Crónicas desde el Festival de Cannes 2021
En la crónica de hoy repasamos las nuevas películas de tres directores habituales en la Croisette y una debutante: Wes Anderson, Mia Hansen-Løve, Nani Moretti y Kiril Serebrennikov
LA CRÓNICA FRANCESA de Wes Anderson
Nueve años después de haber inaugurado el Festival con Moonrise Kingdom, el estadounidense Wes Anderson vuelve a la Costa Azul con esta película que ya figuraba en la selección de Cannes 2020, pero que dado que aún no se ha estrenado en ningún país del mundo con motivo de la pandemia de COVID, compite por la Palma de Oro de este año.
A estas alturas Wes Anderson ya no sorprende. Su cine más que una firma autoral, parece obedecer ya a una fórmula establecida por él mismo. Su cine es perfectamente identificable y único y aunque su estilo cada vez parece más depurado y cada vez se acerque más a la perfección dentro del mismo, en los últimos años su cine desprende un aroma a fórmula y de algo ya visto. Su cine sigue siendo igual de bueno, pero cada vez sorprende menos.
El director de Gran Hotel Budapest estructura su película en 5 partes: el obituario del director de una revista estadounidense -que recuerda a The New Yorker, pero publicada en Francia-, tres historias muy francesas del último número de la revista mencionada -una sobre el arte y la salud mental, otra sobre las reivindicaciones juveniles de los 60 y otra sobre gastronomía- y una nota final. Todo en una Francia de los 50 y 60, la Francia de Jacques Tati, que por si quedaba alguna duda el mismo Anderson se encarga de aclarar con su homenaje al archiconocido plano de la subida a la casa de Mon Oncle.
Esta división de la película en partes más o menos independientes, le permite evitar la dispersión narrativa y concentrarla en piezas más pequeñas conectadas entre ellas por su estilo, sus formas y ese obituario inicial y la nota final que marcan la estructura del film.
Porque en eso Wes Anderson no cambia. Sigue con su obsesión por la simetría, su tendencia a las pantallas partidas por mero efecto de la composición del plano y no del montaje, con sus situaciones extrañas, sus personajes y diálogos excéntricos, su extensísimo reparto lleno de nombres habituales y prestigiosos debutantes, sus colores pastel, aunque esta vez recurra también al blanco y negro, la música de Desplat y todo envuelto en unos decorados, un tono y un ambiente de cuento y de fantasía. Nada nuevo en el universo de Wes Anderson. Para bien y para mal.
LA ISLA DE BERGMAN de Mia Hansen-Løve
Ha llegado el momento en el que Mia Hansen-Løve, una de las directoras francesas más interesantes de los últimos años, debuta en la competición principal del Festival de Cannes. Y lo hace con este drama sobre una pareja de cineastas que llega a la isla de Farø, donde vivió, murió y está enterrado Ingmar Bergman. Él, Tony, un maduro director interpretado por Tim Roth, invitado para participar en las mesas redondas y proyecciones organizadas en torno al director sueco en la Bergman Week. Ella, Chris, una joven directora interpretada por Vicky Krieps, que además de acompañarlo buscará inspiración para su siguiente proyecto. La analogía con la pareja que formaron Olivier Assayas y Mia Hansen-Løve hasta 2016 parece evidente.
Hansen-Løve evita el homenaje al director sueco. Son reconocibles algunas localizaciones -la cama en la que duerme la pareja protagonista se utilizó en el rodaje de Escenas de un matrimonio y según su propietaria causó millones de divorcios en todo el mundo, algún plano parece una recreación de alguno previamente rodado por Bergman- pero más allá de la veneración y el respeto que despiertan esos espacios en la joven directora, la isla de Bergman que muestra Hansen-Løve parece un parque temático para cinéfilos, intelectuales y fans de todo el mundo con su Bergman Safari incluido.
Una vez en la isla descubren que mientras él no tiene inconveniente en prestarse al programa de eventos organizado por sus anfitriones, ella prefiere descubrir los secretos de la isla a su aire o con la compañía de un habitante de la isla. Pero cuando una vez superado el planteamiento parece que el conflicto de la película va a tomar forma y sustancia, el film opta por la recreación del guión que está escribiendo Chris en el que Amy, interpretada por Mia Wasikowska y a su vez alter ego del personaje interpretado por Vicky Krieps, se muestra desorientada y perdida en su propia vida al llegar a esa misma isla, dejando apartado durante gran parte del metraje la historia original y abriendo la narración a otra historia a la que como a la original, le vuelve a pesar la levedad del conflicto.
A pesar del encadenamiento de alteregos Mia – Chris – Amy y el componente metafílmico que conecta los distintos planos narrativos, la interrelación resulta escasa, la complementariedad en entre ambas historias demasiado tenue y el resultado es una película demasiado leve y escasa de pegada.
TRES PISOS de Nani Moretti
El ganador de la Palma de Oro de 2001 con La habitación del hijo, vuelve al Festival de Cannes por octava vez con este melodrama familiar acerca de las relaciones paternofiliales, en el que adapta la obra del israelí Eshkol Nevol y en la que a pesar de su elegancia narrativa, su claridad expositiva y al hábil uso de las elipsis, a su guión le pesa demasiado su tendencia a las casualidades, a forzar las situaciones y a la simplificación.
Los tres pisos del título hacen referencia a los tres apartamentos de un edificio burgués de las afueras de Roma en el que viven sus protagonistas. En uno de ellos, una mujer (Alba Rohrwacher) con tendencia a la depresión y cuyo marido está casi siempre ausente por motivos de trabajo a punto de ser madre. En otro, una pareja de jueces (Nani Moretti y Margherita Buy) cuyo hijo atropella a una mujer y estrella el coche en el tercero de los pisos en los que vive un joven matrimonio con una niña de 7 años cuya relación con un vecino anciano acabará obsesionando con o sin razón a su padre (Riccardo Scamarcio). A lo largo de 10 años, las relaciones entre los vecinos evolucionarán, los niños crecerán, los vecinos más mayores morirán, pero los problemas planteados seguirán siendo los mismos que en el arranque de la película.
Uno puede entender la dificultad de ejercer de padre o madre, que el ser humano como animal se puede volver irracional por defender a su descendencia, pero hay demasiadas actuaciones de los protagonistas de Tres pisos que resultan forzadas y más guiadas por la conveniencia del guionista por hacer avanzar la historia y generar conflictos que por propia lógica y verosimilitud de las mismas.
PETROV’S FLU de Kiril Serebrennikov
Como ya ocurriera en 2018 con ocasión del estreno mundial de su película anterior Leto, los problemas con las autoridades de su país que lo acusan esta vez de malversación de fondos públicos, han impedido que el ruso Kiril Serebrennikov se haya desplazado a Cannes para presentar su película, aunque sí ha podido hacerlo de forma virtual.
Serebrennikov no es un director de medias tintas. Ni su cine. O te atrapa o te expulsa. Su dominio de la puesta en escena y su ambición formal son abrumadores, pero a su vez esa exhibición compulsiva de dominio de los recursos técnicos y narrativos, esa búsqueda continua de evitar la convencionalidad a toda costa y mostrar su genialidad puede resultar excitante para algunos y apabullante y excesiva para otros.
En Petrov’s Flu, adaptación de la novela de Alexei Salnikov, nos lleva a un viaje alucinado y alucinante, surrealista y absurdo por la Rusia post-soviética. Que luce y suena mucho a lo que podría ser una Rusia post-apocalíptica. Porque pasadas por la puesta en escena de Serebrennikov y la alucinaciones febriles de Petrov, tampoco queda clara la diferencia. Ni entre la Rusia post soviética y una Rusia post apocalíptica, ni entre realidad y alucinación provocada por la enfermedad de su protagonista.
Saltándose las reglas de la dramaturgia tradicional, jugando con los puntos de vista, los formatos de imagen, volviendo hacia atrás y avanzando hacia delante en el tiempo las distintas subtramas se cruzan, se entremezclan, adquieren nuevos significados o se neutralizan entre ellas. Con una intensidad narrativa arrolladora. Apoyada en largos planos con la cámara siempre en movimiento, con repentinos y sorprendentes saltos de línea argumental que obligan a cuestionarse gran parte de lo visto hasta ese momento, Petrov’s Flu adquiere forma de excitante, sugerente y agotador puzzle en el que tampoco importa demasiado que falten o sobren piezas. La emoción está en el viaje.