Ricardo FernándezReseña de Los colonos, de Felipe Gálvez
Los colonos, primer largometraje del chileno Felipe Gálvez y que ganó el Fipresci en Un Certain Regard de Cannes, es una película que saca a la luz el lado más oscuro del pasado colonial de Chile. Para ello, Gálvez recurre al género del western, que durante mucho tiempo ha modelado nuestra percepción de la conquista del oeste americano, para cuestionar y desmantelar la visión romántica y oficialista de la colonización chilena de la Tierra del Fuego. Algo parecido, en espíritu no en forma, a lo que hizo Kelly Reichardt en First Cow. Utilizar las reglas de un género para cambiar el relato que ese género ha ayudado a construir.
La historia se basa en un episodio real particularmente atroz de la historia colonial de Chile el genocidio de la población indígena Selk’nam a principios del S.XX en la vasta y fértil región de Tierra del Fuego. La trama sigue a tres exploradores, liderados por un británico llamado Mac Lennan y apodado Chancho Colorado (Mark Stanley), enviados por el poderoso terrateniente José Menéndez (Alfredo Castro). Las órdenes son establecer una ruta comercial hacia el Atlántico y, en el proceso, eliminar a cualquier indígena que se interponga en su camino. Aunque esa orden Menéndez la da como se dan esas órdenes. Claramente, pero sin pronunciar las palabras. El relato, siempre tan importante el relato.
Gálvez divide la película en capítulos que varían en tono y estilo. La primera parte tiene una calidad mítica, casi de leyenda, apoyándose en una impresionante fotografía que transforma la desoladora belleza de los paisajes en una naturaleza amenazante potenciada por una banda sonora, que evoca la tensión y el drama de la trama. Unos intertítulos rojos irán anunciando personajes clave o arquetipos, hasta culminar en un clímax de exceso desenfrenado, marcado por la violencia y la brutalidad en el que lo amenazante no es la naturaleza, sino el hombre. En contraste, la segunda parte es más austera y contenida, centrándose en las consecuencias y repercusiones de los actos cometidos por los exploradores, con largos diálogos que muestran las interioridades de los protagonistas y muestran la violencia y crueldad que anidan en su interior.
Uno de los integrantes del trío es Segundo (Camilo Arancibia), un joven mestizo, a través de cuyos ojos somos testigos de la mayor parte de actos, incluso de los más horrendos. Segundo es el personaje más empático, el más bondadoso, pero Gálvez se atreve a mostrar su participación en los crímenes, lo que añdade capas de complejidad a su carácter y a lo que su personaje representa en la historia. Consciente de la complejidad del tema, Gálvez huye de los clichés, de los personajes puros, y deja espacio en su película para la reflexión. Su magnífico epílogo conecta esta historia de hace más de un siglo con el presente y nos invita a cuestionarnos la autenticidad de lo que creíamos saber y hasta dónde arraigan las responsabilidades.
