Reseña de Vortex de Gaspar Noé
Gaspar Noé es uno de los cineastas en activo más interesantes. Lo podemos decir después de que con 57 años de edad y una carrera de más de cuatro décadas que contiene largometrajes, mediometrajes, cortos y vídeos musicales, sigue siendo capaz de sorprendernos. Lo mismo rueda un Clímax que un Vortex con apenas tres años de disstancia. Hay muchas diferencias entre ellas, entre ambos tipos de propuestas, pero también muchísimos elementos comunes. Hablemos de unos y de otros, y del valor propio de Vortex.
En Vortex no hay droga (casi), ni baile, ni sexo, como en Climax y en otras películas del director francés de origen argentino. En Vortex no nos colocamos, pero sí sentimos y sufrimos, más incluso que en anteriores propuestas. No sé si porque el autor ha tenido alguna experiencia cercana a la muerte que se asemeje a lo que cuenta; pero es capaz de trasmitir con una exactitud extraordinaria lo que es el proceso de una enfermedad degenerativa y de la vejez en general. Y lo hace con más control narrativo y mejor pulso que en anteriores y lisérgicas propuestas.
A pesar del cambio en cuanto a la problemática que muestra, estilísticamente es muy fiel a sí mismo. Sus artificios formales se muestra más efectivos que nunca y tienen perfecto sentido como instrumento para contar su historia. La pantalla partida, los fundidos en negro y blanco o el uso de la música, muestran claramente esa diferente perspectiva que tienen cada uno de los personajes. Cómo por mucho que se encuentren en la misma habitación cada uno está en compartimentos estancos, sin posibilidad de comunicación real. Un matrimonio (Françoise Lebrun y Dario Argento) y su hijo (Alex Lutz) que tratan de buscar el equilibrio entre cuidar de si mismos y cuidar a los que le rodean. Con la misma sensación que el espectador tiene al mirar la pantalla partida, si miro una de las opciones, descuido la otra.
Quizá Vortex peca de lo que suelen pecar últimamente muchas películas: El final se alarga en exceso y el epilogo tras el fundido de la pantalla de la pantalla de Françoise Lebrun resulta innecesario. No es una película redonda, pero ojalá más riesgos creativos como los que toma Gaspar Noé en Vortex, que esta vez mira a los ojos a la muerte y nos lo cuenta sin dejar de ser él en ningún momento.