Zinemaldia 2022: La maternal de Pilar Palomero
Enfrentarse al segundo largometraje no es tarea fácil. Consolidar lo demostrado en el debut, encontrar una nueva historia, superar las expectativas… sobre todo si con tu primer largo has tenido un éxito de taquilla y has ganado un Goya a mejor película como hizo Pilar Palomero con Las niñas. Con ese listón tan alto ha presentado La maternal, su segundo largometraje ni más ni menos que en la Sección Oficial de San Sebastián, delante de toda la crítica. Y para quien esto escribe pasa sobre el listón sin problema alguno.
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La maternal nace cuando Pilar Palomero conoce de primera mano un centro para menores embarazadas y quiere contar lo que allí ve. Tanto es así que muchas de las mujeres que salen en esta película son las mujeres que viven allí, contando sus propias historias. No hace falta que nadie diga que son testimonios reales, porque la película cambia hábilmente de forma para acercarse al documental -o la no ficción como decimos ahora- en el momento en que se presentan esos personajes. No de una forma tan abrupta como hacía Elena López Riera en El Agua, pero sí lo suficientemente evidente. En esta, como en aquella, también muestran la importancia de la herencia generacional, el peso de ser hija de según quién en determinados entornos.
La protagonista de la maternal es Carla, una chica de 14 años interpretada por Carla Quílez. Macarra, malhablada, arrogante y bastante violenta, aunque también cariñosa cuando quiere, que vive con su madre soltera que no es, precisamente, una buena influencia y que pierde la custodia sobre ella. Ese es el momento en que Carla descubre que está embarazada y es trasladada al centro de acogida donde conoce a sus nuevas compañeras con historias aún más trágicas que la suya. En ningún momento ella deja de ser una niña caprichosa y maleducada, también ingenua a pesar de no ser tonta. No sabe lo que se le viene encima, pero el miedo poco a poco le empieza a afectar y ahí es dónde brilla Carla Quílez, la actriz, que no se limita a ser una gamberra juvenil dispuesta a enfrentarse a todos, también construye un lado frágil y desorientado. No es más que una niña aprendiendo sobre la marcha. La primera vez que la vemos está bajando una cuesta en bici, despreocupada e imprudente; pero la despediremos en sentido contrario, esforzándose mientras pedalea cuesta arriba. Ya no es la misma.
Todo esto lo filma Pilar Palomero mostrando un estilo más trabajado que en Las niñas. Aplicando brío cuando es necesario, volviéndose más discreta cuando la ocasión lo requiere y jugando mucho con las luces y sombras. Es cierto que la película repite situaciones similares en varias ocasiones, pero también es cierto que las reacciones de los protagonistas no son siempre las mismas -sus situaciones no lo son- y que en otras es un fiel reflejo de la realidad -los bebés pueden llorar muchas veces- y es precisamente su repetición lo que provoca desesperación; pero quizá sea esta estructura la que lastra un poco el ritmo en algunos tramos de la película.
Cuando se trata de temas tan actuales como el aborto se corre el riesgo de que te exijan posicionamiento y Pilar Palomero no lo hace. Da espacio a las mujeres protagonistas para que cuenten sus historias, para que opinen ellas y para que sean cada espectador o espectadora quien juzgue la situación. Ha escogido un entorno muy concreto con unas mujeres en situaciones muy extremas; pero no fuerza ni dramatiza más unas vidas que ya de por sí son muy dramáticas. Hay más respeto que compasión en la mirada de Palomero.