Fotos: Irene Mariscal

A ver cómo afronto esta crónica. No podré tirar de lugares comunes ni hacerla con el piloto automático, porque esto es otra cosa. Es otra cosa, en cualquier categoría en la que la incluyamos. No es una ópera -ni siquiera chica- porque la teatralización está reducida a lo mínimo. Los intérpretes estaban de pié frente al micrófono, o sentados esperando su turno. Cuando entraban en acción el foco les sacaba del anonimato. Apenas hay alguna interacción con un escenario minimalista y en varias ocasiones, las interrelación de los actores se hace figurada, cada uno en su sitio. Tampoco es un concierto, claro, porque eso sería obviar todo el elemento dramático de la obra. Asumiendo que no sé etiquetarlo, debo decir que me hizo pensar en una serial de la radio televisado. O algo así. Y es que ya la obra original de Sorozábal y Baroja era una rareza. También aquella surgió como esta de la unión de varios talentos, que aquí no faltan, entre músicos y actores.

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Se dividió en dos actos. En el primero, Senperena se marcó él solo, al piano, una selección de piezas de otras obras. No estaban mal pero, personalmente, me resultó algo excesiva esa media hora de piano que no venía mucho a cuento con la obra. No forma parte del disco, este se corresponde con el segundo acto, que ya es la obra en sí. Después, en el segundo acto, Senperena siguió al piano, haciendo una trabajo excelente.

Abrió la obra Antonio Batrina  (el cantante de Malevaje). El tono enseguida se impregnó de olor a copas de coñac casi acabadas. Los secundarios, de lujo como el omnipresente actor Josean Bengoetxea, o los cantantes Rafa Rueda y Petti; le daban una categoría de fresco. Pequeñas historias con buena dosis de costumbrismo madrileño que ni Garci y un barniz de amargura, resignación y nostalgia. Discusiones sobre pintores, fracaso generalizado y mucha bohemia.

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Todo ese toque de amargura bohemia le venía que ni pintado a Rafa Berio. Y sobre todo ese vocabulario culto y novelesco que ya suele cultivar en sus canciones. Apareció en escena como un ser etéreo, sin peso en los bolsillos, bohemio, marginado por la vida pero con la dignidad intacta. Uno casi puede ver la copa de buen vino tino en sus manos, si no fuera porque el personaje no tiene un real. Cantó lamentando su mal de amores y claro, funcionó a la perfección, como personaje y como cantante.

La historia transcurría apoyada por los secundarios hasta que apareció la actriz, nada menos que Ángela Molina, con un personaje cálido, muy emocional. Con mucha dulzura y delicadeza, si acaso, abusando demasiado de esa voz quebrada y vibrante. Ambos llenaron el escenario y consiguieron una química especial, de perdedores con corazón, de amantes imposibles. La obra tiene un fondo verdaderamente amargo, porque supone un fracaso a todos los niveles: el de las aspiraciones artísticas del protagonista, y de algunos otros; y el de un amor con demasiados obstáculos. La interpretación de ambos llega, y transmite todo esa melancolía, el recuerdo de tantos pasos equivocados, y la resignación a una vida no deseada. Nunca pudieron ganar. Esta pareja improbable funcionó perfectamente en escena.

Pero había más nombres en el escenario. Miren Iza (Tulsa) y Alonda Bentley no tuvieron mucho protagonismo pero se marcaron una de las mejores actuaciones musicales, la que ya en la obra original era de las más celebradas, ¡Noche triste y enlutada! Un lujo tener a estas dos sugerentes cantantes aunque solo fuera para esa intervención.

Una adaptación extraña para una obra pintoresca, mezcla inesperada de artistas variados. Parece que la obra no va a tener circuito, hasta dónde yo sé, lo que es una pena, pero también en eso tiene un reflejo con la original que solo pudo verse en tres ciudades. También en Donostia, en Madrid y Bilbao. El éxito estaría fuera de lugar. Lo que sí echo de menos es que en esta audacia se hubiera adaptado a la bohemia de nuestros tiempos. De haberse ambientado aquí y ahora podría contar las peripecias de los asiduos al bar Iparra.

Es que no es una mujer lo que se va, es la juventud. La juventud. Y esa no vuelve.