El japonés Kiyoshi Kurosawa ha venido a animar la recta final del Festival con Wife of a Spy una película de intriga de narrativa clásica ambientada en el Japón de 1940 resuelta con elegancia y consistencia. Amos Gitai ha presentado Laila in Haifa, un film ambientado en la actualidad, pero que parece sacado de otro tiempo y que a estas alturas de siglo resulta grotesco en su estilo y sus diálogos. El ganador del León de Oro de 2013, Gianfranco Rosi ha presentado Notturno, la que para muchos es la película favorita para llevarse el máximo galardón entre las vistas hasta ahora, con su mirada no tan documental a los territorios devastados por la guerra en Oriente Medio. Y fuera de concurso, Frederick Wiseman ha confirmado que es un valor seguro y City Hall, su retrato de más de 270 minutos del ayuntamiento de Boston, resulta tan enriquecedor y satisfactorio como suele ser habitual en el veterano director estadounidense.

Wife of a Spy de Kiyoshi Kurosawa

Con la colaboración en el guión de Ryusuke Hamaguchi y Tadashi Nohara, antiguos alumnos de Kurosawa y autores de Happy Hour y Asako I y II, el director de Tokyo Sonata dirige su primera película de época, un elegante y estilizado film de espías ambientado en la ciudad de Kobe al inicio de la Segunda Guerra Mundial.

Wife of a Spy parte de una aún atípica mirada crítica a la actuación de los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial en el cine nipón, en la que muestra las atrocidades cometidas en Manchuria a principios de los años 40, mientras el orgullo imperialista japonés se extendía por la sociedad.

Con una narrativa clásica y un planteamiento de película de intriga, Wife of a spy propone al espectador un continuo juego fidelidades de su protagonista femenina, a la nación o a su matrimonio y manteniendo una duda permanente sobre la naturaleza de sus verdaderas intenciones. Una trama de asesinatos, traiciones, huidas y películas comprometedoras que poco a poco se irán revelando en un juego de apariencias que lleva a percibir de maneras distintas y hasta contradictorias los mismos hechos y las mismas actitudes de los personajes a medida que avanza la película.

A pesar de tratarse de una película de época, Kurosawa opta por unos decorados minimalistas, con aires teatrales (especialmente notorio en esos exteriores de las ventanas en blancos sobrexpuestos) que realzan aún más esa sensación de representación, de juego entre realidad y engaño que transmite la película.

Sin necesidad de impactantes golpes de efecto o revelaciones sorprendentes surgidas de la nada y apoyándose en una coherencia interna que no siempre se revela a las primera de cambio, Kurosawa ofrece una intriga de espías consistente, serena y elegante.

Laila in Haifa de Amos Gitai

El director israelí más reconocido vuelve por décima vez al Festival de Venecia con este retrato, o más bien boceto, de cinco mujeres de distintos orígenes y condición que coinciden la misma noche en un café-galería bastante pijo de Haifa en el que confluyen parte de lo más in del entorno para tomar algo, hablar y pasarlo bien.

Laila en Haifa está rodada a base de largos planos con una cámara que flota alrededor de los personajes y los sigue en su vagar por las distintas estancias del local, mientras entablan todo tipo de conversaciones e interactúan con amigos, conocidos, familiares o encuentros fortuitos en una planificación característica del director israelí. Hasta algo parecido a un atentado terrorista, o cuanto menos un robo con intimidación cabe en Laila en Haifa. Conversaciones de bar que de la mano y pluma del director israelí se convertirán en reflexiones, o intentos de serlo, sobre el conflicto palestino-israelí, sobre el arte, sobre sus vidas, sus planes de futuro, las consecuencias de su pasado. De lo particular y de lo universal. Dejando de lado no solo una mínima verosimilitud o naturalismo en las conversaciones, al fin y al cabo esto es una película-tratado de Amos Gitai, sino la mera lógica. El resultado es un producto que suena antiguo. A cine de otro tiempo. A cine ya superado.

Notturno de Gianfranco Rosi

Tras ganar el León de Oro en 2013 con Sacro Gra y el Oso de Oro de la Berlinale de 2016 con Fuego en el mar, Gianfranco Rosi, uno de los directores que convertido en referencia de un tipo de cine documental genera opiniones más enfrentadas entre la crítica cinematografía, partía a priori como uno de los favoritos para recibir premio también en esta edición.

En Notturno, rodado a lo largo de 3 años entre Siria, Irak, Kurdistán y Líbano, en las zonas donde más fuerte ha golpeado el ISIS, Rosi retrata no tanto el desastre de la guerra, como la desolación que queda en los lugares en los que ésta ha ocurrido.

En todo documental es inevitable que se dé una especie de principio de incertidumbre. El mero hecho de poner una cámara delante de unas personas altera la forma de actuar de éstas. Pero a Rosi parece no importarle. Ni que ocurra, ni que se note. Todo documental tiene una parte de construcción, pero Rosi ni lo disimula. Fabrica la realidad de forma descarada y manipuladora buscando la emoción del espectador y apelando más a sus sentimientos, que a la razón. Aunque nos lo venda como documental. Por eso fabrica secuencias como una especie de coreografía de madres de víctimas de la guerra pululando por el edificio en el que fueron torturados y estuvieron encerrados. O reconstruye sin ningún pudor delante de la cámara un momento tan íntimo y personal como en el que una madre llora al revisar las fotos de su hijo torturado. O planifica las secuencias de las incursiones militares como si fueran una película de ficción con la cámara adelantada ‘esperando’ la irrupción de los soldados.

Pero también atrapa imágenes bellas, evocadoras y sugerentes. Imágenes nocturnas iluminadas por el fuego de los pozos de petróleo ardiendo, una carretera convertida en auténtica cascada de agua o los distintos intentos de cruzar un río tras el destrozo del puente que permitían vadearlo. Imágenes de gran fuerza visual por lo estético y por su capacidad de evocación. Lástima que su camino para conseguir la atención del espectador se incline demasiado hacia la búsqueda impúdica de la emoción por cualquier medio.

City Hall de Frederick Wiseman

Precisamente en el lado contrario dentro del cine documental se encuentra el veterano y prolífico director estadounidense Frederick Wiseman a sus 90 años. El director de National Gallery, Ex-Libris  o La Danza – El ballet de la Ópera de Paris, pone en City Hall su ojo, sus cámaras y sus micrófonos en el ayuntamiento de la ciudad norteamericana de Boston. Desde su contundente exterior de arquitectura brutalista de hormigón a los distintos comités, a las reuniones, presentaciones y similares que constituyen parte de actividad. Siempre de forma discreta y captando la realidad de lo que ocurre y construyendo un relato y dotándole de una estructura mediante el montaje, sin necesidad de voz en off o insertos explicativos. Presentada fuera de concurso, es una de las propuestas más interesantes vistas los últimos días en el Lido y confirma a Wiseman como un valor seguro cinematográficamente hablando.

Para ubicar al espectador, qué mejor que una presentación del presupuesto a las nuevas incorporaciones al ayuntamiento. De dónde sale el dinero y en qué se aplica el gasto. Y a partir de ahí el documental se expande intentando abarcar toda la actividad de un gigante como el ayuntamiento de una ciudad de 700.000 habitantes.

Desde algo tan banal y rutinario como la recogida de basuras, a algo tan personal y extraordinario como una boda o algo tan multitudinario y colectivo como la coordinación de las distintas fuerzas participantes en el desfile de celebración de la victoria en las World Series de baseball de los Red Sox.

Y sobre todo, las distintas reuniones y comités de ayuda a los más desfavorecidos. Porque tratándose de un ayuntamiento, hay logística, pero inevitablemente también hay política. Y dónde se establecen las prioridades de inversión y de acción resultan vitales. Y es ahí donde se le podría buscar a City Hall uno de sus puntos débiles. Las continuas apariciones de su alcalde Marty Walsh, y la ausencia de la más mínima voz crítica, fundada o infundada, al mismo, le dan al film un aire de propaganda a su gestión.

El otro punto débil es cierta tendencia a la reiteración. Hasta tres veteranos de tres guerras distintas cuentas sus experiencias en un encuentro en uno de los recintos del ayuntamiento o algunas de las reuniones a las que somos ‘invitados’ se parecen demasiado a otras a las que acabamos de acudir, lo que provoca una duración total del film de más de 270 minutos.


Gracias a La Finestra Digital por compartir sus crónicas con nosotros.