A raiz de los precios de las entradas de Bob Dylan en San Sebastián y de que quedaron butacas vacías se originó el otro día un debate en twitter.
En los últimos años los precios de las entradas para los conciertos de pop y rock han aumentado considerablemente, hasta el punto de que asistir a estos eventos se ha convertido en un lujo. No es algo que ocurra solo en San Sebastián, sino en todo el mundo. Un claro ejemplo de este fenómeno se ha dado en la gira de reunión de Bruce Springsteen con la E Street Band en 2023, en la que se utilizó una estrategia de «precios dinámicos» que elevó los costos de algunas entradas a más de 5.000$. A pesar de la controversia, Springsteen, antaño un Working Class Hero, defendió esta práctica alegando llevaba años por debajo del precio de mercado y que esta vez quería seguir el ejemplo de sus contemporáneos. Además, asegura, si pone precios bajos los revendedores siempre estarán ahí para inflarlos. “Para que otro se lleve la pasta me la llevo yo”, parece decir. Aunque quizá otra opción es luchar contra la reventa como hacen otros.
En España, hace 17 años, una entrada para ver a Bob Dylan en Madrid costaba 20 euros. En 2023, el precio de las entradas para sus conciertos oscilaba entre 85 y 200 euros. Cuando Bob Dylan actuó por primera vez en Aragón en 1993 en la plaza de toros de Huesca, las entradas costaban 2.500 pesetas (15 euros). En 1995, para su concierto en el pabellón Príncipe Felipe de Zaragoza, la cifra subió a 3.500 pesetas la anticipada (21 euros). Tan solo cuatro años después, en de abril, y en el mismo recitno, el precio bajó a 3.000 pesetas (18 euros). En 2008 durante la Feria de Muestras el coste fue de tan solo 25€ por entrada, gracias a la subvención de la Feria; pero en julio de 2015 en el Príncipe Felipe, los precios oscilaban entre 40 y 80 euros, muy por debajo de la horquilla de 75 y 185 de los conciertos de hace unas semanas.
En San Sebastián pasa algo muy similar. En 1999 fueron 18€ (3000 ptas), en 1999 23€ (3800 ptas.), el de 2006 en la playa fue gratuito gracias a la financiación pública y en 2015 las entradas oscilaron entre 59 y 90€. El gran salto se produce en 2023 cuando suben a 100, 150 o 200€ (Zonas C, B, A del Kursaal respectivamente). La inflación, dicen algunos. Vamos a poner los precios actualizados ajustando la inflación. Redondeando serían 48€ en 1989, 40€ en 1999 y entre 69 y 105€ en 2015. Todos considerablemente por debajo de los 100/200€ de ahora.
Fecha | Precio | Precio actualizado según inflación | % del SMI |
17/06/1989 | 3000ptas (18€) | 47,80 € | 6,43% |
11/04/1999 | 3800ptas (22,80€) | 39,83€ | 5,48% |
11/07/2015 | 58,80 / 89,70€ | 68’74 / 105’48€ | 9,07% / 13,83% |
19/06/2023 | 100 / 205€ | 100 / 205€ | 7,41% / 18,92% |
No ocurre solo con Dylan, claro. Por ejemplo, las entradas más baratas para los próximos conciertos de Madonna en Barcelona costaban 200 euros. Parece que el coste de la música en vivo se ha disparado, con el aumento general de la inflación, el incremento del caché de los artistas y, en algunos casos, los precios dinámicos como causas principales.
Según Pepe Rodríguez, director del ciclo 1001 Músicas, en una entrevista al periódico Ideal de Granada, Bob Dylan tiene un caché estándar de 200.000 dólares, más gastos de producción. El teatro del Generalife, con 1650 localidades, similar a las 1806 del Kursaal, no es un Palacio de los Deportes con 5.000 butacas y apunta a esa como una de las razones del encarecimiento de la entrada. Supongo que es discutible. Un local más grande también requiere un alquiler mayor, más gastos de personal y, sobre todo, si hay gente dispuesta a pagar 205€ cuesta creer que renunciarían a poner entradas a ese precio porque no son necesarias para cubir costes. Evidentemente habría posibilidad de verlo más barato… más lejos y en peores condiciones, sobre todo siendo un recinto grande. Algo que no ocurría antes.
En esa misma entrevista Pepe Rodríguez también aseguraba que “250 euros por entrada no es barato, pero no es un disparate de caro, que es una de las ideas que quiero defender mientras pueda en 1001 Músicas” y Antonio Moral, director del Festival Internacional de Música y Danza, coorganizadores del concierto, «El binomio Alhambra-Dylan es muy potente. Es lo que lo hace diferente. Es uno de esos conciertos en los que podrás decir ‘yo estuve allí’«. Quizá ahí radica la cuestión: Para bastantes un concierto se convierte en un yo estuve allí. Un sello de distinción, de clase, de poder. Como las entradas VIP a miles de euros de Rosalía en la que te regalan un gorrito rosa, así queda bien visible que has podido pagarla.
Michel Pérez, fundador de Eventos MPH afirma en una entrevista en el Heraldo de Aragón que «el precio de los cachés de los artistas ha subido enormemente. Hay artistas que ahora están pidiendo un 50 o un 60% más que en su gira anterior. Esto está motivado, entre otras razones, porque a ellos los proveedores también les están subiendo las tarifas: sonido, luces, transportistas, combustible… Es una cadena. Cuando los promotores subimos los precios no es para obtener un mayor beneficio que antes, sino para hacer frente a todo ese aumento de costes«. Una subida del 50 o 60% en apenas dos años. No resulta fácil de justificar porque la inflación no es tan alta, ni se le acerca. Es cierto que algunas partidas como el transporte se han podido disparar a cantidades similares; pero otras -la mayoría- no. De hecho, una de las mayores partidas siempre es pagar al personal y todos sabemos que los salarios de los operarios no han subido tanto. Estoy convencido de que al técnico de sonido o al de luces no le pagan un 50% más, tampoco al chofer, o al personal de seguridad. Seguramente estoy más cerca de la opinión de Chema Fernández, creador de Antípodas Producciones, en la misma entrevista: «El único motivo real para las últimas subidas desmedidas que hemos visto en los precios de entradas de festivales y artistas grandes es la codicia sin límite de sus promotores”. Igual no es cosa solo de promotores, pero como estamos viendo en otros ámbitos, todos -promotores, artistas, subcontratas- han encontrado la excusa para subir sus precios aunque sea por encima del incremento de sus costes.
Dicen que Bad Bunny cobra entre medio millón y un millón de euros por sus conciertos, dependiendo del tipo de espectáculo y producción. Puede hacerlo, según Billboard en 2022 recaudó 373 millones de dólares en 65 conciertos. No está mal, aunque lejos de la productividad de los Rolling Stones. Los conciertos de Sus satánicas majestades recaudaron 179 millones de dólares en 20 fechas. 8’9 millones por concierto frente a los 5’7 de Bad Bunny. Claro que también son más a repartir.
Otro de los argumentos para justificarlo suele ser que los grandes artistas están tratando de compensar con las giras lo que no ganan con las ventas de discos; pero lo cierto es que el pop/rock en directo parece estar adoptando el mismo modelo de consumo cultural que otros ámbitos como el cine o el teatro. Estamos presenciando una desaparición de la clase media en los espectáculos, con eventos o muy caros y complejos o muy pequeños e independientes. Igual que las películas «medianas» están desapareciendo y solo quedan blockbusters o pelis de autor independiente. Más allá de la cultura en el fútbol cada vez se diferencia más entre grandes equipos que compiten en grandes competiciones y pequeños equipos que compiten en competiciones que cada vez se valoran menos. El futuro de los conciertos parece seguir el mismo camino.
Este aumento de precios ha llevado a muchos a preguntarse si el rock se está convirtiendo en un lujo accesible solo para las clases adineradas. ¿Continuará esta tendencia de precios elevados, o pinchará la burbuja y veremos una corrección en el futuro? Mientras tanto, los fans deben estar preparados para desembolsar cantidades cada vez mayores para ver a algunos de sus artistas favoritos en vivo