Iñaki Ortiz GascónSebastián Lelio se aleja aquí de un cine más apegado a la actualidad para contar una historia de época ambientada en la Irlanda del siglo XIX. El esquema es el típico de una historia de determinación de la veracidad de un milagro, como podemos ver en películas como El tercer milagro. Normalmente suele haber un protagonista más o menos escéptico y una lucha entre la fé, las creencias y la búsqueda de la verdad. Aquí tenemos todo eso, con un planteamiento ya claro desde la premisa que nos sitúa los elementos contrapuestos. La monja y la enfermera. La Irlanda rural y Londres. El secretismo abnegado de los hogares y la transparencia desvergonzada de los periódicos. La fe sin dudas y la búsqueda de la verdad.
Tampoco es necesario que ahonde demasiado en todas estas ideas porque la película se explica sola en unos largos 100 minutos que rebosan completamente el potencial de una premisa que conocemos de sobra. Una niña deja de comer y los efectos en su salud son los de cualquier niña que ha dejado de comer, oh sorpresa. Sin embargo, un grupo de caricaturescos patriarcas se pasa la película diciendo tonterías sobre si la susodicha es una santa o si hace la fotosíntesis. Hay que aguantar todo este valle de tonterías repetidas para conseguir llegar al dilema. Respetar las funestas creencias religiosas de una familia o intervenir. Una cuestión que podríamos aplicar a nuestros días por los casos de religiosos más dogmáticos. Podemos hablar del catolicismo y las células madre, de los testigos de Jehová y las transfusiones, la ablación en determinadas culturas o algo mucho más cotidiano como son los que no vacunan a sus hijos. Aquí está un poco el único y verdadero dilema de la película, porque no tiene ningún interés cualquier dialéctica entre la fe y la razón, entre la religión y la ciencia, entre la superstición y la verdad. No suele tener interés ya de por sí, pero aquí, entre tanta tontería ingenua, menos.
Así que tenemos una historia alargada, sin mucha chicha, solo con una leve tensión en su recta final, que además está adornada por un pretencioso juego de realidad y ficción, de mostrar el trampantojo al inicio y al final, que pretende hacernos creer que hemos asistido a algún tipo de encantamiento. Y no, a la peli le falta magia por todas partes. Se queda en una bien ambientada historia de superchería barata en la vieja y religiosa Irlanda.
