Ricardo FernándezReseña de La cordillera de los sueños
El chileno Patricio Guzmán lleva cuarenta y seis años viviendo fuera de Chile, sin embargo su cine nunca ha abandonado su país. Veintiún películas ha rodado Patricio Guzmán, y prácticamente todas han tratado sobre Chile. Sobre el golpe de estado de Pinochet y sus consecuencias, más concretamente. Ahora, que aquello parece lejano, que para muchos forma parte de un pasado que no quieren recordar, Patricio Guzmán sigue empeñado en rodar documentales sobre el mismo tema. Un chileno que no vive en Chile y sigue hablando de hechos de hace cuatro décadas… quizá sean este tipo de comentarios los que han motivado a Patricio Guzmán para rodar su nueva película. Una película que, como suele pasar con este tipo de relatos, habla más de hoy de que de ayer. La cordillera de los sueños no es solo un relato sobre el Chile de ayer; es también un relato sobre las consecuencias del ayer en el ahora. No solo eso, además es un homenaje a quienes han dedicado, como él, su tiempo a documentarlo y dejar constancia de un relato diferente al oficial, a la creación de una memoria que necesitamos para no repetir una y otra vez los mismos errores. La única forma de que no se olvide lo que se perdió. Es un justificación de por qué, cuatro décadas después, sigue haciendo estas películas.
En la forma de esta película no encontraremos grandes sorpresas. Patricio Guzman continúa la estela de sus últimas películas –Nostalgia de la luz, El botón de nacar– que completan una trilogía sobre el recuerdo. La búsqueda de una metáfora, la voz suave de Patricio Guzmán dirigiendo el relato, la poesía para relatar el horror. En esta ocasión todo esto contrasta con la visión de uno de los protagonistas del documental, uno de los amigos a los que Patricio entrevista, el reportero Pablo Salas, que lleva desde comienzo de los años 80 filmando protestas, manifestaciones y abusos policiales. Es, por tanto, autor de un impresionante archivo histórico de imágenes, cientos de cintas de vídeo (en todos los formatos que han existido desde entonces) que almacena como si fuera una misión. Grabación de guerrilla, inmediata, urgente, visceral, frente a la pausa y la poesía de Guzmán. Sin embargo, los dos persiguen lo mismo, luchar contra el olvido, recuperar lo que se perdió.
Varios intelectuales y artistas hablan sobre Chile (Jorge Baradit, Vicente Fajardo, Francisco Gacitúa, Javiera Parra o Guillermo Muñoz Vera), sobre la influencia de la cordillera, que les aísla y les protege a la vez. Que recoge los ecos de sus risas y sus protestas. Que es un símbolo del país, pero a la vez está siendo vendido para su explotación a extranjeros. Que está cada vez más vacío, como ocurre con todos los signos patrióticos en Chile y en el resto del mundo. Banderas, escudos e himnos que se supone identifican a pueblos pero, en realidad, se han vaciado de ideales y sólo sirven a un propósito que no es otro que despistar mientras otros los explotan y obtienen beneficios.
Hablan mucho estos entrevistados y hablan de Chile, pero es imposible no pensar en historias que nos son mucho más cercanas a nosotros cuando se refieren a gente que idealiza el pasado violento, que lo justifica, que demoniza al enémigo, que habla de urgencias nacionales para excusar actos inexcusables. También cuando habla de heridas mal cerradas, de gente que se aprovechó de su estatus en el antiguo régimen para lograr una posición privilegiada en este, que sólo cambia las formas -por lo menos eso se mejora- pero mantiene una estructura social y económica que les permite seguir siendo privilegiados. Habla de cuales son los polvos de los que provienen estos lodos.
Y lo hace con sensibilidad, respeto y cierta desesperanza. Porque igual que podemos extrapolar esta historia a nuestro entorno más cercano, Patricio Guzmán se da cuenta, y así lo dice, que es una historia del mundo entero. Patrones que se repiten una y otra vez a lo largo del mundo. A pesar de que guerrilleros como Pablo Salas y el mismo no se cansan de recordarnos lo que pasó y sus consecuencias. De que la memoria está ahí. Solo hace falta recordar. Recordar y aprender.
