Sin tiempo para morir es un broche de oro para la era de Daniel Craig como James Bond. Atesora varias de las virtudes que han caracterizado a esta etapa, y juega con algunos nuevos ases en la manga. Las películas de Craig no han sido simplemente un cambio de intérprete, suponen una pequeña subsaga dentro de la franquicia, con sus propios rasgos diferenciados y algo que hasta entonces no había existido: una cierta continuidad narrativa que, ahora, una vez terminada, podemos ver como un arco dramático completo. Los componentes seriales no han sido en ningún caso lo suficientemente rígidos como para no poder disfrutar de cualquiera de las entregas por separado, pero sí que ha habido una evolución en la trama y en los personajes.
Casino Royale fue un reinicio en toda regla. No solo porque nos llevase a los inicios del personaje, sino porque redefinía de forma rupturista algunos de los rasgos que estaban quedando más desfasados. Un Bond más humano, menos frío, más vulnerable. Más físico, ahora sí se arrugaba el traje. Un Bond al que ya no le importaba cómo le sirvieran el cóctel. Ese personaje, ahora menos flemático y caricaturizado, podía y debía evolucionar. Enamorarse, desesperarse, sufrir, odiar. Y con esas motivaciones hemos llegado hasta aquí. Al ser la última entrega de este arco, tiene varias cartas poderosas con las que jugar. Elementos dramáticos jugosos que permiten que el personaje avance y que la trama de thriller de acción internacional ocupe un segundo puesto. Quizá por eso esta entrega sea de las más redondas, porque tiene algo que contar hasta el final.
Una de las apuestas de la etapa Craig fue la de dotar de cierta calidad al producto. Para ello se ha contado con directores de cierta reputación fuera de las superproducciones de acción. Marc Forster, Sam Mendes y ahora Cari Joji Fukunaga. Es cierto que el primer director, Martin Campbell, que ya había dirigido Goldeneye, no encaja mucho en este perfil, pero en esa primera entrega, además del cambio de actor, había una propuesta muy fuerte en el guión, con la incorporación del guionista del momento, Paul Haggis, que venía de triunfar con Million Dollar Baby y Crash. La historia de toda está saga está escrita por dos guionistas que ya venían de las mediocres películas anteriores, Neal Purvis y Robert Wade. Pero si ellos se han encargado del armazón, como buenos conocedores del universo Bond, siempre ha habido en estas últimas películas otro guionista de más caché para darle el toque mágico. Haggis en las dos primeras. John Logan (El aviador) en las dos siguientes. En esta última se ha involucrado en el guión el propio director, Fukunaga; y lo que probablemente es más importante, la guionista y protagonista de Fleabag, Phoebe Waller-Bridge, lo que sin duda ha aportado una sensibilidad femenina inédita en la saga. No solo por el simple hecho de ser mujer sino por el tipo de ficción que hace.
Fukunaga no tiene la excelencia visual de Sam Mendes, ni el director de foto, Linus Sandgren (La La Land) tiene la exquisitez de los titanes que trabajaron con Mendes (Roger Deakins y Hoyte Van Hoytema). Pero sin ser tan espectacular, Fukunaga tiene un lenguaje elegante, eficaz. Es capaz de potenciar la acción y el drama sin recrearse en la forma pero se permite algunos destellos de personalidad, como en la escena inicial, esa puerta que se entrecierra para ocultar al intruso en la casa, a través de un cristal que distorsiona aún más su imagen. Un comienzo formalmente inusual, que se envuelve en un género a priori ajeno a la saga. Es básicamente terror, un home invasion de manual, con susto de enmascarado tras la venta incluido. Una de las características de esta entrega es el uso que hace de géneros más allá de la acción, la comedia, la fantasía erótica o el thriller de espías que eran los pilares de la saga. Partimos del terror para después aterrizar en un drama romántico, con una ruptura desgarradora. Como si volviera a rodar Jane Eyre, pero con más química en la pareja protagonista. Fabulosamente descompuesta Léa Seydoux cuando se echa las manos al vientre, mientras parte su tren como en un melodrama clásico, retorciéndose por dolor de amor. Luego podremos dar una segunda lectura a este gesto. Un momento de drama apasionado para una película de Bond. Esta mezcla de géneros, en concreto entre la acción y el drama romántico nos regala escenas que funcionan tan bien como la del tiroteo en el coche.
Ahora que hay, como mínimo, dos franquicias más compitiendo por el trono de la acción internacional, Misión Imposible y Fast & Furious (esta última es de la casa, de Universal), es importante que 007 sea capaz de diferenciarse. Cuando Campbell modernizó la saga bebió demasiado del estilo de acción de Bourne y 24. Le quitó a la franquicia el olor a cerrado y algo de caspa, pero también la normalizó. La cierta seriedad dramática la aleja de los superagentes del tuning y sus locas aventuras, pero aún le seguía comiendo la tostada el eficiente Ethan Hunt. Ha sido importante que poco a poco hayan vuelto dos elementos que Casino Royale despreciaba incluso explícitamente, el glamour y la excentricidad. Mendes ya recuperó una elegancia estilosa que la distancia de las otras sagas y que le viene muy bien para vender relojes y coches de alta gama. También es importante que superagentes como Bond o la genial Paloma interpretada con muchísima chispa por Ana de Armas, paren un momento de máximo frenesí de acción para tomarse dos copazos en la barra. Hostias como panes, pero con clase.
En cuanto a la excentricidad que fue seña de identidad desde los inicios y que funcionaba tan bien en los años 60, se ha ido recuperando y aunque no define el conjunto de esta película, está presente. Ya lo habíamos recuperado bastante en Spectre, con esas mesas enormes para sentar a los miembros de la organización maligna, por estricto órden jerárquico. El evil genius, interpretado con suficiente grima por el extraño Rami Malek, en esta ocasión tiene su propia isla y un deliciosamente bizarro y exótico jardín envenenado que cuidan sus esbirros con esmero. Nada que envidiar al Dr. No. El villano no principal, a lo Hannibal Lecter, al que sacan de su encierro en una cabina móvil diseñada para él, el mítico Blofeld, interpretado de nuevo con perversión por el gran Christoph Waltz. Excentricidades cuidadas con mucha estética que nos devuelven al particular sabor original. Todas las instalaciones letales de la isla y sus esbirros con buzo, son al mismo tiempo inquietantes y bellas. El punto exacto.
La aportación de Hans Zimmer
Otro acierto de esta película es la incorporación de Hans Zimmer en el apartado de la banda sonora. Bebe de los clásicos de la saga, especialmente influido por el trabajo de John Barry. De hecho, hay algunos guiños que tienen significado narrativo. Al principio, en Matera, Bond le dice su chica que tienen todo el tiempo del mundo. Es un guiño al final de Al servicio de su Majestad, cuando Bond, recién casado, le dice lo mismo a su esposa. Zimmer subraya esa referencia con el corte Matera que tiene parte de la melodía de We Have All The Time in the World, que John Barry compuso para Louis Armstrong en aquella película. Lo que pasó después en aquel final debería poner en guardia a los fans de 007. Después, en este final hay una variación de esa frase, con un significado distinto y ahora sí, Armstrong aparece con su canción original durante los créditos finales. La referencia musical unida a la línea de diálogo es todo un homenaje a la franquicia. De la misma película roba también el tema principal, lo ralentiza y lo convierte en Good To Have You Back. Así, Zimmer juega parecido a como lo hizo en Dunkerque, en donde tomaba una pieza existente de cierta relevancia argumental y además de versionarla, aportaba sus propias variaciones.
Zimmer uno de los compositores más reconocibles del momento, mucho más que los anteriores, Thomas Newman y David Arnold, y aunque, como he contado, ha sabido adaptarse a los cánones de la saga, no pierde su estilo y se le puede identificar fácilmente en varios momentos, incluso con algunos caprichos de sacar a pasear la percusión más contundente. Eso sí, lejos del protagonismo que tiene con otros directores -Nolan es el ejemplo extremo- ha sabido ocupar un lugar desde el que aporta pero sin ser la estrella. Zimmer se adapta al estilo de temas existentes como también lo hizo en Dunkerque. Quizá le falta un poco de lirismo en el clímax. En cuanto al tema de Billie Eilish, en un tono más triste de la habitual, acorde con la película, creo que sin ser brillante, funciona. Y los créditos son estupendos desde el punto de vista visual.
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La acción no ha sido tan protagonista en la etapa Craig como lo fue en la de Brosnan. Quizá con la excepción de Quantum of Solace. Y en esta tampoco es lo más importante. Recordemos que en las primeras películas de Connery la acción no era lo principal, eran películas de espías. Aún así, tenemos unas cuantas buenas secuencias de acción. En el prólogo, en Italia, con la escena del puente y toda la persecución en moto. La salida de la fiesta en Cuba, aunque para mí está algo diluída por una sobredosis de trama que hace que los objetivos sean algo confusos. Y la acción en Noruega, que además de contar con un elemento extra de motivación para Bond y vulnerabilidad, juega con la niebla y con el paisaje de una manera inteligente y elegante. Algo que ya tanteó Fukunaga en Jane Eyre.
El futuro de James Bond
¿A dónde va James Bond? De momento, la película tiene uno de los mejores finales de la saga, en el que, como decía, hay una finalización del arco dramático del Bond de Craig. Se le despide al personaje de un modo solemene y emotivo, con la épica y la pirotecnia -literal- que merece, unas salvas en su honor. Y sobre todo, con una sofisticada metáfora que aprovecha la complejidad tecnológica del arma para hablarnos de la redención del héroe. Después de años de combate sin escrúpulos se da cuenta de su propia toxicidad y del efecto que tiene su sola presencia para los suyos. No es apto para la vida que desea porque el veneno lo lleva dentro, a través de sus heridas de guerra. Fabuloso.
Se nos presenta, por supuesto, a la nueva 007, que vale doble porque es mujer y es negra. Más allá del cambio algo obvio para los nuevos tiempos, creo que Lashana Lynch tiene carisma y energía como para ser una buena agente. Quizá he echado de menos algo de sentido del humor, pero va bien servida de seguridad en sí misma. Seduce al protagonista y lo maneja a su antojo. La película deja la puerta abierta a que ella sea la nueva 007, pero también es muy posible que se quede todo en la curiosidad de que en esta película una mujer ha sido 007. El titular previo ha valido la pena. Lo cierto es que si te quedas hasta el final de los créditos puede ver el clásico “James Bond volverá”, lo que parece sugerir que será hombre otra vez. Quizá Lynch sirva para un spin-off con otra agente 007. Imagino que todo dependerá de la aceptación del público. Lo que sí nos deja este personaje, más allá de del oportunismo evidente, es una nueva evolución, ya muy necesaria en el protagonista. Pasa de la competición agresiva al respeto y reconocimiento de la mujer en un ámbito profesional mayoritariamente masculino. La primera reacción es defensiva, conservadora, pero después Bond revisa sus valores y su orgullo y evoluciona.
En definitiva, tenemos una muy buena película de acción mezclada con otros géneros. Con un repartazo que está a años luz del de las viejas entregas. Con personajes bien construidos, lo suficiente como para que importe lo que pueda pasar, dándole poso a la película. Con varios efectos dramáticos muy juguetones. Con una vuelta al sabor original pero con pasos hacia delante en la modernización de la saga. Con buenas escenas de acción pero sin convertirse en un simple espectáculo circense. Un final a la altura del mejor sucesor de Connery, Daniel Craig, un buen actor que ha sabido ser físico e icónico, al tiempo que podía desarrollar más su personaje. Me uno al brindis final. Adiós, Daniel.