Reseña de El amor menos pensado
Juan Vera era, hasta ahora, conocido por su labor como productor, aunque también había escritos un par de guiones para cine. Ahora, con El amor menos pensado, ha dado el salto a la dirección y su ópera prima ha inaugurado el Zinemaldia de San Sebastián. Una historia romántica que, por género, tono y la presencia de Ricardo Darín (uno de los poco actores que sigue llevando público al cine por estos lares) no sería de extrañar tuviera un buen recorrido en pantalla.
El amor menos pensado no ofrece nada nuevo bajo el sol, a pesar de ese comienzo rompiendo la cuarta pared que sirve como detonante para comenzar una historia narrada en flashback. Una escena explicativa del significado de lo que vamos a ver que bien se podrían haber ahorrado. A partir de ahí viene la mejor parte de la película, un primer tercio en el que vemos a una pareja que ronda los 50 años y que aparentemente no tienen ningún problema. Por primera vez en mucho tiempo están solos porque su hijo se ha marchado a estudiar a España y esta tranquilidad les lleva a preguntarse ¿y ahora qué? No refurren -y se agradece- al tópico de la falta de sexo, o la irritación que producen los defectos. Simplemente necesitan algo más. El vértigo del enamoramiento.
Las películas sobre las crisis de pareja al llegar a los 50 empiezan a ser un género en si misma. Las tenemos cómicas, dramáticas, duras, ligeras… También es cierto que no son algo extraño en nuestra vida real (por lo menos en mi entorno). El amor menos pensado aborda el tema mezclando el humor y el drama, sin caer en exceso en ninguno de los dos. Sobre un trasfondo amargo Ricardo Darín y Mercedes Morán interactúan con un nutrido grupo de secundarios generando numerosas situaciones cómicas, la mayoría, y unas cuantas más dramáticas -especialmente brillante el diálogo de Darín con Chico Novarro, su padre en la ficción- . El hilo conductor no es otro que ninguno de estos encuentros les hace sentir mejor que como estaban antes. Un catálogo de personajes de diferentes perfiles, algunos más extraños con otros pero siempre retratados con amabilidad. No es que las nuevas parejas sean malas, o les hagan mal. Simplemente no les hacen estar mejor.
Juan Vera podría haber ahorrado algunos subrayados y haber acortado un poco la parte central, a pesar de que hace un muy buen uso de las elipsis, pero también es cierto que entre risas y tópicos, plantea interesantes cuestiones y que lo hace desde las dos perspectivas, la de él y la de ella. Una manera tierna y divertida (a tenor de las risas escuchadas en la sala, no soy el único que piensa eso) de mostrar que el amor es algo distinto del enamoramiento, que las cosas con perspectiva se ven de otra manera. Lástima que Juan Vera no se haya atrevido con un final más valiente… aunque es algo que la mayor parte del público agradecerá.