Reseña de Cerrar los ojos, de Víctor Erice
Victor Erice, probablemente el cineasta más enigmático de la cinematografía española, ha regresado a la gran pantalla más de treinta años después de El sol del membrillo, ganadora del Premio del Jurado de Cannes en 1992. Thierry Frémaux, director de Cannes, mencionó durante la presentación de la película que esa larga ausencia entre una y otra obra rompe el récord previo de Terrence Malick.
Un director, Malick, que comparte con Erice el aura de misticismo que generan sus ausencias, lo selecto y distanciado de sus proyectos, y las escasas entrevistas que conceden. Desde que ganó La Concha de Oro del Zinemaldia con El espíritu de la colmena (1973), su figura y leyenda no han dejado de crecer. Desde su última aparición en Cannes, Erice se había refugiado en cortometrajes, películas cooperativas, videoinstalaciones y ensayos sobre arte.
Cerrar los ojos es una historia de reencuentros y recuerdos, de sueños rotos y cicatrices. Es un homenaje al cine y su capacidad de servir como memoria, colectiva y personal, que sirve para explorar qué queda de nuestra identidad -también tanto en la individual como la colectiva- cuando la memoria desaparece.
La película es además un diálogo con la vida y obra de su autor. Es fácil encontrar referencias al viaje hacia El Sur; o ver un guiño evidente a la nonata La Promesa de Shanghái, y que la presencia de Ana Torrent, y su mirada, nos lleven otra vez a El espíritu de la colmena. Y así podríamos seguir un buen rato repasando los sueños rotos y las cicatrices del propio Erice. Pero sobre todo lo que une Cerrar los ojos al resto de filmografía y a la vida de Erice es que refleja el absoluto convencimiento en el poder del cine para cautivar y transformar. En Cerrar los ojos el cine no es solo el medio para lograr eso, es también un fin en sí mismo, a pesar de que Erice hace notar que es plenamente consciente de que el cine ya no es lo que fue en términos de popularidad e impacto social.
El guion, coescrito por el propio Erice junto a Michel Gaztambide, cuenta la historia de Miguel (Manolo Solo) vive de manera modesta en una caravana ubicada en un terreno cercano a la costa de Almería compartido con una joven pareja que está a punto de tener un hijo. Miguel es un director de cine que sólo rodó una película, dejando otra inacabada debido a la desaparición repentina de Julio (José Coronado), su mejor amigo y el protagonista de dicha película. La vida de Miguel se centra en reflexionar y escribir acerca de la misteriosa desaparición de su amigo. Un día, decide aceptar una invitación para participar como invitado en un programa de televisión que trata sobre casos sin resolver. A partir de este momento, ocurren una serie de eventos que le permiten conocer mejor a su amigo y descubrir más sobre sí mismo.
Cerrar los ojos nos sumerge en su misteriosa trama con una secuencia inaugural rodada en 16mm, en la que somos testigos de las últimas imágenes de Julio antes de su enigmática desaparición. Desde ssta apertura con cine dentro del cine se nos presenta la pátina de nostalgia y el potencial evocador del cine que sobrevolará toda la película. Una película austera, de escasos recursos, sustentada en largos diálogos y pausas reflexivas. Alejado de virtuosismos visuales, el director adopta un estilo clásico, contemplativo y sereno.
Los icónicos fundidos en negro de Erice dividen la película en capítulos, proporcionándole una estructura casi literaria. Cada uno de estos capítulos funciona individualmente, aunque la cohesión entre ellos no siempre amalgama. En ciertos momentos, «Cerrar los ojos» puede parecer algo desarticulada e irrregular, una composición de piezas que, aunque interesantes en sí mismas, no siempre encajan perfectamente.
Eso sí, cuando acierta, acierta a lo grande. Como en la escena en la que un grupo de amigos canta My Rifle, My Pony, and Me, la emblemática canción de Río Bravo, el clásico de Howard Hawks. Al acabar dicha escena durante su presentación en el Festival de Cannes el público rompió a aplaudir demostrando lo acertado de la tesis de Erice: el cine posee un poder evocador sin igual.
Manolo Soto sostiene la película con una actuación introspectiva y contenida. Curiosamente su mirada es una de los pilares de una película titulada Cerrar los ojos. Ana Torrent con una emocionante participación refuerza la noción de que ha sido subestimada como actriz por la industria española durante todos estos años. Sin embargo, José Coronado, María León y especialmente Mario Pardo no logran sacar provecho de sus personajes y se apoyan en estereotipos y tienden a la sobreactuación.
La película, de cocción lenta, va poco a poco avanzando hasta la ebullición final donde, cómo no, el cine -cine dentro del cine, una película dentro de la película– tiene casi todo el protagonismo y se convierte en el catalizador de todo. Esta película en la que Erice habla de las ausencias -entre otras la suya propia- encuentra la solución en el cine, porque como decíamos al principio de esta crítica, si algo une a la filmografía de Erice es el absoluto convencimiento en el poder del cine para cautivar y transformar.