Ricardo FernándezMia Hansen-Løve ha construido una interesantísima filmografía centrándose, sobre todo, en la vida cotidiana de mujeres que tratan de mantener el equilibrio y continuar con sus obligaciones mientras lidian con problemas sentimentales y familiares. Disfrutando de los buenos momentos y luchando contra los malos en unas vidas llenas de altibajos.
De eso trata Una bonita mañana, de Sandra, interpretada por una excepcional Léa Seydoux, una joven madre viuda que trabaja como traductora y que, además de a su hija Linn, también cuida a su padre, Georg (Pascal Greggory), un ex profesor de filosofía que padece una enfermedad neurodegenerativa variante del alzheimer que afecta a su vista y sus capacidades cognitivas. Sandra no está sola en la labor de cuidar a su padre, tanto su hermana como la actual pareja de su padre e incluso Françoise, la exmujer de Georg y madre de Sandra, están muy implicadas y trabajan juntas buscando el mejor lugar para él. Mia Hansen-Løve no se centra en la enfermedad o el duro porvenir que les espera y el inevitable final, sino en los pequeños problemas diarios como conseguir una buena residencia o vaciar el piso. Las mujeres son plenamente conscientes de la dureza del proceso y tratan de llevarlo con la mayor entereza posible, con sus días buenos y sus días malos. Lo dicho, mujeres tratando de mantener el equilibrio y cumplir con sus obligaciones.
En medio de eso Sandra se encuentra con Clément (Melvil Poupaud), un amigo de su difunto esposo con un hijo de la edad Linn. Él está casado pero no tarda en mencionar que se encuentra distanciado de su mujer y no tardan en iniciar un romance. Sandra está oxidada tras años sin mantener relaciones, pero esta aventura prohibida, pasional y carnal le da vida y pequeños flashazos de luz que veremos reflejados en destellos rojos del vestuario de la protagonista. A nadie le sorprende que ser la otra mujer no resulta ser un camino sencillo y supone otro obstáculo más en la difícil tarea de Sandra de mantener el equilibrio mientras cumple con sus obligaciones.
La virtud de Hansen-Løve es capturar todos estos momentos con naturalidad y fluidez, sin necesidad de forzar situaciones ni cargar las tintas. A base de repeticiones y variaciones dibuja un entorno cercano con el que es fácil empatizar porque sus personajes se equivocan, aciertan, ríen y lloran como todo el mundo. Son situaciones que cualquiera puede reconocer, directa o indirectamente, que Hansen-Løve enlaza con habilidad para reflejar, incluso homenajear, esta lucha diaria.
La película no sería tan brillante sin una actriz como Lea Seydoux que es capaz de reflejar la montaña rusa emocional en cada gesto y cada mirada. Solo por cierta escena en la que tras leer un mensaje de texto es capaz de expresar felicidad, miedo y tristeza ya no de manera consecutiva sino simultánea se merecería cualquier premio que le dieran. Una actriz así, capaz de completar su personaje con decenas de matices que no están en el guion, hace mejor cualquier película. Si en el guion y tras las cámaras está Hansen-Løve el resultado no puede ser otro que una pequeña joya.
