Reseña de How To Have Sex
Tres adolescentes británicas, Tara (Mia McKenna-Bruce), Skye (Lara Peake) y Em (Enva Lewis), van como centenares adolescentes a Malia, Grecia, de viaje de fin de curso. Tienen 16 años, son su primeras vacaciones sin supervisión adulta y la idea es pasar una semana de desenfreno antes de que les den los resultados de sus exámenes del GCSE (certificado de educación secundaria). Solo piensan en beber y follar, mientras ocultan su edad al resto de chicos y chicas con los que se cruzan, como si con 16 fueras una cría pero con 18 una persona adulta. Tara es la única virgen del trío y siente la presión de dejar de serlo. Todo le presiona, el resort tiene una piscina con forma fálica (con pelotas incluidas) y se organizan juegos eróticos para los adolescenets todas las tardes. Sus amigas no dejan de hacer comentarios del estilo de “esta noche sí” y repasan las tácticas para pillar esa noche. Otros compañeros de fiesta bromean sobre la imposibilidad de que nadie pueda ser virgen a estas alturas. La industria, las amistades y la sociedad le están gritando ¡¡VAS TARDE, TARA!!
En ese ambiente, Tara entabla amistad con su vecino, el divertido y simplón Badger (Shaun Thomas), con quien surge la química desde el primer momento, aunque su mejor amigo Paddy (Sam Bottomley), un chaval mucho más astuto y cínico, también le ronda y flirtea tanto con ella como con Skye. Con estos mimbres Molly Manning Walker construye How To Have Sex, su debut como directora de largometrajes (curiosamente este año le hemos visto acreditada como directora de fotografía en la recomendable Scrapper), una película que explora matices y situaciones relativas a la amistad, el consentimiento y la presión social.
Manning Walker realiza un gran trabajo a la hora de filmar las fiestas, probablemente ayudada por su experiencia en videos musicales, y consigue sumergir al espectador en los excesos de la noche y en la pesadez de la mañanas. De noche, la cámara se mueve y captura los rostros perlados de sudor de las chicas iluminados por las luces de color de neón al ritmo de perscusiones repetitivas. Casi se puede sentir el olor a rancio, los cuerpos pegajosos y el sabor dulzón de los cócteles de colores. Girls just wanna have fun, que decía Cindy Lauper. Pero cuando la fiesta acaba la cámara de Manning Walker sigue allí, registrando las consecuncias de la noche, los cuerpos castigados moviéndose con dificultad y lentitud antes de lubricar sus engranajaes a base de vodka para desayunar. Hay un momento especialmente brillante en el que Manning Walker filma con lentos zooms a una derrotada Tara volviendo a casa sola una mañana, esquivando los restos de la fiesta anterior, reflejando las mismas calles que horas antes estaban llenas de vida como el escenario apocalíptico de una película de terror. A partir de esa escena la película cambia de tono y ritmo, mientras comienza a explorar los sentimientos de Tara.
A través de flashbacks vamos rellenando los sucesos de la noche y comienzan a plantearse preguntas a propósito de donde se sitúa la línea entre coerción y consentimiento; sobre si todos los síes son sí, sobre mirar hacia otro lado; sobre la presión que sienten los jóvenes por perder la virginidad.
Walker aborda con valentía estos temas, y lo hace sin seguir la senda marcada, sin convertirse en el drama desgarrador de una violación, con depredadores y víctimas, que a priori se podría esperar. Lo que vemos es un grupo de adolescentes, que se creen más listos y mayores de lo que realmente son, sometidos a una presión aplastante mientras el telón se cae y se enfrentan a la realidad. A pesar de gritar a los cuatro vientos lo eterno de su amistad, que son las mejores vacaciones de su vida, que no hay nada mejor que follar, van dándose cuenta de que eso no es así, pero tratan de negarlo, como un niño que se entera de que los Reyes Magos son los padres y no quiere creerlo por si se acaban los regalos.
Todo el reparto brilla a gran altura, pero sobresale Mia McKenna-Bruce que hace un trabajo extraordinario interpretando a la jovencísima Tara. Una chica que a primera vista está llena de energía, vitalidad, pero que según va avanzando la película descubrimos que en su intento de estar a la altura de las expectativas en realidad está llena de inseguridades, sueños rotos, complejos y miedos. Sobre todo miedos.
En How To Have Sex no hay conversaciones profundas o una discusión reveladora que saque a la luz verdades trascendentes. Y no las hay porque, en el fondo, la película gira sobre la dificultad, cuando no imposibilidad, de hablar sobre hechos traumáticos. Sobre la complicidad de la sociedad para evitar hablar de verdades incómodas que a veces empiezan por un «mi amigo es un impresentable».