7.5

Lo que arde, de Oliver Laxe.

 

Pocas imágenes habrá más hipnóticas que el fuego, y Oliver Laxe consigue hacer fácil lo extraordinario: La brutalidad de la naturaleza traspasa la pantalla. Aunque en el fondo Laxe no centra su atención en la llama, o no sólo en ella al menos. Porque el incendio es la consecuencia -maravillosamente fotogénica- de un problema no resuelto. Y es que Lo que arde nos ruboriza, en todos los sentidos; muestra nuestra nula capacidad de entendernos, de convivir. Entre nosotros y con nuestro entorno.

 

 

‘Lo que arde’ nos pone en nuestro lugar. No somos nadie frente a la basta naturaleza que nos rodea y la Galicia rural sirve de perfecto escenario para mostrarlo. Laxe continuamente se preocupa de mostrar el contraste entre la acción humana y la naturaleza. Pero no se queda ahí, sino que además consigue hacernos muy, muy pequeños frente a ella. El viaducto en medio de un horizonte de montañas, la máquina pequeña frente a los interminables árboles, la puerta endeble que pone ¿trabas? al campo, planos en los que las personas se pierden casi de vista entre la naturaleza. Sí, intervenimos el verde, pero su inmensidad siempre prevalece. O casi siempre.

Y es que posiblemente lo que plantea Laxe sea el mayor reto al que nos enfrentamos: Convivencia. Entre los seres humanos, y con nuestro entorno. Lo que arde plasma el error y la reacción al mismo. Y es que las segundas oportunidades, ¿son reales o utópicas? ¿Estamos preparados a, no ya entender, sino escuchar aquello con lo que no comulgamos? ¿Realmente tenemos herramientas para ejercer la empatía? Cuando el personaje protagonista sale de prisión, no tiene opción real de reintegrarse en la sociedad. La mayoría de su reducido entorno social le aísla, le recuerda constantemente qué hizo en un pasado, por lo que no tiene opción real de desprenderse de él y poder entablar nuevas relaciones sociales ajenas al mismo, como le ocurre con el intento -fallido- de una relación de amistad con la veterinaria.

 

 

Hay muchas maneras de ver cómo tendrían que ser las cosas, de ver cómo tendría que ser el presente – y futuro- de la Galicia rural. ¿Realmente queremos reconvertir nuestras casas en espacios de hostelería? ¿Queremos que ese sea el modo de vida esa población? Pero, por otro lado, ¿existe alguna otra forma real de sobrevivir para esas personas en ese entorno? Muchas y muy diferentes visiones, pero sobre todo mucha falta de empatía. Cuando cambian algo que no nos afecta a nosotros, la campana de la Catedral, «suenan igual», por lo que creemos que la polémica que crean otros es gratuita. Sin embargo, no entramos a valorar una canción que nos interpela a nosotros por el hecho de estar cantada en una lengua que desconocemos. Pero, como manifiesta en alto el personaje de la veterinaria mientras suena una canción en inglés en el coche, «no hace falta entender la letra de una canción para saber apreciarla». Sabemos que hay especies invasoras en el bosque, como el eucalipto, pero a pesar de ello las seguimos plantando. Aunque seamos perfectamente conscientes de que sus raíces abarcan kilómetros y arrasan con tantas otras especies. Falta de empatía, porque «si hacen sufrir es porque sufren».

 

 

Lo que Laxe muestra en Lo que arde se puede extrapolar a casi cualquier lugar, pero también se preocupa de hacer un fiel retrato, lleno de amor me atrevo a decir, de su Galicia natal. El uso del idioma -todas las líneas de diálogo son en gallego-, la idiosincrasia de las relaciones entre los vecinos, el reflejo de un inquebrantable respeto por las personas mayores, por su sabiduría como bien tangible a reivindicar. Sólo la madre del protagonista mira a los ojos a las tierras que la rodean cuando se asoma al valle en un plano cerrado. Sólo ahí hay un equilibrio de presencia entre la persona y la naturaleza. Sólo la anciana puede cobijarse y camuflarse en el árbol ancestral porque sólo ella tiene cabida allí. Comunión entre la persona y la naturaleza. Sólo ella puede abrir las puertas que el ser humano ha puesto, innecesariamente, al monte que transita.

Pero todo es caduco, la generación de la anciana señora – funeral-, la naturaleza devastada, carbonizada, tras el incendio. Es la muerte, como manera de empezar de cero.

 

 

Pero nada se puede hacer si no aprendemos. Comienza la película con unas bellísimas imágenes de cómo se construye un corta fuegos. En una fría noche, que sirve de perfecta antesala de lo que se avecina. Durante las impresionantes imágenes del incendio, como culmen del conflicto, se plantea como única solución la creación y buen mantenimiento de aquellos. Se cierra así el el círculo, precisamente, de nuestra incompetencia. Sabemos cuál es la solución al problema, tenemos las herramientas para hacer frente al mismo, pero simplemente no lo hacemos.

Oliver Laxe da sentido al medio audiovisual con Lo que arde. Es la perfecta materialización de que la forma – la imagen, poderosa- está al servicio del fondo – el mensaje. Y lo hace de una manera tan sobria en los medios como abrumadora en el resultado. Además de la profundidad de la imagen, el uso del encuadre y de la música. Hay fragmentos que tendrían perfecta autonomía como vídeo-arte en un museo de arte contemporáneo. Pero Laxe es más ambicioso aún y les otorga a cada uno de ellos un rol en un todo que es la narración que contiene la película.

 

 

Lo que arde muestra el fuego, sí, pero sobre todo centra la atención en el bosque sucio y descuidado que propicia las llamas. Como lo son las personas que lo habitan. Y es que por mucho que las llamas arrasen con todo y sirvan como premisa para empezar de cero -como hoja en blanco, tal y como se muestra con un expreso fundido en blanco-, si no cuidamos el bosque, nuestro hábitat, nuestra forma de vida y de relacionarnos, seguiremos viendo helicópteros de bomberos tapándonos los rayos de ese fantástico sol que todos en el fondo compartimos y que podríamos disfrutar si tuviéramos la valentía de hacerlo.

Lo que arde

Media Flipesci:
7.1
Título original:
O Que Arde
Director:
Oliver Laxe
Actores:
Amador Arias, Benedicta Sánchez
Fecha de estreno:
11/10/2019