Ricardo FernándezReseña de The Shrouds, de David Cronenberg
Vincent Cassel interpreta a Karsh, un hombre de negocios devastado por la reciente muerte de su esposa, Rebecca (Diane Kruger). En su dolor, Karsh inventa GraveTech, una tecnología que permite observar la descomposición de los cuerpos de los seres queridos a través de dispositivos digitales insertados en los sudarios (the shrouds en inglés) que envuelven a los cadáveres. Esta es la premisa de The Shrouds, la última película de David Cronenberg, presentada en la Sección Oficial del Festival de Cannes, en la que ha sido su séptima participación. En manos de Cronenberg, un planteamiento así, tan perturbador y personal, promete una interesante y turbadora exploración profunda del duelo y la memoria. Sin embargo, el resultado es inesperadamente plano y frío, sin la emoción visceral o el humor negro e irónico que uno espera del director canadiense.
Es sorprendente porque el proyecto se intuye muy personal, teniendo en cuenta que la esposa de Cronenberg murió de manera inesperada hace siete años y que Vincent Cassel aparece en pantalla como un parecido físico tan grande que se diría una reencarnación del director. A pesar de esto, ni el guión ni la puesta en escena —con Douglas Koch en la fotografía y Howard Shore en la música— logran inyectar vida, tensión o un interés real a la propuesta. The Shrouds termina siendo una película mucho más discursiva que visual; y tras un prometedor inicio, ni siquiera funciona adecuadamente como narrativa textual.
La trama de duelo se enriquece con ecos de Vértigo de Hitchcock, introduciendo a Terry (también Diane Kruger), la hermana gemela de Rebecca, que evoca complicadas emociones y recuerdos. Sin embargo, este hilo emocional pronto queda enterrado bajo un confuso thriller sobre conspiraciones políticas y empresariales. La trama se complica con elementos de conspiración que incluyen hackers, la interferencia de la tecnología china, los intereses políticos de Rusia y las manipulaciones de la inteligencia artificial, mientras se investiga quién ha profanado varias tumbas en el cementerio administrado por Karsh. Esta aproximación a las teorías de la conspiración tan abundantes hoy en día, son abordadas de manera más confusa que compleja. Cronenberg le añade su sello a esta trama, con Terry encontrando una excitación sexual en estas conspiraciones, lo cual culmina en una escena que, bajo la dirección de Cronenberg, debería haber sido perturbadora e incómoda, pero que está tan torpemente ejecutada que llega a ser ridícula y, para quien esto escribe, tediosa. Esto, considerando lo que nos ha hecho sentir Cronenberg en el pasado, es lo más sorprendente de la película.
