La primavera, en mi caso, no se inicia en el equinoccio tal y como marca el calendario: la mía, porque así lo elijo, arranca con la hermosísima explosión floral que los árboles del parque de mi barrio me regalan a finales de marzo. Lo hacen sin avisar, aunque en las jornadas previas ya se pueda presentir el estallido en sus ramas que, impacientes, aguardan el momento de reventar todas al unísono. Y en una tarde inesperada, al volver del trabajo, me encuentro de bruces con la primavera y, extasiado, me siento en un banco para disfrutar de su esplendor. Ya está aquí, me digo; el invierno ha terminado. En ese instante, al menos en los últimos años, me viene a la cabeza la escena de Nuestra Hermana Pequeña en la que una pareja de adolescentes recorre en bicicleta una carretera flanqueada por almendros en flor. El cine, como tantas veces, penetra en mi vida, y de nuevo, me hace multiplicar el gozo del presente.

Tengo muchos momentos asociados a Koreeda… Recuerdo por ejemplo la presentación de Maborosi en el cineclub Kresala (mi segunda en solitario, tras Following de Christopher Nolan) y cómo me temblaba la voz al sentir la mirada atenta de los espectadores que casi llenaban la sala («¿quién me manda a mí hablar de este hombre si todos los que están aquí saben mucho más de cine que yo?», me preguntaba); recuerdo una etapa crítica de mi vida en la que dudaba de mi valor como padre, y cómo empecé a reconstruirme internamente al ver De tal Padre, tal Hijo; recuerdo también cuando vi Still Walking, mi primera película de Koreeda, y la maravillosa sensación de descubrimiento que experimenté durante toda la proyección; y también recuerdo que, al salir del pase de prensa de Nuestra Hermana Pequeña, tuve la suerte de encontrarme con el propio Koreeda, a quien, entre lágrimas, pude agradecer tantas cosas. Hay en mi mente tantos planos, rostros, músicas, proyecciones, lugares, personas y conversaciones relacionadas con él y con su cine que podría estar horas escribiendo.

Como se puede ver, pocos directores han trascendido en mi vida como lo ha hecho Hirokazu Koreeda. Sin ser uno de mis cineastas favoritos (o al menos no es uno de mis muy favoritos), es un autor con el que me siento profundamente vinculado, y por ello me alegra muchísimo el Premio Donostia que esta noche le va a entregar el Festival de Cine de San Sebastián.

Supongo que ahora entenderéis mi atrevimiento al meterme en camisa de once varas y escribir sobre este director tan unido a mi memoria. Me lanzo pues a ofreceros un modesto análisis de su cine: espero que me perdonéis la osadía.

Poesía de lo cotidiano

El cine en la vida, en la mía al menos, y la vida en el cine… Porque pocos autores son capaces de capturar el milagro de vivir como lo hace Hirokazu Koreeda. Su cine es pura poesía de lo cotidiano, de lo que nos rodea, de todo aquello que compone nuestra existencia y que, al identificarlo en la pantalla, se nos hace cercano: fijémonos por ejemplo en el uso recurrente de las comidas, con especial predilección por las tempuras; fijémonos también en las bañeras, en las flores, en los cementerios, en las teteras, en las estufas, en las escaleras y, por supuesto, en los trenes, siempre presentes («macguffin» incluso en Milagro), quizás como metáfora de nuestro modo de transitar por la vida. La vida que, aun difícil, suele ser hermosa en las películas de Koreeda a pesar de que su reverso, la muerte, sea tan protagonista en la filmografía del japonés.

Cuantas manos aparecen en las películas de Koreeda… Cocinando, comiendo, dibujando, tocando el piano, jugando con las flores, acariciando el pelo de un ser querido, buscando otras manos… Las manos reflejan el modo en que los seres humanos nos relacionamos con nuestro entorno, ya sea con las cosas o con las personas que nos rodean, y son tratadas con muchísima delicadeza por la cámara de Koreeda. Lo mismo sucede con los pies, nuestra conexión con la tierra, también muy presentes en las películas del realizador japonés.

Una emoción templada

Al describir la escena de los almendros en flor de Nuestra Hermana Pequeña he pensado que, quizás, puede parecer excesivamente edulcorada para el lector que no la conozca. No es así: la emoción en el cine de Koreeda se presenta en un tono más bien templado y emerge siempre de la verdad, y nunca del sentimentalismo. Y es que la sensibilidad en Koreeda no resulta jamás empalagosa: se expone sin trucos y sin el habitual refuerzo del gesto de los actores ni, salvo en contadas ocasiones, de otros elementos externos como la música. Esta forma de penetrar en el corazón del espectador, en apariencia fría pero en el fondo muy efectiva, le entronca, como en tantas otras cosas, con maestro Yasujiro Ozu, influencia que inevitablemente emerge cuando se habla de Koreeda a pesar de que este la haya negado en repetidas ocasiones.

Familia y ausencia

Koreeda es, para muchos, la familia. Sus mejores trabajos se sitúan en este terreno tan intensamente cultivado en Japón por directores como el mencionado Ozu o por Nikio Naruse (cineasta con el que Koreeda sí afirma estar en deuda) en el género que se conoce como «Homu Horada».

El cine de Koreeda, en muchísimos casos, pivota sobre lo doméstico y sobre las pequeñas complicidades y disputas que surgen entre padres, madres, hijos y hermanos. Pero cuidado porque aquí lo que importa no es la sangre en sí misma sino los vínculos emocionales que se establecen entre los personajes que, en muchos casos, prevalecen sobre el propio parentesco. Fijémonos en De tal Padre, tal Hijo, donde el verdadero afecto surge entre seres sin lazos biológicos, o también en su último trabajo, Un Asunto de Familia, que hoy podremos disfrutar en el Zinemaldi.

La otra piedra angular del cine de Koreeda es el peso de la ausencia de los seres queridos. Son ausencias dolorosas, muy presentes en las vidas de los protagonistas, que dejan una profundísima huella en ellos (esa mancha de pintauñas en el suelo en Nadie Sabe que ya nunca podrá borrarse…) contra la que tendrán que luchar para seguir adelante con sus vidas. Pensemos en Maborosi y en Still Walking y en la forma en la que la muerte revolotea como una mariposa (metáfora explícita en la segunda de ellas) a lo largo de todo su metraje.

Los niños de Koreeda

Los niños brillan de un modo especial en las películas de Koreeda. Sus personajes infantiles, algunos de ellos realmente memorables como el Akira de Nadie Sabe, suelen dejar poso en el espectador: es fácil no sentir empatía por esos chiquillos siempre sensibles, generosos, solidarios, agradecidos, curiosos, llenos de capacidad de asombro y dotados siempre de una madurez impropia de su edad. En cierto que los niños suelen sufrir en las películas de Koreeda, pero hay en ellos una energía interna que les lleva a sobreponerse y a vencer las dificultades que, en muchos casos, son propiciadas por la negligencia de sus padres. Estos últimos son retratados habitualmente como personas egoístas e incapaces de asumir sus responsabilidades respecto a la familia: los niños, siempre puros, deberán enmendar los errores de los mayores. Se ve que Koreeda no confía demasiado en los adultos.

Dicen que trabajar con niños siempre es difícil… Debe ser así, pero no lo parece con Koreeda. El director japonés consigue extraer de ellos unas interpretaciones siempre ajustadas, llenas de autenticidad y rigor y para nada chirriantes. Su método de trabajo (no les deja leer el guión, y solo prepara las escenas unos minutos antes de rodarlas, dejándoles actuar a su aire) funciona a las mil maravillas vistos los resultados.

Relevancia de su cine

En Koreeda confluyen de forma singular el aplauso del público y de la crítica (al menos de la mayoría). Sus películas suelen ser grandes éxitos en Japón, y es un habitual de los mejores festivales del mundo (Cannes, Venecia, San Sebastián…), donde ha obtenido multitud de premios: el último de ellos, la Palma de Oro del Festival de Cannes de 2018. Puede que este galardón sea el espaldarazo definitivo que le ayude a situarse al fin en el olimpo de los cineastas del siglo XXI.

Koreeda y Donostia

Desde su primera participación en el Festival de Cine de San Sebastián con After Life (Premio Fipresci en 1998), la presencia de Hirokazu Koreeda en el Zinemaldi ha sido una constante. Son muy numerosas sus participaciones en el certamen, ya sea en la Sección Oficial (con la mencionada After Life, y también con Hana, Still Walking y Milagro, que se alzó con el galardón al Mejor Guión en 2010), en Perlas (con De tal Padre, tal Hijo y Nuestra Hermana Pequeña, con las que obtuvo el Premio del Público en 2013 y 2015 respectivamente, y también con Después de la Tormenta y El Tercer Asesinato) y en Zabaltegi (con The Day After). Como se puede ver, Koreeda es todo un clásico en Donostia.

Hirokazu Koreeda, Premio Donostia 2018. Celebrémoslo como merece, disfrutando del milagro de vivir que nos propone su cine, en esta ocasión con su último trabajo, Un Asunto de Familia.

Arigato, Koreeda.

Filmografía selecta

Os dejo aquí una selección con algunos de sus mejores títulos:

MABOROSI (Maboroshi No Hikari), 1995

AFTER LIFE – (Wandafuru Raifu), 1998

NADIE SABE – (Dare Mo Shiranai), 2004

STILL WALKING – (Aruitemo, Aruitemo), 2008

DE TAL PADRE, TAL HIJO (Soshite Chichi Ni Naru), 2013

NUESTRA HERMANA PEQUEÑA (Umimachi Diary), 2015

UN ASUNTO DE FAMILIA (Manbiki Kazoku), 2018