Regreso a otro lugar
Academia Rushmore, la segunda película de Wes Anderson, probablemente podría considerase la primera en la que ya es reconocible su firma, después de una ópera prima, Bottle Rocket, con menos recursos. Hay varios aspectos de Asteroid City que ya podíamos encontrar en aquella. La representación teatral, por ejemplo, y también las ambiciones académicas de unos jóvenes nerds. De alguna manera, Anderson que había llegado a un nivel de abstracción estética considerable con La crónica francesa, recupera cierta humanidad de las historias de aquella primera etapa. Las relaciones padres e hijos, que ha sido casi una constante en su filmografía, la aventura de los jóvenes, la pasión por el teatro. Se podría decir que regresa a ese punto, pero ya no es el mismo. Regresa a otro lugar. Por el camino ha habido todo un proceso de sofisticación e hiperestilización de su cine, y en ese sentido, Asteroid City no es ni mucho menos una vuelta atrás.
Como digo, el teatro está presente en esta última película como lo estaba en Academia Rushmore. Pero ahora lo está a través de un artefacto narrativo. Si en aquella simplemente era una función que montaban los chavales dentro de la película, aquí hay una separación de capas de ficción más compleja. Siendo precisos, la película es un programa de televisión en el que se habla de una función de teatro que transcurre en un lugar llamado Asteroid City. A nivel narrativo, la película es tanto el programa sobre la gestación de la obra, como aquello que les ocurre a los actores entre bambalinas, como lo que sucede en el desierto de Nevada. Los tres niveles tienen importancia y, en la práctica, los tres niveles tienen el mismo valor de ficción. Incluso las emociones de los actores/personajes se confunden, cuando además, para colmo, el personaje de Scarlett Johansson es una actriz. Tanto se confunden los niveles de ficción que hay una broma meta cuando Bryan Cranston aparece por error en la imagen en color y se disculpa por ello. En Academia Rushmore el teatro lo vemos siempre a través de los actores representando la obra, nunca la obra en sí misma como material independiente. En Asteroid City hay un cambio de estética -más scope, color (¡y qué color!)- y vemos el resultado de la obra adaptado al cine. Dos referencias a la obra (de teatro) dentro de la obra, pero ejecutada esta última de manera más sofisticada.
Un viudo con varios hijos y una relación complicada con el abuelo de estos. Esta premisa ya la habíamos visto en Los Tenenbaums, la tercera película de Anderson. Recupera así una historia más humana, más emocional. Pero dentro de una narrativa que te obliga a saltar por niveles de ficción y en los que se hace referencia a la propia caricatura del personaje. Se le dice al actor que representa el personaje de Jason Schwartzman que su papel es complicado por la caricatura de la pipa y la cámara. En esta continua destilación de su estilo, Anderson se queda con los elementos emocionales esenciales de su obra y los disemina a modo de píldoras dentro de su construcción intelectualizada. Más que regresar a sus primeras películas, recupera de aquellas los elementos más humanos, aquellos que quizá había empezado a perder en su obsesión esteta. Aquellas películas, aunque tenían un estilo adornado, aún mantenían un formato realista, más puramente cinematográfico. Las últimas películas se parecen más a un libro de ilustraciones -quizá influye que su pareja sea ilustradora-, a cierto tipo de pintura pop o directamente a la animación, incluso cuando no hace animación.
La hiperestética de Wes Anderson
Es inevitable quedar atrapado por su apabullante control artificioso de la forma y eso a veces va en detrimento de la atención a la trama y los personajes. Con Wes Anderson muchas veces necesitas un segundo visionado para prestar atención a algo que no sea la pura estética. Aunque muchas veces los personajes están definidos por la propia forma. Un ejemplo de ello es un inserto de rostro apenado del cowboy (Rupert Friend), como contraplano inesperadamente cercano, que parece más una viñeta de un cómic, donde toda la emoción y la información vienen a través de la propuesta visual. Hablo de libro de ilustraciones, cómic… y es que Anderson ha llegado a un punto en el que parece haber convertido la labor de dirección en una lucha imposible entre el 2D y el 3D. Por un lado, juega constantemente con la profundidad de campo para ofrecernos elementos en primer término, a medio camino y en el fondo. Casi siempre, todo enfocado. Pero al mismo tiempo aplana la imagen. Y cuando ya nos ha convencido de que estamos viendo un arte gráfico en 2D, mueve la cámara reencuadrando ligeramente, prácticamente sin cambiar el contenido, solo para que se pueda percibir la profundidad de la escena a través del movimiento. Una pura cuestión de perspectiva. Como un libro infantil que tiene un trampantojo móvil que hace que las ilustraciones emerjan del papel.
Después el plano vuelve ser estático, con todo enfocado, con la imagen aplanada que le da una sensación de decorado, como si la profundidad se falseara con varias capas al estilo de photoshop. Los personajes, el decorado con elementos que aportan información y el fondo del desierto que constituye el universo de la película. Tres capas que deberían tener una jerarquía, llevadas a un mismo nivel de importancia, recargando así la información que recibimos. Exactamente lo mismo que comentaba antes de las tres capas de ficción, que pierden su jerarquía. Ninguna es más importante que otra, debes prestar atención a las tres simultáneamente. Aplana la profundidad de los niveles de ficción. Convierte el 3D de la realidad/ficción en un 2D donde todo convive con derecho dentro de su imaginación.
La evolución de la filmografía de Wes Anderson, de una personal propuesta estética en sus primeros trabajos a una composición artificial hiperestilizada en estos últimos, también se traslada a la película, que tiene las dos variantes. La parte de los actores en blanco y negro tiene una forma cuidada con planos genuinamente Anderson, pero menos artificiales, más al estilo de sus primeras películas. Mientras que las imágenes en color se corresponden más con el exquisito artificio que venimos viendo en las últimas. Anderson cierra el círculo así, conteniendo toda su filmografía. Un círculo que como una superficie de Riemann, después de dar los 360º no llega al mismo lugar, tiene otro valor. Creo que así podrían explicarlo los cerebritos de Asteroid City. Por otra parte están las imágenes televisivas, en las que la forma está más al servicio de representar los inicios de la televisión.
De qué habla Asteroid City
No todo es deleite estético en Asteroid City, aunque pueda ocuparnos todos los sentidos.
Hay una escena en la que la profesora interpretada por Maya Hawke -actriz de ilustres progenitores- intenta continuar con las clases como si no hubiera ocurrido un evento cósmicamente relevante. Los alumnos se le rebelan, quieren entender como queda el mundo el mundo tras el impactante suceso reciente. Al fin y al cabo, los alumnos están en la escuela para entender mejor el mundo, o eso sienten intuitivamente. Sin embargo la profesora se empeña en obviar lo que ha ocurrido por importante que sea. La razón es que aún no lo entiende nadie. No hay documentación académica al respecto, así que decide continuar la clase con el acuerdo tácito entre alumnos y profesora de evitar ese elemento en sus clases. Seguir el libro. Desde su punto de vista, el objetivo no es alcanzar la verdad sino impartir la materia. Los niños tienen la mente abierta y están dispuestos a incluir nuevos conocimientos mientras que la adulta es reticente a cambiar su concepción del mundo aunque aparezcan hechos que lo cuestionen.
Esta situación cómica nos habla de muchas cosas. De cómo el academicismo mata la imaginación, de cómo una mala enseñanza puede encapsular el potencial de unas mentes ávidas de conocimiento. De cómo los niños pueden a veces encontrar una evocación más sugerente en la televisión, como representación de la ficción y el arte -la escena termina con el cowboy cantando con uno de los alumnos- que en una gris clase académica sin aspiraciones nobles. Esta pequeña escena, aparentemente un elemento cómico más de un gran cómic, podría ser una píldora de películas como El club de los poetas muertos.
Pero podemos sacar más substancia de ese planteamiento si movemos el foco de la profesora a los niños, al efecto que tiene en ellos: todo lo que están aprendiendo deja de tener importancia inmediatamente cuando entienden la inmensidad del universo. Nuestro día a día, nuestra tecnología, nuestras discusiones, nuestra cultura. Todo eso palidece ante el infinito del cosmos que nos viene a recordar el suceso que, como veis, me niego a destripar aquí. Básicamente, horror cósmico, aunque en este caso en un tono mucho más amable y colorido. ¿Comedia cósmica?
Esta idea melancólica de perder el sentido de la vida ante la inmensidad del cosmos, que la bordó Lars von Trier en Melancholia, la podemos ver también en las deprimentes conversaciones entre el personaje de Johannson y Schwartzman. Alguna de ellas incluso con el suelo lleno de pastillas junto a la bañera. La caracterización de la actriz, unido al poco sutil product placement de Chanel, deja claro que está inspirada en Marilyn y su triste final. Los dos personajes están sobrepasados. Él acaba de perder a su esposa y ese suceso también le puede mostrar lo inútil del día a día. Ella tiene una relación complicada con la maternidad y, en general, una melancolía palpable. La película está impregnada de existencialismo. Por otra parte, el doble juego entre actores y personajes, refuerza la idea del gran teatro de la vida. Igual que la profesora les invita a los alumnos a hacer el teatro de que la cruda realidad no existe, con el fin de poder seguir funcionando. Interpretar un papel. Probablemente un papel secundario, o en el mejor de los casos coral.
Un niño viendo la tele
Si tuviera que definir el cine de Wes Anderson con una sola línea, esta sería “el retrato de una época pasada que nunca existió, a través de la mirada naif de un niño”. Su cine suele representarse en épocas pasadas o en tiempo presente con cierto toque retro. Pero no en una época pasada real. Aquí tenemos todos los elementos cliché de los años 50 americanos. Las pruebas atómicas, la paranoia de la guerra fría, la fascinación por el espacio, la ilusión por la tecnología. Un futuro optimista, aunque también atemorizado, que ahora se ha perdido. Todos estos elementos no pretenden ser realistas sino que están pasados por el filtro de un chaval de la época viendo la tele. En este sentido, Anderson mezcla algunas características de los 50 -está ambientada en 1955, como Regreso al futuro y quiero recordar la fascinación que suponía la televisión para toda la familia de Lorraine- y algunos programas que llegaron más tarde, a finales de los 60 y que probablemente suponen su educación visual. El presentador parece claramente sacado de uno de esos programas de los 50. El cowboy músico, sin embargo, emparenta más con programas posteriores de ingenuidad country como Hee Haw. El correcaminos, que no solo abre y cierra la película sino que parece ser el escenario de fondo, llegó a la televisión también a finales de los 60.
En definitiva, una amalgama de las primeras décadas de la televisión americana. Probablemente el mayor impacto cultural de las generaciones analógicas, y que forma parte de los recuerdos ficticios de esas personas, igual que antes la civilización convivía de manera natural con los mitos. Ya sabéis los que habéis visto Irati -o La historia interminable– que lo que se nombra existe. En cierto modo, Asteroid City es la Mars Attacks! de Wes Anderson, tanto por el repaso pop a la ciencia ficción de los 50 y a las sensaciones de la época, como por un reparto impecable de pequeñas intervenciones.
La artificialidad de la imagen está perfectamente justificada -como si hiciera falta- en la manera en que un niño idealiza el mundo. Un mundo de rayos láser y asteroides es más agradable de recordar que el macartismo y el horror de la bomba. Para esto último esperaremos la próxima de Nolan. A veces enterrar un tupper con cenizas en la arena de un desierto imaginado es mejor que la tristeza de un lúgubre cementerio. Wes Anderson nos lleva de regreso a otro lugar. A uno que solo existió en la mente colectiva de muchos jóvenes pero que quizá nos cuente más que la realidad de los hechos. Porque a veces para despertar primero hay que quedarse dormido.