Iñaki Ortiz GascónAdaptar al cine Un amor, la novela de Sara Mesa, no era una empresa fácil. Es una historia introspectiva donde las claves suceden sobre todo en la cabeza de la protagonista y en cómo le afecta el entorno. Sin embargo, Isabel Coixet ha conseguido llevarla a la pantalla y que sintamos la opresión, los miedos, las inseguridades, las carencias afectivas. Y lo hace sin tener que romper demasiado con el material original, algo que a veces es imprescindible para poder cambiar de lenguaje. No, a nivel argumental es bastante fiel. Y es que cuando uno lo mira bien, el original ya era una historia muy Coixet.
Si pensamos en uno de sus títulos recientes, La librería, vemos a una mujer que llega nueva al pueblo y cómo va teniendo interacciones con los autóctonos que van de lo ambiguo a lo negativo. Excepto con un tipo huraño a quién todo el mundo repudia pero que ella conecta de alguna manera. En algunos aspectos las historias son idénticas, con personajes que casi podríamos transponer de forma directa. Y como en aquella, lo importante ocurre en el ánimo de la protagonista. Vemos un descenso al pozo de la autoestima de Nat y una lucha para ser capaz de enfrentarse a la vida. De manera más general, la idea de una mujer a la deriva encaja con varias de las películas de Coixet. Y en lo particular, el relato de la mujer africana -y esto sí que es aportación de la película pues no está en la novela- recuerda a La vida secreta de las palabras.
Una de las virtudes que hacen que esta sea una buena adaptación es el reparto tan bien elegido. Hovik Keuchkerian es perfecto en un personaje que tiene que provocar emociones encontradas y con un físico imponente. Hugo Silva funciona perfecto con ese personaje aparentemente simpático pero profundamente irritante. La pareja formada por Francesco Carril e Ingrid García Jonsson, tan normales que dan rabia, parecen salidos de un Pantomima Full, y lo digo como algo bueno. Luis Bermejo consigue provocar un rechazo tremendo. Todo el mundo está perfecto, hasta el perro. Pero es que lo de Laia Costa es de otra liga. Esta actriz que crece en cada papel, consigue aportar todos los matices al personaje y cargar con el peso de la película. Ya había trabajado con la directora en Foodie Love, que me parece de las mejores series que he visto recientemente, muy por encima de otras tan cacareadas en redes sociales, y allí ya funcionaron muy buen juntas. Ojalá continúen en más proyectos.
Otra de las dificultades de la película estaba en las escenas de sexo, al conllevar emociones muy distintas. Por un lado deben provocar cierto rechazo, sobre todo de la manera en la que empiezan, pero también tiene que entenderse el deseo. Esto puede parecer fácil sobre el papel pero se complica cuando estás viendo un barrigón en la pantalla. En mi opinión, este es el mayor acierto de la película porque Coixet consigue al mismo tiempo ambas premisas y que funcionen. Se siente el deseo, la obsesión, la dependencia.
A nivel estético, también es este uno de los trabajos recientes que más me ha interesado y creo que más se acerca al estilo de sus primeros trabajos. Se encarga de la fotografía esta vez Bet Rourich y creo que le ha ido bien con ella, con esos tonos poco saturados de la primera etapa americana de Coixet que amplifican la precariedad de la casa. Le sacan partido al paisaje rural que es un personaje más, ya desde los elegantes créditos iniciales. Por otra parte, aunque sea una adaptación argumentalmente bastante fiel, tiene ritmo y no le pesa el rastro literario.
En definitiva, Coixet ha conseguido que una novela que ya tenía una fama considerable pase a ser una película que encaja perfectamente en su filmografía. Ha hecho suya la novela y lo que es en el fondo lo único importante, ha hecho una gran película, repleta de emociones.
