Ricardo FernándezReseña de Showing Up, de Kelly Reichardt
El cine Kelly Richardt huye de la épica o el dramatismo. Lo suelen protagonizar personajes incapaces de llevar adelantes sus planes, gente que trata de avanzar, huir o progresar -que se parecen pero no son lo mismo- pero son incapaces de hacerlo. Y a Reichardt le gusta contarlo despacio, sin aspavientos, poniendo la vista en el entorno que les rodea y dando espacio y tiempo para que el espectador pueda conocer a los personajes y al mundo en el que viven y, quizás así, empatizar con ellos. Son más importantes las rutinas y la cotidianeidad que los sucesos extraordinarios. Showing Up, la última película de Kelly Reichardt y su primera aparición en la sección a concurso del Festival de Cannes, se mueve entre esos márgenes también.
Showing Up se centra en Lizzy Carr (Michelle Williams), una estudiante de escultura en el Oregon College of Art and Craft de Portland, durante la semana previa a su primera exposición. Los plazos se le echan encima y ella tiene que lidiar con el trabajo, con una caldera rota que Jo (Hong Chau), su casera, vecina y alumna aventajada de la escuela, no termina de arreglar y con unas relaciones familiares algo complicadas. Por si fuera poco su gato casi mata a una paloma y, sin comerlo ni beberlo, ella se empieza a encargar de su cuidado. Nada especialmente traumático, aunque Lizzy parece siempre sobrepasada por la situación.
Con esos ingredientes y potenciando los miedos, celos y frustraciones de Lizzy, hay cineastas que podrían rodar un intenso drama sobre sueños frustrados. Potenciando las situaciones ridículas y la torpeza de la protagonista se podría construir una comedia que ridiculizase el mundo del arte. Sin embargo Reichardt vuelve a optar por el minimalismo y la desdramatización de los problemas, bañándolo todo de una fina ironía no exenta de ternura. No hay nada de glamour en este retrato del mundo del arte, empezando por la interpretación y caracterización de una Michelle Williams (en la cuarta colaboración con la directora), que está sencillamente perfecta encarnando a un personaje abatido y sobrepasado por su vida. La lenta cadencia, los colores gastados y el entorno alejado de la gran ciudad (no es rural, pero casi) también potencian esta visión desglamourizada de los entresijos del arte.
No es la mejor película de la directora de Wendy & Lucy o la magnífica First Cow, quizá su apuesta por minimalismo haya sido excesiva esta vez; pero Showing Up es tan delicada y acogedora que no cuesta nada dejarse llevar para tratar de entender su simbolismo y explorar las vidas y sentimientos de unos personajes que lidian batallas muy parecidas a cualquiera de las nuestras.
