Ricardo FernándezReseña de ‘Portrait de une jeune fille en feu’
Uno de lo títulos que más reforzados va a salir de esta edición del Festival de Cannes es Portrait de une jeune fille en feu, la tercera película dirigida por Celine Sciamma tras Tomboy y Girlhood. Guionista además de directora, Sciamma también es la autora del guion de la notable La vida de calabacín. Todos estos trabajos le han labrado una reputación importante que se hizo notar en su entrada en la sala Lumière del Festival de Cannes para presentar la película, siendo aplaudida con el entusiasmo de que sólo se profesa a los favoritos, el mismo entusiasmo con el que aplaudían a Adèle Haenel protagonista del esta y presente este año otras dos películas de Cannes (Le Daim de Quentin Dupieux en la Quincena y Les héros ne meurent jamais de Aude Léa Rapin en La Semana de la crítica) .
La película cuenta la historia de Marianne, una pintora contratada para hacer el retrato de bodas de Héloïse, una joven que tras la muerte de su hermana tiene que abandonar el convento para tomar su lugar en una boda concertada. Marianne tiene que pintarla sin que Héloïse lo sepa, por lo que se dedica a acompañarla y observar todos sus gestos. Tratándose de una película de Celine Sciamma no es ninguna sorpresa que la observación y la relación entre las dos mujeres irá dando paso a algo más. La joven Héloïse, aislada e ignorante del mundo hasta ahora, se conocerá a si misma, conocerá el amor, su sexualidad y el amor. A través de los dibujos y los retratos el guión también explora los recovecos de la memoria, los recuerdos y las ensoñaciones.
Todo esto lo hace Sciamma aprovechando el impulso pictórico de Marianne y filma cada plano con un clara pretensión pictórica. Unos escenarios vacíos y austeros como si vida que se van llenando de color (hay alguna escena con la enésima lucha entre verde y rojo de este festival) y calidez según la relación crece, con la cámara cada vez más cerca de sus curpos y rostros. Sin embargo varias de las decisiones artísticas pueden funcionar como fotograma, como encuadre, como cuadro; pero entorpecen la labor narrativa y la construcción de la química entre las protagonistas. La mirada lánguida de Adèle Haenel funciona muy bien al principio pero se mantiene igual de lánguida y triste cuando tiene que representar felicidad. Donde si me muetra más acertada la directora es en el uso de la música -tampoco falta al momento musical made in Sciamma a pesar de estar en el S.XVIII- sobre todo en su escena final a la que volveremos más adelante.
Otra de las características de la película es que está protagonizada únicamente por mujeres. Además de Marianne y Héloïse en la casa vive la sirvienta Sophie, joven e ingenua, que mantiene una actitud entre ausente e indiferente a lo que ocurre en la casa. Una casa convertida en una isla por los campos y la costa que la rodean. Entre las tres se crea una relación de complicidad y sororidad que, está claro, forma parte del mensaje de la película. Precisamente Sophie protagoniza uno de los momentos claves que está resuelto de una manera que encuentro grotesca y obscena. No contenta con ello Sciamma regresa a ella regodeándose en una segunda recreación. No encuentro el dolor -ni físico ni psicológico- que debería representar toda esa situación. Del mismo modo que tampoco encuentro la pasión y el amor que se supone en las miradas del dúo protagonista.
Portrait de une jeune fille en feu es una película sobre el descubrimiento de uno mismo y también sobre la memoria y el recuerdo, sobre observar y ser observado y sobre tratar de revelarse contra el destino también. Como el mito de Orfeo y Eurídice el final gira en torno a una última mirada, al deseo irresistible, que conduce a un final poderoso en el que con el apoyo de las cuatro estaciones de Vivaldi sonando a todo volumen, Adèle Haenel se luce un plano sostenido. Un plano de esos que valen premios.
