Pedro Vallín pasó en La Vanguardia de cine a política. De alguna manera, siempre ha estado en ambos mundos. No es de extrañar que ahora haya publicado una mirada política al cine con la que se empeña en intentar convencernos de que las películas de Hollywood son más de izquierdas que las de los autores europeos. Más allá de si consigue ser convincente o no, este libro está lleno de documentación y análisis sobre la historia del cine (y más) por lo que vale la pena leerlo. Está dividido en dos grandes partes. En la primera expone su hipótesis y en la segunda hace un repaso de los arquetipos del cine de Hollywood a lo largo de toda su historia. Personalmente, la hipótesis no me ha convencido demasiado, pero me ha interesado bastante esa segunda parte, la más larga y nutritiva, cargada de contexto, análisis y mucho cine. Copiando su estructura, la comentaré en la segunda parte de este texto.
Os diría que tuvierais a mano algo para subrayar cuando leáis su libro pero no creo que Vallín me acepte esta concesión tan académica y tan poco divertida. Él tiene claro que quiere ser ameno y se encarga de repetirlo varias veces, especialmente al inicio: “…porque este libro, además de alguna otra cosa, quiere ser un elogio de la ligereza y una impugnación de la gravedad. Hemos venido a disfrutar”. Es difícil no estar de su parte con esta invitación al hedonismo:
“Este afán será un éxito si convence a un solo espectador de que debe dejar de sentirse mal por pasarlo bien ante una película llena de efectos especiales y de sentirse bien por pasarlo mal ante una película del Holocausto.”
Y aunque a mí ya me ha ganado con esto, veréis que voy a poner más pegas que acuerdos. Y es que cuando uno está de acuerdo basta un asentimiento, mientras que al disentir debes un argumento. Al final, no sé si estoy escribiendo una reseña o una réplica.
Fijando conceptos
Uno de los elementos claves que se fija desde el principio es lo que llama “el análisis cultural marxista”, que según él, en definitiva, son todos los análisis culturales actuales. Un pensamiento marxista aplicado a la cultura que desconfía y busca elementos políticos con demasiado ahínco. En plata: viendo cosas donde no las hay.
“Es lógico, si discernir el mundo más allá de lo evidente es el primer rasgo de la inteligencia, la sobreinterpretación es su primer riesgo.”
“Casi todas las supersticiones se basan en nuestra propensión a identificar patrones, los haya o no”.
Afirmación muy acertada, en general, y en particular estoy muy de acuerdo en que a veces a todos los que escribimos una crítica nos puede llegar a pasar esto, pero me sorprende la insistencia -vertebra por completo el libro- en este punto viniendo del autor de esta magnífica crítica de Terminator Génesis. Entiéndaseme bien, la crítica es magnífica precisamente porque trata temas que nunca estuvieron realmente en ese despropósito de película. Por otra parte, esa sobreinterpretación creo que también está presente en este libro, para derribar las obras de los acusados.
Con la intención de afianzar bien los términos se toma su tiempo en definir el progresismo que va a asignar al cine americano, leyéndoles la cartilla a los viejos marxistas aguafiestas y abogando por un progresismo menos austero. La cuestión es que, sin importar si estoy más o menos de acuerdo con su filosofía, lo que veo es que con esta definición tan customizada de lo que son los valores de la izquierda y el progresismo, al final, si se hiciera buena la hipótesis de Vallín -que niego la mayor- no estaría demostrando que el cine de Hollywood es más de izquierdas sino que se corresponde más con sus valores personales.
Algunas cosas no tan contracorriente
Una de las claves del libro es convencernos de que Hollywood está formado mayoritariamente por progresistas. Esto, por más que Vallín lo plantee como una postura contracorriente, creo que está bastante claro. Dentro de USA, desde luego, siempre se ha considerado a los de Hollywood como unos rojos -y esto sí lo confirma en el libro como algo sabido. Pero creo que sería extraño desde fuera de su país no pensar así, atendiendo simplemente a las manifestaciones políticas públicas de cualquiera que no sea Clint Eastwood, Robert Duvall, Charlton Heston y cuatro más.
También plantea una dicotomía entre arte y artesanía; entre obra de arte y producto. Y, entre otras cosas, coloca a Godard, el villano de esta novela, como lo que los críticos consideran arte, mientras que Spielberg se lleva la calificación de producto. Sinceramente, creo que la crítica en su conjunto, desde el bloguero en pijama de Marvel, hasta Cahiers du Cinema, venera a Spielberg y ni mucho menos toda la crítica traga a Godard.
Provocaciones
Pero sí, el libro está plagado de traviesa provocación, lo que siempre es de agradecer. Desde el hecho mismo de cagarse en Godard en el título, y seguir haciéndolo repetidas veces durante todo el texto. Que sí, que ya sabemos que Godard es un gilipollas, pero eso no cambia que tenga obras excelentes. Decir que “Alphaville es el abuelo pocho de Blade Runner” es una provocación muy divertida pero lo cierto es que lo que hace Godard con los géneros en esa película es propio de un maestro. El gilipollas tiene un talento inmenso.
Pero volviendo al tema, que no es la calidad sino la orientación política, si bien creo que situar a Hollywood en líneas generales a la izquierda solo es chocante para los antiamericanos más acérrimos, intentar vender que los autores europeos son conservadores es más complicado de defender. Se salva de esta quema ideológica solo Ken Loach y alguno más, como si fueran una excepción, una anomalía. Sin embargo, Loach ha ganado nada menos que dos veces la palma de oro (así como premios del jurado y demás) en el Cannes tan denostado por Vallín. No es una excepción, representa toda una escuela de autores europeos que abordan temas sociales de manera bastante explícita. En realidad, el cine de autor europeo está lleno de directores que solo hacen películas de crítica social. La queja hasta hace poco solía ser más bien que se abusaba de ello, ahora afortunadamente, está entrando más fuerte el cine de género entre los autores -lo que no quita para que sigan teniendo mensaje social, aunque menos explícito.
Otra de las blasfemias con las que se divierte Vallín es la de defender los remakes. No seré yo quien diga que un remake no puede mejorar al original -hay muchos ejemplos- pero hay que reconocer que la motivación habitual de un remake es vender más fácil un producto sin necesidad de invertir (pagar) mucho talento. No es así siempre, pero yo también sé generalizar.
Aunque el peor sacrilegio llega al defender el doblaje frente a la versión original. Sobre todo porque esto, en un país tan retrasado en ese aspecto como es España, solo sirve para dar argumentos a aquello que solo se sostiene por la peor de las razones: la costumbre. Y no le perdono que utilice el más manido de todos los argumentos: mencionar que Hitchcock defendió el doblaje. Me parece un argumento igual de recurrente y pobre que el que usan los creyentes para defender la existencia de Dios: que Einstein creía. Una falacia de autoridad como una casa. Y seamos serios, Hitchcock no vio una película doblada en su vida. Los cineastas anglosajones no saben nada de doblaje. Preguntadle a Kubrick.
Las trampas de Vallín
En una anécdota sobre una discusión entre Bichos y Antz, Vallín afirma esto: “Omití que la comunidad obrera era en realidad una monarquía hereditaria (matriarcal, para más señas) porque en la esgrima intelectual no se ofrecen flancos débiles al oponente”. Efectivamente, esa es la sensación que produce a veces, que toma el libro como esgrima intelectual y omite constantemente los flancos débiles. Por cierto, esto no voy a desarrollarlo pero Pixar -mencionada como ejemplo varias veces en el libro- a día de hoy me parece de lo más conservador de Hollywood, con buenas intenciones pero con nostálgica de otros tiempos.
La mayor trampa está en la realidad sesgada. Por ejemplo, tomar el cine de Woody Allen, a quien considerará europeo -esto se lo puedo aceptar- y apartarlo a la derecha porque es un cine de gente de clase de alta; al mismo tiempo que encumbra la comedia sofisticada y señala a Katherine Hepburn como “icono feminista pequeñoburguesa”. Todo es verdad. Como también sería verdad descartar la comedia sofisticada por hablar solo de la clase alta y aupar a la Diane Keaton de Allen como un icono feminista pequeñoburguesa. Funciona igual.
Algo parecido pasa cuando alaba a los americanos por tratar la última crisis económica en contraposición con los autores “de Cannes”:
“Mientras los Michael Haneke, Pedro Almodóvar, Léos Carax, Xavier Dolan, Apichatpong Weerasethakul, Abdellatif Kechiche, François Ozon y demás frecuentadores de Cannes nos contaban que su mamá no sé qué, el cine americano cogía la realidad inmediata por las solapas y la interrogaba sobre nuestra ruina como sociedad democrática”.
Claro, a esto le podemos dar la vuelta: Mientras Ken Loach, Guédiguian, Stéphane Brizé y demás frecuentadores de Cannes hablaban de las consecuencias de la crisis, en EEUU nos estaban contando que si el teseracto o la resaca de no sé quién. Es así de fácil hacer una comparación sesgada. Por otra parte, esos directores europeos que fustiga por no hablar de la crisis han tocado temas como los abusos a menores del a Iglesia (dos de ellos) o el caldo de cultivo del fascismo. Temas muy políticos y muy de actualidad.
También es muy comprensivo con el lado oscuro de Hollywood. Hace mención de algunas películas neoliberales de los 80. Pasa de puntillas por las secuelas de Acorralado cuando podría entrar de lleno en gran parte del cine de acción promilitarista de los 80. Considera que Hollywood es progresista porque capta la tendencia de la calle, pero cuando la tendencia es conservadora, como en los 80, eso es lo que se capta. Se podría hablar también mucho más de la propaganda bélica de los 40 y la anticomunista de toda la guerra fría.
Por otra parte, muchas de las películas que le sirven para justificar el izquierdismo de Hollywood son de autores de mirada propia como Olvier Stone, o en muchos casos, los autores europeos que huyeron de los nazis, lo que nos aleja de su planteamiento de cine hecho en equipo. También funciona en el otro sentido: desdeña las comedias de éxito europeas, incluso tacha a las francesas de lepenistas, con toda la razón. ¿Pero quién dirige esas películas? Nadie, no hay autor. Es un cine tan de equipo e industria como el americano. Porque ahí es donde sí veo yo una diferencia, entre el cine de un autor con ideas -la mayoría de las veces de izquierdas, si es que tiene alguna orientación- y el cine de estudio, con directores de quita y pon, que será lo que toque que sea.
Los arquetipos
La segunda parte del libro, y la más extensa, en el fondo es un repaso al cine de Hollywood. Aquí hay menos estopa para Godard y compañía aunque les sigue cayendo algún sopapo de vez en cuando. Es también otra manera de hablar de los movimientos políticos del siglo XX, principalmente en EEUU, por ejemplo, cuando nos habla de cómo el crimen organizado ocupa el lugar al que no llega el estado y por qué ocurre. Del empoderamiento feminista a partir de los cabarets del lejano Oeste y las femmes fatales del cine negro. De cómo se ha ido formando la personalidad de EEUU y sus diferencias a lo largo del XIX (western) y primera mitad del XX (mudo, cine negro…).
Creo que es algo relajado con los aspectos más reaccionarios del Western. De la misma manera que defiende este género como un mito fundador, no podemos olvidar lo importante que ha servido para seguir afianzando las armas como un derecho fundamental en EEUU, lo que a día de hoy viene más del mito que de la Historia. También me parece algo laxo con la cuestión indígena. Por más que, como comenta, para la época del Western se hubiera hecho ya la mayor matanza, la clave es más la mirada hacia los indios, especialmente en la época dorada del género. Para otras cosas sí es más tiquismiquis.
Sin embargo, creo que es bastante convincente recordando que muchas veces el Western trata sobre personas comunes que se enfrentan a la injusticia de los adinerados y poderosos caciques. Gente llana que quiere labrarse un futuro. Creo que hay una mirada limpia a muchos de esos aspectos que muchas veces descartamos por lo negativo que he comentado en el párrafo anterior.
“En muchos sentidos, la conquista del oeste es un proceso de construcción democrática desde la base, inédito en el resto de los Estados modernos. El pueblo elegía a su alcalde, al sheriff y a menudo al juez, y establecía muchas de sus leyes”.
También me parece que es algo amable con la vigencia del género cuando considera que Carlos Heredero se apresuró al certificar la muerte del western. La realidad, más allá de algún repunte aislado como Sin Perdón, es que Heredero tenía razón:
Por cierto, el último western que he visto lo ha hecho un francés, Jackques Audiard, y es bastante de izquierdas. En cualquier caso, con sus peros, los capítulos de noir y western son bastante interesantes y con una mirada que es refrescante sin estar por ello peor defendida.
Superhéroes
Pero si hay un capítulo que es convincente e interesante, ese es el del cine de superhéroes. No en vano, una capa asoma en la portada del libro. A Vallín se le nota fuerte, seguramente porque es un tema que ha tratado bastante recientemente, sobre todo con su polémica y ambiciosa crítica de la infravalorada Batman v Superman.
Se ha señalado muchas veces el carácter de derechas inherente al superhéroe, que normalmente soluciona los problemas mediante la violencia y solo bajo su propia escala de valores y no regido por una ley democrática -léase el Watchmen de Alan Moore o véase la digna película de Snyder. A pesar de eso, y fintando con la gracia de su entrenado esgrima, creo que Vallín es capaz de señalar muchos elementos que nos llevan a la izquierda. Con ejemplos históricos, con antifascismo. Consigue exculpar a Batman de su reputación facha, achacando el problema a Frank Miller y señalando con mucho acierto que la saga de Nolan fue evolucionando:
“El murciélago con cara de Christian Bale empezó instalado en la ambigüedad política cuando escribía los libretos David S. Goyer —Batman begins (2005)— y acabó cayendo en un desmelenado discurso reaccionario cuando Jonathan Nolan tomó la batuta del guion y firmó la historia anti-15M de El caballero oscuro. La leyenda renace (2012), en la que Batman acaba sofocando la revuelta de los indignados”.
Efectivamente, aquella película desorientada por el cambio de rumbo tras la muerte de Ledger arremetió contra Occupy Wall Street en un intento de tocar temas de actualidad. Pero lo importante de esto es dejar claro que Batman no siempre fue así.
Por otro lado, hipótesis aparte, entra en cuestiones filosóficas interesantes como la imposibilidad de la soberanía del hombre en un mundo con dioses. También decide robarle Nietzsche a los nazis, aprovechando un acertado y divertido monólogo del siempre ácido Ricky Gervais. Aunque cuando realmente Vallín se pone las gafas de sol y tira el micrófono es, hacia el final del capítulo, curiosamente en un momento en el que él aún no es consciente de su acierto. Hablando del personaje de Taxi Driver:
“Porque Bickle fue un Donald Trump avant la lettre o, si se prefiere, un Joker a medio hacer que ensaya ante el espejo el desafío que su condición cipotuda de hombre armado lanza a la democracia: «¿Hablas conmigo? ¿Me lo dices a mí?…”
El señor Vallín se ha adelantado así al bombazo cinematográfico de este año y a su esencia. Eso ha sido exactamente el Joker de Todd Phillips, a quien, por cierto, se nombra poco después. Chapó.
Alguna pega también tengo que poner a este capítulo. En lo referente a los personajes tóxicos, creo que se critica injustamente al cine de Paul Thomas Anderson (el mejor director actual) que, efectivamente, tiene protagonistas tóxicos y mucho, pero eso no quiere decir que sean apoyados por la mirada del director, todo lo contrario, a Anderson le encanta mostrar las vergüenzas de estos personajes. Cuando tienes un personaje que representa al capitalismo, como es el caso de Daniel Day Lewis en Pozos de ambición (enfrentándose y venciendo a la moral cristiana -Paul Dano- como cambio social a principios del XX) no se puede pretender que sea un personaje virtuoso.
Ciencia Ficción
Creo que uno de los apartados más desacertados es el dedicado a la ciencia ficción. Pasa de puntillas, citando pero no analizando la ciencia ficción de los 50 que es una factoría de películas anticomunistas como La invasión de los ladrones de cuerpos, o a la empachosamente militarista La guerra de los mundos a la que afortunadamente Spielberg le dio una vuelta. Mira, un remake bueno. Pero luego arremete contra el cine místico post-Kubrick, y achaca a su introspección un carácter menos político. “Más metafísicas e introvertidas. Más europeas, más novelescas. Menos políticas, por tanto”. El colmo de eso es decir que El planeta de los Simios no es una película política, cuando habla de esclavitud y prejuicios raciales, además de la crítica final a la humanidad en su conjunto.
La cosa empeora al hablar de la ciencia ficción que ha derivado de autores como Philip K. Dick, a quien acusa de ensimismamiento de los personajes, y por tanto de ser más apolítico, lo cual es pasto de la derecha. Un ensimismamiento que va de Deckard a Neo, dice, y por el camino nombra otras como Desafío Total o IA. Y en general, las dos últimas décadas del siglo:
“Las grandes producciones de ciencia ficción de los ochenta y los noventa, como veremos en la segunda parte de este libro, están poseídas de conflictos puramente ultraliberales, individuales, introspectivos y de talante existencial: la relación del individuo con la memoria, con la identidad y con la realidad”.
Es cierto que en esta época, cuando se adaptan obras de la nueva ola y del cyberpunk, se incorporan factores filosóficos sobre la realidad, la memoria, la identidad… Pero eso no quiere decir que deje de haber elementos políticos. Blade Runner no nos habla solo de la fragilidad de la propia identidad y de existencialismo, también nos habla de empatía y de valorar la vida del prójimo. De obreros usados y descartados. Nos muestra un comisario que usa la palabra pellejudo como otros en el mundo real usarían la palabra nigger. Algo muy parecido pasa con IA. Si uno se fija, el tratamiento, sobre todo en el segundo acto, es muy similar al que hace Spielberg en La lista de Schindler. Cambia robots por judíos, la música futurista por violines y lo tienes. La feria de la carne es un campo de concentración, con gente al mando que ni se plantea que esté cometiendo un genocidio porque ha cosificado al otro -tema recurrente en la filmografía de Spielberg-. No es tan mediocremente obvia como la sobrevalorada Distrito 9 que sí sale bien parada en este libro, pero creo que queda claro.
En cuanto a Matrix, de la que se hace aquí una lectura creo que demasiado superficial, es una película que habla sobre anestesia social, sobre unirse para combatir a las élites. Es una película que está definiendo el neoliberalismo: una persona usada como batería es lo mismo que un rider de Glovo. Es una película que habla del mayor problema de la izquierda en los 90: se ha olvidado de su dignidad, se ha olvidado de que la unión hace la fuerza, y lo ha olvidado todo a cambio de un espejismo de bienestar (claramente escenificado en el traidor que prefiere la ilusión de una comida falsa). 20 años después ya tenemos claro que aquella ilusión era pan para hoy, hambre para mañana y que, además, tenemos que recuperar ahora las estructuras de protesta que hemos perdido en el camino. Es una película pre-15M que propicia el 15M. “Dormíamos, despertamos”. Podríamos sumar a esto Están vivos, de Carpenter. ¡Claro que ha sido política la ciencia ficción americana en esas décadas!
Pero quizá la que más me crispa -aquí ya me enfado- es la inclusión de Desafío total en esa lista de películas “poco proclives a las alegorías políticas”. Una historia de un pueblo luchando contra la tiranía de un político que busca lucrarse y donde el objetivo final es socializar los medios de producción (de oxígeno). Precisamente dice Vallín con un enunciado impecable “Porque el capitalismo, amiguitos, en su versión más cruda y retorcida, no es tanto un administrador de la provisión como un gestor especulativo de la escasez”. Pues ese es exactamente el núcleo argumental de esta historia de mineros. Cohaagen es un gestor especulativo de la escasez del bien más básico. Es peor que nuestras eléctricas, que ya es decir. Y no sé si en esta negación política de los blockbusters de ciencia ficción introspectiva de los 80 y 90 incluirá también a Robocop (creo que no la nombra), pero es otro ejemplo de película de izquierdas bastante más potente políticamente que Los juegos del hambre u otras que sí acepta. Por cierto, tuvo que venir un autor europeo para hacerlas en plena era Reagan, mientras muchos creían que solo estaba haciendo una orgía de violencia (que también). Llegó Verhoeven para hacer las mismas reivindicaciones izquierdistas que estaba haciendo ya en Europa, sí, en el cine de autor europeo. Sobre estas dos películas de Verhoeven no me extiendo más porque ya hablé de su cine social aquí:
El cine de Paul Verhoeven. 1: La crítica social
08/09/2016 - Iñaki Ortiz GascónQuizá los rasgos más llamativos del cine de Paul Verhoeven son la violencia, el sexo y la potencia de su manera de rodar. Sin embargo, la crítica social está igual de presente en casi toda su obra, orientada principalmente desde posiciones de izquierda, contra el abuso de poder y la lucha de clases. Muy dado […] Leer más
En definitiva, ¡Me cago en Gordad! es un libro para cinéfilos inquietos interesados en la política y en la historia reciente, y que no tienen por qué aceptar sus tesis. Creo que es más interesante hacer cómo el, poner todo en cuestión.