Reseña de Grand Tour, de Miguel Gomes
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Las coincidencias son habituales en los Festivales de cine. Después de tantas películas en tan poco tiempo, es común encontrar actores en roles diferentes, personajes similares y argumentos que se asemejan. Aun así, algunas coincidencias resultan curiosas por partir de planteamientos muy originales. Por ejemplo, Jia Zhang-ke y Miguel Gomes han presentado en Cannes sus últimos trabajos, ambos explorando, a través de una mujer que busca a su pareja, un recorrido geográfico por Asia que refleja el paso del tiempo. Aunque sus estilos y mensajes son muy diferentes, la premisa de ambas películas es esencialmente el mismo.
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Pero centrémonos en Grand Tour, la película del portugués Miguel Gomes, un director muy respetado por gran parte de la crítica a pesar de tener una filmografía relativamente escasa. Aunque es menos escasa si pensamos que su anterior proyecto, Las mil y una noches, en realidad, fueron tres películas. Con Aquel mes de agosto (2008), su debut, fue a la Quincena de realizadores de Cannes, Tabú (2012) se estrenó en Berlín; las tres películas de Las mil y una noches (2015) fueron su regreso a la Quincena de Cannes y con Grand Tour ha subido el último escalón estrenando en el Festival de Cannes.
El cine de Miguel Gomes tiene características muy marcadas. A menudo emplea el blanco y negro y juega con diferentes formatos para evocar un sentido nostálgico y poético. Su narración suele ser fragmentada y no lineal, jugando con diversas historias interconectadas para reflejar las complejidades de la realidad. A menudo Gomes borra las líneas entre documental y ficción, una ficción que le gusta salpicar con elementos de fantasía y realismo mágico. Todo esto está presente en Grand Tour.
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En concreto, Grand Tour comienza como un drama de época que sigue a Edward (Gonçalo Waddington), un funcionario británico en el sudeste asiático alrededor de 1918, y a su prometida Molly (Crista Alfaiate), que le va buscando a lo largo del continente para casarse con él. La primera parte de la película, más etérea y difusa, sigue a Edward en su huida y exploración, mientras que la segunda parte, con la entrada de Molly, se centra más en la trama y las relaciones interpersonales. Molly, al igual que Edward, se embarca en un viaje que la lleva a través de diferentes culturas y paisajes, recogiendo experiencias que transforman su percepción del mundo y de sí misma.
La película salta entre imágenes documentales del presente -que en ocasiones tuvo que rodar a distancia debido a la pandemia- y recreaciones históricas con narraciones en varios idiomas locales mientras la trama avanza lentamente. A través de estos viajes, Gomes logra una fusión única de pasado y presente, como si acabáramos de descubrir imágenes de archivo o como si las imágenes contemporáneas fueran del pasado. De tal forma que esa trama que avanza lentamente se desvanece y se convierte en una excusa para reflexionar sobre cómo el tiempo del pasado se refleja en el presente.
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Grand Tour es un paso adelante de un director con una mirada especial, un refinamiento de su cine y una propuesta más afinada de todo lo que había mostrado hasta ahora. Más compacta que Tabú y más podada y trabajada que Las mil y una noches. Miguel Gomes sigue explorando la interacción entre la memoria, la historia y la realidad contemporánea, creando una película compleja y a veces desconcertante, Un viaje en el que conviene dejarse llevar y disfrutar del paisaje, el resto llegará por si solo.