San Sebastián, septiembre de 2023

Querido yo de 1999:

Soy yo -o tú, ya me entiendes-, desde el futuro, para darte una mala noticia: te quedan 24 años para ver una nueva película de Víctor Erice. Ahí lo llevas. Sí que dirigirá un mediometraje, participará en varias películas colectivas, creará videoinstalaciones para museos o enviará cartas fílmicas a Abbas Kiarostami, pero películas al uso, largometrajes, hasta 2023, nada. ¿Cómo te quedas? Flipando, ¿no? Pues querido Nacho, es lo que hay.

Te cuento.

Quedaste boquiabierto con El Sur, te descolocó -para bien- El Espíritu de la Colmena y, tras varios años esperando un pase por televisión (en el futuro no tendrás ese problema) acabas de ver El Sol del Membrillo. Estás entusiasmado, y quieres más.

Leerás bastante sobre Erice, te interesará su persona. Los que saben de esto, sobre todo Garci y sus amigos, te dicen que es un hombre especial, pero qué quieres que te diga, ser especial es una cosa y otra cosa es esto, porque ya conoces sus riñas con Querejeta por El Sur (el productor dio por finalizado el rodaje sin filmar el tramo final de la película, el que transcurría precisamente en el sur), pero es que acabará manteniendo polémicas con otros productores (Andrés Vicente Gómez, a costa de La Promesa de Shanghai, película que no llegará a dirigir), con escritores (Elvira Lindo), con críticos de cine (Carlos Boyero) y con directores de festivales (Thierry Frémaux). Más que especial yo diría que es difícil, y meticuloso, y exigente, y que probablemente por eso, o vete tú a saber por qué, su filmografía, después de tanto tiempo, sigue siendo tan escasa.

Volverás a ver a sus largos, y varias veces, y El Sur es ya en tu año, y seguirá siendo en el mío, una de tus películas favoritas. Además de su excelencia formal, del bellísimo tratamiento de la luz, de la cuidada composición de los planos y de sus preciosos fundidos y movimientos de cámara, te fascinarán sus contrastes -norte y sur, alegría y tristeza, luz y sombra-, su tono lírico y sus personajes, construidos con pocos elementos, muy creíbles y, sobre todo, profundamente humanos. Porque El Sur es mucha película en todas sus dimensiones, y lo certificarás, una y otra vez, siempre que la veas.

Nunca sabremos lo que habría sido El Sur si hubiese sido completa: estaríamos quizás ante una película mayor, pero, en realidad, nadie lo sabe. Sí que podemos imaginarla a partir del cuento en el que se basa (El Sur, de Adelaida García Morales, publicado por Anagrama) o de las palabras del propio Erice, pero, y lo digo sin ningún complejo, a mí esta historia me trae al pairo: las cosas son como son, y si así son bellas, para qué andar con elucubraciones. Además, ¿no alcanza el sur -el geográfico- una dimensión de mito al no aparecer en pantalla? ¿No debe la película su halo de misterio, entre otras cosas, a los huecos que el espectador debe rellenar? Claro que hay incoherencias (en el punto de vista, por ejemplo), pero, siendo sinceros ¿tanto afectan al resultado final de la obra? Yo abogo por olvidarnos de su condición de inconclusa y centrarnos en lo que es: una película deslumbrante, hipnótica, y única.

Tienes más dudas con El Espíritu de la Colmena, ¿verdad? Yo también. Ambos reconocemos su valía, pero ni tú ni yo vemos en ella la obra maestra que muchos dicen ver. Quizás si llegase a ella virgen, sin haber conocido El Sur, o desde los ojos del espectador de su época, en su contexto cinéfilo e histórico, podría llegar a entusiasmarme, pero es que soy lo que soy, un hijo de mi tiempo, y por ello, por mucho que lo intente, no me llega el chispazo.

Y sin embargo… y sin embargo tiene duende, aura. Recurriendo a los mimbres con los que luego construirá El Sur (la ambientación en la España franquista, el mundo visto desde los ojos de una niña, el exilio interior de los adultos, el tratamiento pictórico de la imagen, los personajes trazados con pinceladas, el tono lírico y la magia), Erice crea una película hermosa, y de nuevo, o más incluso, única. Quizás le falte cohesión al conjunto (es una película de destellos, donde las partes destacan sobre el todo), pero cómo olvidar, por ejemplo, los planos de Ana en su primera proyección (según el director, lo mejor que ha rodado nunca) o los bellísimos encadenados que utiliza Erice a lo largo de la cinta. Y las escenas del tren, y la de la carta arrojada al fuego, y las de los juegos de las niñas… Sin ser una película redonda, El Espíritu de la Colmena deja huella en el cinéfilo y pertenece a la Historia del Cine.

Todo cambia con El Sol del Membrillo: sus cimientos son otros, y el resultado, también. Película clave en la eclosión del cine documental en España, muestra el fracaso del artista, en este caso un pintor, ante el reto de capturar la imagen verdadera del mundo. Pero, ¿no estamos aquí ante el fracaso del propio Erice? ¿No es El Sol del Membrillo una suerte de autorretrato, una confesión? ¿No es el pincel de Antonio López el trasunto de su cámara, y la incapacidad para retratar un instante, la misma para ambos?

Vuelven los bodegones, las texturas, los fundidos. Siendo otra cosa, El Sol del Membrillo es también Erice. Son muy hermosas las escenas en las que se visualiza el proceso de pintar un cuadro; no está tan logrado el final, por largo y por carecer de la espontaneidad del resto. Es una película que, sin fascinarme, me atrapa, y me sorprende; lo hizo ya en mi primer visionado -el tuyo-, y lo seguirá haciendo, probablemente, en el futuro.

Y aquí llega la pausa. Sabes de sus primeros trabajos (los cortos rodados en la escuela de cine y el episodio de Los Desafíos), pero son imposibles de localizar en tu época. Así que esperas, te impacientas, llegan otros cines, otros directores, y Erice pasa a un segundo plano, y le olvidas, aunque no del todo: creerás reconocerle en otros realizadores (el primer Kiarostami, por ejemplo), sentirás curiosidad por sus nuevas obras (aunque no tanta como para verlas) e, incluso, llegarás a conocerle en persona (solo un saludo, no te emociones), pero no hay intensidad, no hay entusiasmo, nada es como entonces, en tus años.

Hasta septiembre de 2023.

Hay anunciado un nuevo largo, y Premio Donostia, y reestrenan, las semanas previas, El Espíritu de la Colmena y El Sur.

Las veo.

El velo, el acordeón, el travelling, el baile, y de nuevo el travelling, y el velo.

Te recuerdo. Renace la ilusión.

Siento necesidad de verlo todo, de recuperar lo perdido. Revisito El Sol del Membrillo, y veo -al fin- Los Desafíos, La Morte Rouge, Alumbramiento (el capítulo de Ten Minutes Older), Ana, tres Minutos (el de 3.11 a Sense of Home) y Vidros Partidos (el de Centro Histórico). No es todo, pero es suficiente.
Me encuentro con una obra coherente, personal y -sé que me repito- única. Lo es a nivel formal, y también temático. Es también hermosa y emocionante.

Su capítulo de Los Desafíos (rodado en los años 60) está filmado con nervio. Sin vocación lírica, es una película sobre el deseo y la violencia, y es, de todos sus films, el menos Erice. Planos cerrados, ritmo frenético, desenfoques… Recuerda al Nuevo Hollywood; sorprende, y golpea.

Alumbramiento es un homenaje al cine mudo. Cuenta una anécdota vital  -intuyo que del propio Erice- y reflexiona, con sonidos e imágenes, sobre el paso tiempo. Hay pureza en ella; es primitiva, y bella.
La Morte Rouge es un ensayo fílmico donde Erice evoca el visionado de su primera película. Narrada por el propio director, supone un acercamiento a esa primera mirada, la más impactante, algo que ya trató de reproducir en El Espíritu de la Colmena. Imprescindible.

Con Ana, tres Minutos se produce el reencuentro con Ana Torrent. Es una reflexión sobre la acción del hombre, el daño que causa a la naturaleza y a sí mismo. Su discurso es lúcido, pero resulta pobre en lo cinematográfico.

Vidros Partidos es quizás sencilla, pero también sensible, y hermosa. Destacan la autenticidad de sus testimonios y su final: esa fotografía, esas miradas y ese acordeón, como el de El Sur, que vuelve a emocionarnos.

Y es aquí cuando reparo en las muchas rimas que unen sus películas. Por ejemplo, las cartas que arden, las conversaciones cama a cama, los padres taciturnos, las miradas a cámara, las fotografías antiguas, los personajes llamados Milagros, las proyecciones de películas, los planos de hombres tumbados, los de trenes, el año 1940 -el del nacimiento de Erice-, las sombras chinescas, los acordeones y Cerrar los Ojos, en una línea de guión de El Espíritu de la Colmena, y en el título de su nueva película. ¿Casual? En alguien que dicen que no da puntada sin hilo, lo dudo.

Viernes 29 de septiembre de 2023. Es el día.

Apenas sé de la película: el reparto, algún elemento de la trama, y poco más. Las opiniones que me llegan son positivas; algunas, incluso entusiastas. Hay expectación, la sensación de que estamos ante un momento histórico.

Me surgen preguntas: ¿volverá la magia y el misterio? ¿Huirá la narrativa, como siempre, de lo evidente? ¿Utilizará los elementos habituales en su puesta en escena? ¿Habrá nuevas rimas con sus trabajos anteriores? ¿Y con su propia vida? Y lo más importante: ¿Disfrutaré? ¿Volveré a emocionarme?

Me siento en mi butaca. Espero.


Málaga, año 1999

Querido yo de septiembre de 2023:

El cine es ilusión, y como tal, aquí estamos, enviándonos cartas, rompiendo el tiempo.

No lo sabes pero estoy ahí, tras tus ojos, emocionado. Poder asistir a la entrega de este Premio Donostia es un pequeño gran regalo, algo que nunca, nunca pensé que llegaría a ver. Es un momento intenso, y bonito.

Comienza la película.

La primera impresión: Cerrar los Ojos no es lo que esperaba. Donde imaginaba silencio, hay discurso; en lugar de estilo, convención. Superado el impacto, veo talento, y disfruto.

Pienso: el cine como acto social, como espejo, como hilo existencial, como medicina. También como desquite.

Tono crepuscular, reflexión sobre el yo y la memoria. Me interesa, me llega.

Hay belleza, y amor, al cine, y a la vida. Más allá de la autorreferencia, es Erice.

Es fluida, y mucho, pero es en sus remansos donde brilla. Y el final, el punto donde todo converge -también 50 años de carrera-, espléndido.

Me gusta. Aplaudimos. La ocasión lo merece.

El tiempo pone cada cosa en su sitio. Quizás nuestro yo futuro, desde la perspectiva de los años, nos indique el que corresponde a esta película, que de momento, no siento como grande.

El de Erice ya lo conocemos: el Olimpo.