Uno de los temas más repetidos en las películas de esta edición del Zinemaldi son las enfermedades terminales y los cuidados paliativos. Los últimos días hemos podido ver las miradas sobre este tema de Pedro Almodóvar en La habitación de al lado, de Costa-Gavras en The Last Breath, de Pilar Palomero en Los destellos o de la china Xin Huo en Bound To Heaven. La debutante en la dirección de largometrajes, Sylvia Le Fanu, directora nacida en Londres y formada cinematográficamente en Escandinavia, realiza su aportación a este tema partiendo de una experiencia propia en My Eternal Summer que compite por el premio New Directors de esta edición.
En ella, Fanny, una joven de quince años y sus padres se instalan en su casa de verano. Pero esta vez además de su equipaje habitual llevan una cama articulada. Saben que será el último verano de la madre, enferma de cáncer. Y cada uno de ellos deberá luchar por encontrar la forma más adecuada para enfrentarse a la tragedia y seguir con la vida. A la directora no le interesa mostrar la enfermedad, su evolución y el sufrimiento de la madre. Es el detonante de todo lo que vemos en la película, pero Le Fanu la deja en segundo plano. Siempre presente, pero sin ocupar el foco narrativo de la película.
Le Fanu prefiere centrarse en Fanny y la forma en la que su protagonista afronta la situación de la próxima muerte de su madre. Entre la visita de su novio y la de sus amigas. O su búsqueda de un trabajo que le sirva de escapatoria. La forma en la que lidia con las inseguridades, la desorientación, el egocentrismo característicos de la adolescencia y con la incertidumbre de un futuro lleno de cambios: la ausencia de la madre que es el nexo de unión familiar actual, la complicada relación con el padre, el cambio de centro escolar, la distancia con sus amigas.
A pesar de esto, My Eternal Summer es luminosa. En ese verano danés todos los días luce el sol que llena la casa familiar. Y la película. Pero también es cruda y emotiva. Cruda en la forma de mostrar la enfermedad y cruda en la forma de mostrar el dolor latente y los efectos de la muerte anunciada en la hija adolescente. Y también en el marido aunque sea de forma más discreta. Sin necesidad de cargar las tintas, logra una emoción honesta y sincera. Muestra a la familia en su rutina, en su día a día, en su cotidianidad a sabiendas de que tiene sus días contados. De forma serena y apacible. Con una melancolía delicada ante un presente trágicamente irrepetible. Sin hacer explícita la muerte próxima y segura, la directora transmite el dolor latente de los que se quedan. Una rutina y una contención que solo se alteran cuando acuden las visitas y ahí surgen las celebraciones y las emociones. Dejando bien a las claras la forma distinta en la que se enfrentan a la tragedia la familia más cercana y el círculo de amigos y conocidos.
Hay un par de momentos en My Eternal Summer en los que da la impresión de que el film podría optar por la lágrima fácil, como la lectura del diario de la enferma o cuando se confirma el fallecimiento de la madre, pero Le Fanu encuentra la forma de hacerlo manteniendo una elegante distancia y apelando de forma honesta más a la emoción sincera que al sentimentalismo simple.