Reconozco que no esperaba demasiado de Kornél Mundruczó después de la tontería de corte Disney que nos planteó en White God. Es cierto que aquella, como esta, tenía algunas imágenes de las que se empeñan en quedarse en tu retina, pero estaba lastrada por un guión naif tontorrón. En Jupiter’s Moon no solo no falla en esto sino que además ha multiplicado su poder visual.
La ética
La película comienza con un sirio abatido a tiros -ya sabéis que cuando es la policía la que dispara, decimos “abatido”. Una injusticia aupada por el azar de un gesto inoportuno. Han muerto tantos refugiados a las puertas de Europa que no sería raro que la película acabara ahí. Pero no, es el comienzo. En un alarde de resurrección casi divina, la sangre de nuestro protagonista se eleva y con él todo su cuerpo. Entre una figura mística y un superhéroe de Marvel. Un nuevo Mesías. No es nada extraña la asociación bíblica; hasta el Papa decía hace poco que Jusús fue un refugiado, y es hasta cierto punto habitual esta referencia. Por otro lado, una especie de superhéroe que permite incluir algunas escenas de acción estupendas.
Mundruczó usa este personaje para contarnos los males que aquejan a la agonizante Europa. La película podría llamarse así, Europa, rivalizando con la cruel mirada de Lars von Trier. Se llama casi igual. En consonancia con el estilo fantástico de la película, alude a Europa, la luna de Jupiter. Una luna helada que es un lugar ideal para albergar vida -ya lo sabíamos por 2001, una odisea del espacio (la película, no el libro). Los personajes que van visitando nuestros protagonistas son enfermos con ansia de esperanza. Tienen dinero, tienen buenos cuidados médicos, pero buscan otra cosa. Como el replicante de Blade Runner 2049, los europeos nunca han visto un milagro, y lo necesitan. Volver a creer, a tener fe. Obviamente no hablo de religión. No necesariamente al menos. Otra lectura interesante es entender las visitas como una recolecta para la causa de los refugiados entre la clase alta, en la que hay que mostrar a las víctimas y si hace falta, lanzarlas al agua (a la piscina).
En esa ronda de visitas abunda la riqueza, pero también hay otras cosas. No falta el racismo, cada vez más de moda en nuestro continente. También está la vieja que muere sin que importe demasiado a quienes seguramente ya han calculado la herencia. Y por supuesto, el rechazo constante al refugiado, al que sacan literalmente a la fuerza del sistema sanitario, para el que no hay habitaciones de hotel libres hasta que enseña la billetera.
Mientras ocurre todo esto entre la burguesía agonizante europea, nuestro coprotagonista, el doctor, intenta sobrevivir trampeando, intentando hacer el menor daño posible. Él tampoco cree -quizá aquí la película peca de subrayada, pues lo repiten demasiado. Tampoco lo tiene fácil, pues está ahogado por la deuda. Claro, eso no podía faltar. Una deuda contraída por sus errores pero que ya va siendo hora de ser condonada. Su entorno es el de la corrupción. No es hasta que ve el milagro, que tiene la osadía de enfrentarse al policía corrupto que pretende una coartada. Tampoco falta el terrorismo, claro. El mismo mal del que escapa el sirio, le persigue hasta Europa. Por supuesto, pasa a ser sospechoso inmediatamente.
El sirio muere al principio, o casi. O resucita. O no. Quizá esté muerto. Quizá no sea casual que su forma de volar no es heróica, es una imagen extraña en la que flota como en el agua. Otro cuerpo más flotando en el Mediterráneo, hasta que alguien lo rescate. Solo que el mar, transparente, ahora está en el corazón de Europa, donde todo el mundo pueda verlo. Creo que la película también habla sobre eso, sobre la visibilidad de lo que está pasando. Cuando a la población le muestras el horror del Mediterráneo, le llega. Esa secuencia final volando sobre los ciudadanos, como un Mesías, o como un símbolo, como una imagen en el Telediario, como el niño muerto en la arena que se vuelve un icono. Esa mezcla de mostrar la realidad y de la emoción de ver un milagro para una Europa que está muy necesitada de fe.
La estética
La ética es más dudosa, más dada a la interpretación del espectador. La estética tiene más verdad. Está ahí, te gusta o no, pero es lo que es. Esta película tiene algunas secuencias increíbles. También tiene una capa de conjunto muy interesante, con esa nocturnidad decrépita bañada de amarillos, con esa cámara mareante que mueve a los personajes por laberintos mentales. Pero lo que de verdad destacan son las demostraciones de fuerza de Mundruczó, más crecido y más poderoso. La persecución de coches es increíble. Con el punto de vista en el segundo coche, deja en ridículo al todopoderoso Hollywood. Trepidante, creíble, plástica, contundente. Y diferente, claro, es lo que pasa cuando la planifica de verdad el director en lugar de dejarla en manos de los eficientes artesanos.
Sin duda, el efecto más potente de la película es nuestro sirio flotando en el aire. Una de las claves es que el director ha prescindido de cromas y el personaje está realmente en el escenario, colgado de grúas. Así resulta mucho más creíble, porque no hay que trucar la fotografía, y se consiguen imágenes mucho más potentes como cuando vuela sobre nosotros al contraluz de una lámpara. En esto también hay mucha más verdad que en los estilosos voladores de Marvel y DC, y la verdad en la imagen es esencial para que esta película funcione como artefacto artístico. La misticidad y la imagen del sirio flotando en agua transparente son las que golpean nuestra retina y se instalan en el recuerdo. Lejos de la pirotecnia del cine de superhéroes que se olvida según sales por la puerta.
Hay secuencias estupendas como la del personaje descendiendo delicadamente por la fachada. Además, algunas de ellas, como esa misma, van unidas a planos secuencia muy bien ejecutados. Planos secuencia de los que vienen a cuento y apoyan la narrativa; de los naturales, que no tienes la sensación de que están a punto de romperse. Otro momento muy poderoso es el del protagonista poniendo “patas arriba” la vida del racista.
Hemos visto montones de películas sobre inmigración o refugiados. Documentales estupendos, ficciones voluntariosas. De muchas de ellas quizá ya no recordéis el título. El poder de Jupiter’s Moon es su capacidad de quedarse en la memoria con unas imágenes cargadas de fuerza. La transgresión de la imagen pura, valientemente abierta a interpretaciones, que también pueden ser negativas. Ese sirio seguirá flotando sobre nuestras cabezas durante mucho tiempo.