Han pasado veinticuatro años desde que David Fincher la armó en el Festival de Venecia con el estreno mundial de El Club de la lucha (1999). La que actualmente es considerada una de las grandes obras cinematográficas de la época, generó gran división de opiniones y un escándalo monumental cuando se presentó en el Lido. Después Fincher ha rodado films como Zodiac (2007), El curioso caso de Benjamin Button (2008), La red social (2010), Perdida (2014) o Mank (2020) entre otras, pero el director no había vuelto a estrenar ningún film más en la Mostra de Venecia. Y vuelve de la mano de Netflix con The Killer, el retrato de un asesino sueldo y la crónica de una venganza dividida en 6 partes y un epílogo que protagoniza Michael Fassbender, en su vuelta a las pantallas tras más de 4 años alejado de los rodajes.
Con un guión de Andrew Kevin Walker, con quien Fincher ya colaboró en Seven (1995), que adapta la novela gráfica de Alexis Nolent Matz en un thriller tenso, frío y violento que lleva a su protagonista de París a la República Dominicana y de ahí a Nueva Orleans, Florida, Nueva York y Chicago en un recorrido ascendente a través de los distintos niveles y jerarquías del crimen organizado de alto standing. En The Killer todo forma parte de un mecanismo perfectamente sincronizado: la precisión quirúrgica de sus imágenes gracias a la fotografía de Erik Messerschmidt (ganador del Oscar por Mank), el ritmo medido, pausado y tenso que le aporta el montaje de Kirk Baxter (ganador de dos Oscar gracias a su trabajo en La Red Social y en Millenium: Los hombres que no amaban a las mujeres, ambas dirigidas por el propio Fincher) o la atmósfera fría e incierta que generan los sonidos de la banda sonora original de Trent Reznor y Atticus Ross (también ganadores del Oscar por su trabajo en La Red Social).
The Killer arranca en París, en un magnífico episodio en el que se cruzan El silencio de un hombre (1967) de Jean-Pierre Melville y La ventana indiscreta (1954) de Alfred Hitchcok. Un hombre, el killer del título, interpretado con contención y solidez por Michael Fassbender, prepara concienzudamente un atentado. No hay excitación, exaltación o precipitación. Solo método, paciencia y aburrimiento. Los espectadores escuchamos en off sus pensamientos, sus ideas y sus mantras. Sus socarronerías. Los fríos datos y las estadísticas que le sirven, en un ejercicio de autoengaño, como coartada de lo que está a punto de hacer. Los grandes éxitos de The Smiths que escucha continuamente en sus auriculares. Y sobre todo, la descripción de su método y las máximas de su forma de actuar: «cíñete al plan», «anticípate, no improvises», «no confíes en nadie», «no desaproveches tu ventaja», «lucha solo las batallas por las que te pagan», «sé uno más»… aunque uno también podría pensar que esas máximas y ese método son tan aplicables al asesino protagonista de The Killer, como a David Fincher en su faceta como director de cine.
De esta forma, Fincher fuerza al espectador a asumir el punto de vista del asesino del título. Lo introduce dentro de su cerebro. Y le obliga a acompañarlo a lo largo de las casi dos horas de metraje en las que la violencia, la extorsión y el asesinato se convierten en consecuencias lógicas e inevitables de los hechos con la complicidad pasiva del espectador. Una violencia seca, contenida, realista. Alejada de los excesos y el espectáculo característicos del cine de Hollywood. La violencia en The Killer se siente y duele.
Sin embargo, The Killer es en gran parte la historia de un hombre que incumple sus propias reglas. Por decisión personal o por tener que adaptarse a las circunstancias. La historia de un hombre que se miente a sí mismo. De un hombre que hace lo que hace porque siente que es lo que tiene que hacer. Del conflicto entre racionalidad y sentimiento. Entre la cabeza y el corazón. Y convierte al espectador en testigo y juez de ese conflicto.