva revolución. Es como si la criatura de Frankenstein, ya aceptada por los ciudadanos, se enfrentara ahora a una nueva criatura, mucho más poderosa y temible.

La vieja industria agoniza ante la automatización

Terminator 2 no tiene la esencia de pesadilla irracional que tenía la primera entrega. Es más una película de acción y suspense. Esto también le permite llevar más a tierra al enemigo. En la primera entrega era más una imagen terrorífica de un futuro postapocalíptico. Algo más escalofriante. Aquí Cameron se permite incluir elementos mucho más tangibles, mostrando a la empresa que trabaja en lo que finalmente será Skynet: Cyberdyne Systems. Es muy fácil relacionarla con las nuevas empresas de éxito de Silicon Valley que estaban reemplazando a la vieja industria. Empresas que estaban creando tecnología para una sociedad que aún ni siquiera existía, como si hubieran recibido el brazo cibernético del futuro que tienen en Cyberdyne. El enfrentamiento entre el T-1000 y el T-800 es una lucha desigual entre Silicon Valley y el Rust Belt. 

La película apela a las nuevas empresas digitales que crecen imparables. Una de las grandes diferencias entre esta trama y la anterior está en la esperanza. Si la primera era una huída imposible, de pesadilla, de correr pero no esconderte, de inevitabilidad del destino, en esta segunda se hace frente al problema con la intención de buscar una solución. Esta pasa por hablar con los científicos, con la gente que está trabajando en Cyberdyne. El trío protagonista viaja a la casa de Miles Dyson, el científico que creará a Skynet. Es cierto que inicialmente para asesinarle, al más puro estilo ludita, pero después deciden que es posible una negociación.

Del terror irracional a las máquinas de la primera parte, a asumir que el futuro ha llegado y lo que hay que hacer es buscar soluciones. Esto está muy en consonancia con la carta de los expertos que están pidiendo que se paren los grandes experimentos de IA durante 6 meses. Es una propuesta que no pretende negar el futuro, simplemente retrasarlo para poder asimilarlo todo a un ritmo razonable y ser capaces de gestionarlo correctamente. Esto es lo que pasa con Miles Dyson, que hoy sería Sam Altman, el CEO de OpenAI. Otros vendrán después de él (véase la tercera entrega, menor pero digna) pero al menos con su decisión el juicio final se retrasa un poco. Supongo que para que algo así pasara en este momento, también tendría que aparecérsele a Altman el fantasma de la tecnología futura.