Resulta curioso que una película como The square, una ficción exagerada y casi paródica del mundo real, consiga reflejar de una manera mucho más visceral la realidad que una película como 120 battements par minute, que está basada en hechos reales y cuenta la historia de una grupo de gente desesperada luchando por su derecho de vivir. La de Östlund es una película fresca, nueva, diferente y que sin ser redonda resulta tremendamente estimulante. La de Campillo es una película que ya llega tarde.
The square
La de Ruben Östlund era una de las películas más esperadas de esta edición antes incluso de que se anunciasen las participantes. Tanto es así que la ausencia de The square en el primer avance de película fue una de las cosas más comentadas (cada año la misma historia tras desvelarse los participantes en Cannes: las quejas por la repetición de nombres, las quejas por la ausencia de nombres esperados). En el segundo anuncio, como se esperaba, el director sueco estaba en la lista. Tras el éxito de Fuerza mayor en 2014 -Premio del jurado de Un Certain Regard- ahora es el turno de luchar por la Palma de Oro.
The square está protagonizada por Christian (magnífico Claes Bang), el responsable de un museo de arte contemporáneo en Estocolmo. Östlund se sirve de él y de sus relaciones con el mundo que le rodea para hablar de temas recurrentes en su filmografía: la masculinidad, las consecuencias de la inacción, la importancia de la imagen proyectada y la necesidad de pertenencia a un grupo.
Se trata de la clase, la masculinidad y las consecuencias psicológicas de la inacción (quizás el tema clave Östlund). Más concretamente se trata de la forma en que proyectamos en la sociedad moderna y que el miedo terrible que todos compartimos (¿verdad?) de que la persona que se presenta ante el mundo podría no ser lo que realmente somos. Christian es un triunfador, guapo, adinerado, sofisticado, locuaz y simpático. Tan perfecto como perfecta era la familia de los primeros minutos de Fuerza mayor. Una fachada que oculta una realidad tan frágil como la de aquella película.
Ruben Östlund encadena una serie de situaciones que demuestran la nula capacidad de Christian para relacionarse fuera de su mundo, fuera de su estrato social. En el plano sexual, en el familiar, ante los problemas ajenos, ante los problemas propios, ante cualquier cosa que no se pueda solucionar con una sonrisa de triunfador y un poco de dinero.
Además, a una manera Sorrentiniana, Östlund se ríe de lo que rodea al arte contemporáneo, de la prensa, de las élites culturales y sociales, de todos aquellos que no están acostumbrados a que se rían de ellos. Y lo hace con muy mala leche, además. Eso si, con su película demuestra un gran respeto por el arte contemporáneo, demostrando que no tiene por qué estar vacío. La intervención del hombre simio, entre otras obras que aparecen, es un claro ejemplo de como una performance puede ser provocativa, emocional y esconder un gran mensaje detrás.
De hecho, The square juega con esas reglas. Partiendo de situaciones más o menos normales, Östlund las retuerce, las deforma, las ridiculiza, hasta que dejan de ser hecho que se puedan racionalizar y pasan al plano más emotivo, más visceral. En definitiva, puro arte. Lástima que algún recurso del final, demasiado explicativo, rompa ese juego.
120 battements par minute
Robin Campillo es, sobre todo, célebre por su carrera como guionista. Suyos son los guiones de las cuatro primeras película de Laurent Cantet -las mejores- y la serie de televisión Les Revenants. Como director, este es su tercer largometraje y se centra en unos hechos reales que él conoció en primera persona, la lucha por los derechos de los enfermos de SIDA que libró la asociación Act Up París en Francia a comienzos de los 90.
Con un guión que trata de mostrar los entresijos de la organización interna de la asociación -sus debates internos y las tensiones- para, a partir de ahí, mostrar el lado más humano, más personal, de las relaciones entre los miembros centrándose en una pareja de dos activistas que se enamoran.
El problema de 120 battements par minute es que es una película que resulta tan vieja como la historia que cuenta. Ojo, historia vieja no quiere decir historia poco interesante. Fue una lucha importante, un momento dramático, hay paralelismos con otras batallas, algunas muy actuales; peroo Campillo lo cuenta de una manera tan correcta como poco atractiva. Sólo cuando se acerca la intimidad de los personajes logra momentos realmente destacables. Al resto de la película le falta expresar la urgencia, el miedo, la mala leche que sabemos motivaban aquellas acciones y, además, se ve lastrada por un final excesivamente alargado.