El Dabadaba ya lleva 10 años con nosotros. Entrevistamos a uno de sus fundadores y su cara más visible, Álex López Allende, para hacer repaso de la evolución del Dabadaba, la situación presente y el posible futuro.

Cuéntanos, desde el punto de vista de hoy, ¿cómo ves el origen del Daba? ¿Cómo lo creasteis?

A ver, el origen, así contado, es que para 2011 yo había empezado a hacer cosas con la música. Estaba junto a Borja (Martín) e Iñaki Otalora, y teníamos lo de Ayo Silver. Antes de eso, ya había empezado a montar conciertos. Bueno, lo típico de llevar toda la vida desde adolescente relacionado con la música. Llegó el momento de decir: «¡Hostia, mola esto de montar conciertos!» y darle una continuidad. Eso fue Ayo Silver, que duró de 2011 a 2013, más o menos.

Paralelo a todo lo de Ayo Silver, sucedía que yo llevaba tiempo en paro. Sebas, mi socio, y yo vivíamos juntos con el resto de Brandy Hips ahí en Gros. Estábamos todos en paro y era un rollo de «¿qué hacemos con nuestra vida?». Es una historia muy hija de la crisis de aquellos años, de 2008, 2010, 2011.

Veníamos mucho al Snooker, esto [el Dabadaba] era el Snooker, con sus billares.. Yo un poco menos, pero era como el sitio de estar por las tardes, jugar al billar, cartas, yo qué sé. Una historia un poco de Los lunes al sol, la verdad. Y hubo un momento en que le perdimos la pista porque lo convirtieron en discoteca latina.

Estábamos buscando algo, un sitio que nos estimulase. Recuerdo que fuimos a mirar el Etxekalte. Nos pedían una barbaridad y estábamos súper rayados. Recuerdo pasar por aquí y decirle a Jonan: «Jonan, llama». Él tenía el teléfono de los dueños, y nos dice: «No, está en alquiler». Y fue como… Esto era invierno de 2013. Y enseguida fue de esas cosas que se hacen sin pensar, con la energía de aquellos años, más jóvenes y sin experiencia ni ningún plan. No había ningún plan de marketing, ni plan de negocio. No sabíamos si la ciudad lo necesitaba o no. No sabíamos lo que era tener una sala de conciertos o cómo gestionar una barra. No sabíamos absolutamente nada.

Aquello todo es una historia de inconsciencia, de tirar para adelante y de hacer las cosas según venían, descubrir necesidades sobre la marcha. Yo qué sé. Como ejemplo, el primer concierto, cuando abrimos, la inauguración, no sabíamos si vendría alguien. El último vecino, en el culo de Egia, no sé, un poco raro. No sabíamos cuántos camareros hacían falta, y de repente teníamos a nuestros padres ayudándonos a fregar los cacharros porque no dábamos abasto.

Durante todo ese año, nosotros hacíamos de técnicos de sonido, taquilleros, camareros y luego limpiábamos. Todo el rato haciendo según íbamos aprendiendo y creando nuestras propias reglas. Porque lo que estábamos haciendo no es que no se hiciera; es una sala de conciertos, no tiene más misterio; pero la forma en que lo hacíamos, tanto y arriesgando, pues sí que era especial, no sé.

Nos ha costado mucho. Diría que de estos 10 años, unos 7 años han sido de ir entendiendo, y los 3 últimos años han sido más de sistematizar el proceso. Yo creo que desde la reforma. Luego, claro, está el COVID por medio, que casi acaba con el Daba justo cuando empezamos a sistematizar, como si fuera ya una cocina, una cocina de alta hostelería, con todos los procesos bastante medidos. Ahora es más rutinario, en el buen sentido.

Sí, porque tengo la sensación de que os pasó un poco eso. Pasasteis muchos años haciendo diferentes cosas: que si abrir por la mañana, que si no, que si hacemos un montón de actividades distintas. Pero ahora está más estable, ¿no? ¿Os sentís estables? ¿Sentís que esto ya tiene un rumbo?

Hemos intentado todo. Y somos 10 años más viejos. La reforma fue un punto de inflexión muy claro, porque de repente esto ya era una sala de conciertos bien puesta y lo terminó de convertir en un club también. Es decir, no es lo mismo cerrar a las 4 de la mañana que cerrar a las 6 y limpiar todo el día. Y cómo huele esto a alcohol al día siguiente. Intentar hacer convivir eso con una actividad de día… no dábamos abasto. Hay sitios que lo hacen. Hace un par de años tocamos con Kokoshca en Clamores y me flipó porque dan como cuatro conciertos al día. Hacen uno al mediodía de jazz, hacen otro por la tarde también, y luego dos a la noche. Supongo que habrá formas de optimizar, de exprimir esto todavía más.

Ahora el Daba ya es lo que es. O sea, ahí tiene un techo, claro. Que si llenamos todos los conciertos, que es imposible, pero un mes como este, noviembre, que ha quedado muy resultón, y tienes casi todos los viernes y sábados llenos, y las noches también acertadas. Pues ahí tiene un techo económico y de recursos y de equipo con el que contamos. Y tenemos un suelo también claro, que es del que no debemos bajar. Y eso es súper complicado. Porque, afortunadamente, en noviembre hemos tenido muchos sold outs. Pero de repente se cae Alcalá Norte este sábado y te hace un vacío en la promoción. Pues si hubiera habido tres de estas, el mes se complica bastante en lo económico y en todo.

Pero ahora sí, ahora es estable. De hecho, se nos queda corto. Haríamos muchas más cosas, y se nos queda… Se nos queda muy escaso.

¿Cuánto personal tenéis?

Solo en Daba creo que son 20 y algo entre equipo de producción y equipo de barra y seguridad. Veinte, solo camareros, seguridad, taquillas. Y luego en producción tenemos otras 8 personas, más comunicación, más recursos humanos, contabilidad, y nosotros que hacemos de programadores. Pues 30 y pico. Treinta y pico solo para lo que es el Daba, más o menos.

¿Y cuáles son esos procesos que has dicho que habéis ido aprendiendo y sabiendo que necesitabais durante 7 años y que ahora habéis ido implantando? ¿Son muchas personas, muchas variantes de negocio?

Somos de las pocas salas que es promotora también. Lo normal es que las salas alquilen un espacio vacío, bueno, con un equipo y ya está. Somos de los pocos; en Euskadi hay más como nosotros: Hell Dorado, la Jimmy Jazz también suele hacerlo, Antzoki… O sea, Euskadi es un poco oasis para esto, pero fuera de aquí, Apolo en Barcelona y poco más.

Entonces, esta forma de trabajar implica tener que encargarte de una producción, hoteles, cenas, etc. Una preproducción, incluso una postproducción, una comunicación y la parte de contratación. Al final es toda una cadena; son 10 años y tenemos proveedores. No se diferencia mucho un proveedor de grupos que un proveedor de máquina-herramienta. El Daba es muy conveniente para muchas rutas, estamos en mitad de una ruta evidente que sería Burdeos-Madrid, y entre eso y ya 10 años de labrarnos buena fama en Europa o en el Estado, pues esa parte se ha convertido más en nuestro curro de programación. Digo, en ser selectores más que buscar. Filtramos lo que nos entra, el 80% de las cosas las filtramos. La programación que tenemos es a nuestro gusto. Como no alquilamos la sala apenas, o incluso alquilándola no la alquilamos a cualquiera; o sea, no podría venir una cosa que no nos gustara mucho. Nuestro curro es más fácil que hace 8 años. Hace 8 años tenías que buscar tú, y ahora pues, Primavera Sound, Houston Party, etc  estos agentes, te ofrecen cosas, como lo de hoy mismo, a las que nosotros mismos no habríamos llegado. Y pues hoy hay aquí 250 entradas vendidas. El grupo de hoy es un buen ejemplo.

Solemos preferir días entre semana para este tipo de cosas. Nos dan vida durante la semana, dejan espacio a las bandas nacionales que no pueden tocar entre semana porque, por lo general, una banda nacional es precaria, no vive de ello y solo pueden girar los viernes y sábados. Entonces, nacionales, euskaldunes… Salvo raras ocasiones -vosotros, que sois habituales de la sala lo sabéis-, lo habitual es que los grupos de este estilo acaben siendo un miércoles, un jueves, incluso un lunes.

Luego ya tenemos todo automatizado. Entonces yo cierro una contratación y meto toda la info en nuestro sistema y ya les llegan los mails automáticamente a todo el equipo: a Gabi en producción, a Lehior para saber cuánta gente estimamos de barra y calcule los camareros, etcétera. Gabi, a su vez, empieza a hacer todo el proceso. Les pedimos los riders, Gabi elabora las hojas de ruta también automatizadas, les llegan a las agencias, a los tour managers. Así está todo como bastante automatizado.

Como programadores, como decías, comentabas que ahora ya muchas veces os llegan. ¿De qué os nutrís? ¿Y dónde miráis si tenéis que buscar vosotros?

Empiezo por el final. Que tengamos que buscar nosotros… Últimamente, ya con lo que recibimos nos da para tener la agenda que nos satisface estéticamente, digamos. Lo de Alcalá Norte se ha caído muy pronto, pero si se hubiera caído hace tres semanas habríamos dicho: «Bueno, esto es un hueco para nuestro gusto». Entonces ahí es cuando Gabi y yo decimos: «A ver, ¿qué te apetece?». De ahí pues salen cosas que solemos pegárnosla porque no tienes tanto tiempo para promoción y prepararlo… pero bueno. O deudas. Deudas en el sentido de que tienes gente que te gusta mucho, que quieres traer y nunca le ves un hueco y dices: «Vente esta vez».

Ahora, por ejemplo, no tenemos ningún hueco hasta julio ya en la agenda. Pero por si hay alguna cosilla decimos: «Bueno, no la llenemos». Decimos a todo el mundo que ya está todo cubierto y nos la guardamos para cosas,  para estos caprichos. Cosas que hemos visto, por ahí o cosas que te gustaría hacer y nunca le ves un hueco. También hacemos mucho la de buscarle la oportunidad o empaquetar cosas como el «Double Check» o así, para juntar en un festivalillo de alguna forma cosas que por sí mismas serían un fracaso.

Empezamos con la base de Ayo Silver y por eso tenía aquel carácter más garajero psicodélico, porque los proveedores eran Holy Cobra, Giradiscos, la gente que ya nos pasaba las cosas para Ayo Silver. Que ahora siguen siendo proveedores habituales nuestros. Pero están más diluido porque además de ellos están Primavera, Houston Party, Last Tour, Bacana, un mogollón de agencias nacionales. A veces trabajamos directamente con guiris. El correo mío intento tenerlo limpio, pero es como va entrando… Esto es solo hoy [nos señala la pantalla], cosas que casi todos son propuestas.

Y en ese sentido, desde tu punto de vista, ¿cuál dirías que es el posicionamiento del Daba en Euskadi, en el Estado, en Europa a día de hoy? Digamos, ¿qué estatus o posición habéis conseguido?

Tengo la suerte de haberme ido un par de veces de tour manager, a ir con Melenas por Europa, y me gustaría que se pensara que el Daba es algo parecido a esas salas que he visto en Europa, que tienden a ser más salas públicas que privadas, pero en las que hay un respeto primordial por el hecho artístico con todo lo que conlleva: el sonido, el trato al artista, que desde la programación sea arriesgada, que sea estimulante, y ya está. Y ya el último sería que fuera sostenible. Eso sería lo ideal.

Eli Paperboy en Dabadaba

Sois una empresa que promueve la cultura y una empresa que contrata a más de 30 trabajadores. ¿Os sentís apoyados por las instituciones públicas?

Sí y no. Es decir, todo el apoyo que hay institucionalizado a través de canales, ya sea por Euskadi o a nivel estatal a través de las subvenciones del INAEM, ahí estamos muy contentos porque siempre puntuamos el máximo. Ese máximo es ridículo en comparación con cómo funciona en Francia, Bélgica, Países Bajos. Dentro de Dabadaba somos socios de Kultura Live, que es la asociación de salas de Euskadi, que a su vez es socia de la Asociación de Salas Europeas, y entonces nos pasan dosieres y tal. El porcentaje del presupuesto en las salas holandesas y belgas de dinero público creo que llega al 50%. Aquí no llega al 3% o al 4%. Es decir, los ingresos dependen de la barra, básicamente.

Nuestra estructura es intentar que los conciertos se paguen a sí mismos, que todos los gastos imputables a un evento—que son los técnicos, la producción, por supuesto, el caché, etcétera—poder pagarlos con las entradas y con esas pequeñas subvenciones, y luego que la barra se pague a sí misma: sus gastos de camarero, su personal… Y luego que quede un margen que es para sostener la estructura.

Si conseguimos no ser deficitarios en los eventos, ya estamos bien, pero es muy triste porque significa que realmente vivimos de la barra. Vivimos de que la gente venga y se joda el hígado. Es así de jodido. Sabemos que es mejor para la sala que vengan Supersuckers y haya 300 punk rockeros bebiendo cerveza sin parar, a que venga un nuevo rapero con un público muy joven, que al final hacen litros por el barrio y no consumen. Es decir, a mismas entradas vendidas y mismo caché, una cosa puede generar sostenibilidad o la otra te puede matar el mes.

Digamos que te apoyan todo lo que se puede, pero que es una mierda.

A ver, es que tengo que decir que con el COVID di mucho la chapa, y me quejé mucho. Fueron muy lentos. Fueron muy lentos casi todos. Hubo excepciones. El ayuntamiento se portó guay con nosotros a través de Donostikluba, articularon conciertos ellos que podían. El INAEM fue mucho más rápido que el Gobierno Vasco, que tardó muchísimo en reaccionar… Pero cuando lo articuló, lo articuló bastante potentemente, tengo que decir, para las salas. Entonces, pues tal vez, como lo típico, ya te lo han dado, no te sale quejarte.

Además, es un problema estructural y no le vemos mucha posibilidad de cambio, porque hay que explicar por qué es subvencionable. Cuando presentamos los proyectos, solo entra la parte de conciertos. Y en 2024, un live de electrónica, a las 2 de la mañana, es tan relevante como hecho cultural como un concierto de soul. Y esa parte no entra, por ejemplo, en la elaboración de los proyectos.

Entonces, sí, se podrían hacer cosas súper diferentes, y no solo por subvenciones, ya no por nosotros, sino por sus propios programas y sus propias infraestructuras. Lo he dicho alguna vez: ir con Melenas por Francia, tocar en una sala pública en Le Havre, que es un pueblo de 80.000 habitantes, no sé, y que sea la mejor infraestructura pública que tendría Euskadi, de todas. Ni Gazteszena, ni Intxaurrondo, ni nada. Pero es que no es una excepción; ves varias veces de estas, pues… Pues sí, es muy europeo Euskadi, pero hay mucho que andar. Y más allá del tema de las subvenciones…

¿Cuál es vuestra relación como promotores y como iniciativa privada que sois, cuál es vuestra relación con la iniciativa pública a la hora de, precisamente, la programación?

En el día a día, inexistente. De hecho, a veces, de competencia, me refiero. A mí me habría encantado que hubiera estado Julia Holter aquí, por ejemplo. O hay veces que nos pasan por encima programaciones públicas; pero está bien, no me quejo. Y otras veces, y en momentos puntuales, sí que hay colaboración. Glad Is The Day lo organizamos con el ayuntamiento, con la Unidad de Cultura. Para el Boga Boga, también se han dado facilidades.

Mira, ahora que el Doka está en un impasse, no sé, indefinido, y estamos nosotros solos no damos abasto. Como he dicho, tenemos hasta junio toda la programación llena, y en parte es porque tenemos que absorber lo que antes se absorbía entre dos salas. Esta es una ciudad que tiene un polideportivo por barrio y tiene una casa de cultura por barrio, prácticamente. Y es que debería haber… Bueno, la pelea de Gazteszena ni la planteo, ya está perdida, pero Intxaurrondo podría tener dos conciertos a la semana, Lugaritz igual, Okendo… sitios así, que ahí hemos visto y hemos estado en conciertos en todos ellos. Pero ya se han quedado como una rareza, aquella vez que actuó Mursego en Lugaritz, o aquella vez que tocaban Espanto en Okendo.

Pero es que sobre todo porque no damos abasto, y algún día no estaremos. Cuando tiren esto, no sé, todavía no sabemos qué va a pasar con nosotros, pero si nosotros en seis meses que llevamos sin el Doka no damos abasto para articular toda la gente que quiere toca. El público puede desaparecer, los públicos se crean y desaparecen, y cuando no haya conciertos dejará de haber público. 

Si hubiera más programación pública, ¿sería competencia para vosotros, sería negativo, o generaría una escena que os ayudaría?

Cuanto más, mejor, siempre. Ojalá el Bukowski pudiera hacer conciertos. Puede que un día te perjudique, porque casualidad no se han coordinado las agendas, y el mismo rollo, el mismo público; no quita que en la abundancia se genere más interés, se generen más artistas, más interés del público. Nosotros siempre hemos pensado que cuanto más, mejor. Porque también decíamos al principio «joder, que vamos a saturar la escena», y teníamos ese miedo. Bueno, podría ser, si hubiera seis conciertos de punk rock a la semana, estaría saturado. Pero si hoy hay una cosa de medio electrónica, y mañana no sé qué, y el viernes post-rock, y el sábado iba a haber indie, y el domingo flamenco, no sé. De repente es una escena, ¿no? Sí, sí, sí, desde luego es una agenda.

¿Tanto se nota lo del Doka?

Sí, claro. El Doka en los últimos años iba muy bien. O sea, yo cuando empezamos el Daba, el Doka era un perfil un poco más bajo, no hacía tanto, pero… Los últimos años programaba de la hostia, y le iba guay. O sea, yo iba a conciertos al Doka. Y sé de cosas que estaban llenas. Igual cubrían otras escenas, igual más rockeras, o más, incluso más escenas euskaldunes y tal, y todo eso hay que absorberlo. Nosotros ya teníamos nuestra agenda llena. Entonces, imagínate, además, tener que hacer hueco a todo eso.

Entonces ahora, si ves la agenda del Daba, pues eso, es una saturación. Claro, luego está el hecho de que el Daba es la sala de la forma más grande de la ciudad. Qué ridículo. Que sean 300 personas. Está Intxaurrondo, bueno, lo que hemos dicho. Si programara.

Si la sala más grande de la ciudad son 300 personas, y… Bueno, los artistas nacionales pasan en moto de venir. Pero los euskaldunes sí quieren. Entonces, y te piden dos fechas. «Vengo, pues dame dos fechas». Y es como… No te puedo dar dos fechas, pero ya por responsabilidad. No por nada, sino porque si te doy a ti dos, viernes, sábado, ya es alguien que no está teniendo una fecha. Y la llenaría, llenaría dos, porque es gente… No sé, Hofe o alguno de estos, pueden llenar tres días ahora mismo el Daba. Y no hay.

Antes hablabas del tema de que los conciertos, ¿cada bolo se financiaba directamente con las entradas?

No, ese es el objetivo nuestro. Realmente, hay veces que perdemos lo más grande con un concierto. Como equilibrio que los 200 conciertos que hacemos al año, si se consiguen autofinanciar, y no siempre ha sucedido. De hecho, ha sucedido de estos diez años pocos, dos, tres.

En ese sentido, entiendo que implica, entre otros elementos de la ecuación a tener en cuenta, el precio de la entrada. Estamos en un momento en el que está bastante cuestionado el tema del precio de las entradas que además a veces tienen un precio variable. Hay artistas que ya de primeras tienen unos precios mucho más altos que hace tres, cuatro años. Vosotros, en ese sentido, ¿qué opináis? ¿Cuál es vuestra propuesta como programadores?

Pues los costes son mucho más altos, eso para empezar. Me refiero a que para los grupos los costes son más altos: la gasolina es más cara, todos los técnicos, todo, obviamente. Por tanto, su caché sube. Yo veo lo que pagamos ahora comparado con lo que pagábamos en 2019, y no tiene nada que ver. Hay cachés de 2019 que me daría vergüenza ahora mismo ofrecer. Es como ¡guau! Y para nosotros se ha disparado, sobre todo, el alojamiento. Una cosa loca. Y bueno, el resto de cosas: salarios, etcétera, todo ha subido.

Entonces, casi todas las cosas relacionadas con la discoteca tienen barreras psicológicas potentes. Es decir, subir el precio de la caña cada año es un drama para nosotros. Al final, lo que tenemos que hacer, lo hacemos. Y subir el precio de los conciertos también tiene barreras psicológicas de percepción. No conseguimos romperlas. Nos cuesta mucho romperlas nosotros mismos y también tenemos la situación de que, a veces, cuando le hago una oferta a algún promotor o agente y le digo: «Bueno, yo creo que pueden venir 150 personas a este concierto», y me dice: «Súbela». Y yo: «Ya, pero eso me lo dices tú, que tienes un artista. Pero es que yo mañana tengo otro concierto. No puedo tener todas las entradas a 18 euros, porque mañana hay otro».

Entonces, esos niveles que serían 12-15 euros para una cosa txiki y guiri, 15-18 un poco más alto. Y ya subimos a 18-20-25 para cosas más o menos tochas. Y luego todavía hacemos el ridículo, porque acabamos poniendo a Stereolab a 25 euros y luego en otros sitios vale 45. No sé qué contestar porque a mí me gustaría subir al menos en estos niveles, que el de 12 mínimo para mí ya tiene que ser 13 o 14, pero no lo consigo. Ya estoy cerrando conciertos el año que viene y poniendo los precios, y yo creo que ese de 12 ya tendría que ser 13 o 14 y no consigo hacerlo. Yo mismo.

Pero ¿es porque lo has intentado y no ha funcionado, porque la gente se queja?

Me da como miedo, ya está. Es solo interno. El de 12 me gustaría que fuera 13 o 14. El de 15 tendría que ser 17. Y el de 18 tendría que ser 20-21. Eso creo que haría falta, pero me da miedo. Todavía no.

Entiendo que ese miedo fundamentalmente es por cómo caería esa noticia en el público.

No, ni os daríais cuenta. Yo lo veo, pero es decir, si vienes a ver a cualquier grupo, hoy vale 14, no sé. Pero si miraras toda la agenda dirías: «Ah, hostia, ha pasado algo aquí. Ha subido el precio». Sí, pero no sería algo que anunciáramos porque cada concierto en sí mismo es un pequeño proyecto.

Yo creo que no es tanto de 12 a 13, sino que hay artistas que vemos que parece que no hay techo, ¿no? Vosotros tampoco trabajáis con gente tan grande, pero no sé si tenéis un techo, digamos, «más de esto no se puede subir».

Bueno, el Daba son 300 entradas. Pues me puedo permitir perder 300 por X, da tanto, le quitas el IVA, le quitas el SGAE, y de ahí ya te haces la cuenta de cuánto puedes pagar de caché, hoteles, no sé qué. Y a veces, incluso, decimos: «Bueno, llenando, voy a perder dinero, pero lo quiero hacer». The Black Angels. ¿Por qué quiero hacerlo? Pues porque son The Black Angels y me da una cosa de prestigio, de comunicación. También me mete 300 personas un martes, de barra, vuelta a lo mismo. Entonces, igual pierdes 300, 500 euros en producción, pero metes 300 personas de barra un martes que no los ibas a tener, yo qué sé, este tipo de cosas.

Ese es nuestro techo: 300 personas por X dinero. Y entonces, estas tablas, más o menos, son un poco extendidas. Pues si viene un rapero de medio éxito, sin llegar a los grandes, van a ser 15. Si ya es como la ha petado y se queda un capricho, si yo tengo una sala, rollo Cruz Cafuné, alguno de estos que vinieron, pues igual cobra 20 o 25. Pero el margen está muy marcado. Marcado por los dos lados, porque no hay nadie del público que pagaría 50 euros por un concierto aquí. Así como, seguramente, por Springsteen, si ponen otros 100 euros, vaya a haber gente que los pague. Aquí, raramente, o sea, muy raro, podrías cobrar 50 euros por un concierto. Entonces, es una sala, es más natural.

¿Por qué? Si tenemos un concierto aquí, puede ser una experiencia igual de buena o mejor que verlo en un gran estadio.

¡Buah! Porque quien viene a un concierto en la sala conoce los códigos de la escena. Y con todo respeto para la gente que va a eventos de estadio, son justo eso, un evento, como podría ser el Circo del Sol para ellos, más o menos. Igual estoy siendo ofensivo, pero no es mi intención. Entonces, los códigos de un concierto de sala, de escena, son conocidos por todo el mundo que viene y ya sabe. Porque la escena son las tres cosas: es la banda, es el promotor y sala, y es el público. Entonces, el público diría: «Idos a tomar por culo».

Álex López en su faceta de batería de Kokoshca.

En ese sentido, ¿cuál ha sido la evolución del público durante estos 10 años y cuál es tu sensación del futuro?

Creo que hay más público que nunca. No soy nada pesimista. Hay un público más variado y diría que, en términos generales, más joven, pero porque la programación es variada también. Si solo hiciéramos garage, rock and roll y soul, la media de edad del público sería más cerca de los 50 que de los 40, y seguramente estaríamos cerrados ya porque no habría público. Después del COVID, un mogollón de gente ha dejado de salir, hay una vida social que se ha perdido, pero ha surgido otra.

¿Esa otra cuál es?

Gente joven, sí, sí, gente joven. El sábado pasado estuvo Metrika, que es una rapera, y la sala estaba a reventar. Va a volver; ya me han reservado la sala para el año que viene. Pero el día anterior estuvo Carlangas, que también estuvo a reventar, con una media de edad un poco más alta. Yo qué sé, la semana que viene Biznaga un día… Hay cosas muy diferentes.

Y ese tipo de bolos, ¿qué gente trae? ¿De qué edades estamos hablando? Antes hablabas de 40, 50.

Mira, vamos a mirarlo. [Se gira y mira su ordenador] Sí, por ejemplo, El Virtual, que es un rapero que estuvo el sábado, la edad promedio era 22 años. Pero Carlangas, la edad promedio era 42.

¿Cuáles funcionan mejor?

Hay de todo. Hay petadas de gente muy joven, hay petadas de gente mayor. No hay un patrón. Realmente, lo que programas es lo que va a venir la gente, y la gente tiene su público.

Antes comentabas que no programáis cualquier cosa. ¿Qué tiene que tener para que lo programéis?

Relevancia. A ver, es un concepto un poco general o indefinido, pero relevancia. Relevancia en cuanto al momento; nos puede gustar más o menos, pero si es relevante… Por ejemplo, Alcalá Norte puede cumplir muchos requisitos, uno de ellos es el de la relevancia. Que sea relevante en el gusto personal, y afortunadamente aquí nuestro gusto es muy amplio. Donde no llego yo, llega Sebas y viceversa. Y Mariel, la verdad, también está programando. Cubrimos casi todos los géneros musicales, y dentro de cada género están las calidades, pero no excluimos ningún género.

Luego hay otra cosa que, aunque la palabra es un poco gorda, es responsabilidad social. Suena demasiado pomposo, no es para tanto, pero sí que hay cierta responsabilidad con la escena. Y fracasamos en ello porque, como digo, somos solo una sala. Nos gustaría dar más hueco a la escena local, más desarrollo de cosas, y ahí fracasamos. Lo tenemos en cuenta en estos requisitos con los que programamos, en estas premisas, pero fracasamos porque nuestro propósito es una sala privada. Hay una rentabilidad que estamos buscando, nunca es muy claro dónde meter a un grupo local. Desde que estamos solos, la saturación es mayor, entonces hay menos huecos para las aventuras. No sé, seguramente hay más requisitos, pero va un poco por ahí. Por supuesto que intentamos que sea rentable.

Lee Fields en Dabadaba

Entiendo que una cosa que os afecta en ese compromiso con la escena local es haber perdido el Altxerri.

Bueno, el Altxerri nos abrió un mundo en el que no estábamos. Hicimos cosas que ya hacíamos aquí, pero nos abrió la posibilidad de hacer cosas que no estábamos haciendo, que tienen que ver sobre todo con el jazz, el blues, cosas más acústicas. Para nosotros fue… No pensábamos, no era algo que quisiéramos de repente hacer. Nos lo ofrecieron desde el Altxerri y lo cogimos con gusto. Nos flipaba el sitio, estábamos ahí. Estábamos un poco en un proceso parecido al de 2014: aprender sobre la marcha, entender cómo funciona una jam session, esperar a los músicos, cómo va, hay que darles de alta… Era como una cosa un poco distinta a como veníamos. O sea, ya teníamos el carril aquí pillado, el de la sistematización, y ahí era empezar de nuevo.

Entonces nos abrió las posibilidades. De hecho, estábamos abriendo aún más ya cuando lo cerraron. Estábamos experimentando con empezar a hacer un poco de rock and roll, porque una de las cosas que yo echo en falta, como aficionado, son conciertos más chiquitillos, más a cara de perro. El Daba está muy bien para cierta cosa, pero cosas más… estos… y tenemos el rollo ahí, el ruido, los vecinos y así. Pero estábamos intentando ver si podíamos hacer con más de 60 a 70 personas de aforo y que fuera de puro chute de rock and roll. Claro, nada, pues ahí se acabó. Abrimos un camino que empezamos a transitar y antes de pillarle siquiera, pues cerró.

¿Y abrís la puerta a buscar otro local similar?

Sinceramente, no paramos de buscar. Es como todos los días, es una cosa que miramos. Miramos sitios donde podemos seguir desarrollando, pero… jajaja.

¿Y esta falta de locales es algo de Donosti, un problema local de aquí?

No, yo creo que es general. Lo que pasa es que en Donosti se acentúa porque, ya sabéis, es la ciudad, es el infierno especulativo inmobiliario. Y además es una ciudad un poco refractaria a moverse. Es decir, que si abriéramos algo en el Polígono 27, en otras ciudades no pasaría nada. O bueno, nada no, pero… Y aquí no funcionaría, creo. No sé, creo. Lo digo desde los 40 años. Igual hace 10 te habrían dicho: «¡Vamos, si lo hacemos en el Polígono 27!» Y ahora todo me da un miedo, jajaja.

Ya que hablamos de barrios. Egia está en la palestra estos días, con titulares sobre la peligrosidad, que nosotros no hemos notado como vecinos del barrio y usuarios del Daba. ¿Cómo lo vivís vosotros? ¿Os ha repercutido algo todas estas noticias?

No, nos ha repercutido cero. O sea, no hemos visto peleas. Sí, pero llevo 10 años viendo muchas más peleas aquí mismo en la terraza, gente abriéndose la cabeza con un vaso, gente de aquí. Ya no es esto que pase ahí en la calle, que sí, pero también es que llevo 10 años viendo muchas más de otro tipo aquí. Pues no sé qué decir porque es un problema, es una circunstancia, que tienen ellos mismos. Pero pienso que quien no tiene donde caerse muerto y está pegado a un pañuelo con pegamento, creo que ese tiene más problemas que yo.

Luego, sobre lo que hemos hecho, o sea, podríamos haber hecho más nosotros en el sentido de, no sé, esfuerzos de integración. O sea, vemos aquí lo que está haciendo la peña y decimos: pues ole, digo, por hacer algo, no sé. Los chavales de GKS, cómo han salido a defender, pues ole. Nosotros, pues bueno, al final estamos aquí y quizá podríamos haber hecho más: pero problemático para nosotros no ha sido nunca.

Es que, a ver, no sé cómo decirlo. Fue problemático cuando vivían allí [señala el edificio de al lado] y se les quemó tres veces. Fue problemático porque de repente esto estaba en riesgo de que fuera un incendio catastrófico. Bueno, eso no es un problema para mí, es en realidad un problema suyo, gente que está viviendo ahí a la intemperie. No sé, es decir, entiendo a los de Kaiola por ejemplo, pero creo que el foco está mal orientado, clarísimamente mal orientado. No es un problema de inseguridad, es un problema de raíz, estructural de sociedad, de clasismo, de falta de integración, de falta de oportunidades, de… no sé, creo que me excedo un poco, pero de falta de empatía, sí.

Ya que hablamos de la noche, es un momento muy propicio para el acoso. Tenéis carteles morados, ¿habéis visto esa necesidad de implementar protocolos? ¿Y cómo se está practicando?

Los últimos años han sido complicados. A ver, hemos aprendido por el camino, pero aquí sí que estamos lejos de saber. Nos hemos inspirado en protocolos que se tienen en Barcelona, por ejemplo, los hemos intentado integrar y está bastante claro lo que tiene que hacer la gente, y más o menos la actitud es clara por parte del equipo y creo que también por parte del público que viene. ¿Hay de todo? Hay de todo, pero lo normal es que alguien que se sienta cómodo con actitudes de mierda se sienta incómodo en un sitio como el Daba. Pero hay de todo y todas las noches hay que lidiar con cosas pequeñas o grandes, siempre hay algo, es muy cambiante.

Seguramente metamos la pata, no sé cómo decir, y no estamos libres de que nos pille alguna vez en un renuncio, algo que nos supere y no hayamos sabido ver y acabemos siendo responsables, corresponsables, porque es estructural. Aunque esto no diluye la responsabilidad individual. El hecho de que sea estructural solo explica que es habitual y generalizado en diversos niveles sociales; entre la gente que conoces incluso esto puede pasar. Desde tener que echar una noche a alguien borracho que conoces y que se está pasando a cosas más potentes, No lo sé, no te sé decir más. Tenemos protocolos internos, una plantilla concienciada y seguramente sea absolutamente insuficiente todavía. A partir de aquí vamos aprendiendo sobre la marcha, escuchando; eso sí que hemos hecho bastante, siempre escuchar.

Pero es que claro, repito que hay problemas estructurales, empezando porque en la empresa los socios somos seis tíos cuarentones, me refiero en cuanto a dirección. La plantilla es mitad y mitad, más o menos, pero digo esto por explicar de dónde venimos estructuralmente como personas. Tampoco tiene mucho interés lo que he dicho porque siempre tengo la sensación, no de no ser creíble, sino de que no importa mucho lo que yo diga como tío, porque la cosa es que el camino se hace andando. Entonces, que hagamos o que digamos una cosa… nunca hemos hecho gala de nada en este sentido, nunca… nunca hemos puesto ninguna bandera porque hay cierta conciencia de que algo seguramente sigamos haciendo mal. La vida evoluciona, los cánones éticos evolucionan también. Lo que hoy nos parece correcto, todavía dentro de diez años las nuevas generaciones nos dirán: «Pero ¿cómo erais así? ¿Cómo admitíais eso? No es como que ha llegado 2018 y de repente todo lo anterior… no. Lo de hoy, lo que hoy nos parece correcto en 2035 o en 2030 también será: «No, esto no está bien».

¿Y os sentís queridos en la ciudad?

Sí, tenemos una parroquia. Nos sentimos queridos y cuando no, lo comprendemos. Es decir, quien nos conoce desde el principio, sí, sin duda. Y es muy normal que quien es nuevo, gente joven, seas una institución para ellos y, en tanto en cuanto institución, eres algo contra lo que rebelarte o buscar las cosquillas. Es normal, eso lo entendemos. Antes conocía a todo el mundo que venía, y ahora ya raramente. Entonces es normal, sí, nos sentimos queridos en general.

Antes hablabas del edificio, ¿cómo está la situación?

Pues el futuro no sé nada, porque cada dos por tres hay rumores. La gente nos dice: «Oye, que me he enterado de que ya está, lo tiran ya, la semana que viene», o «He oído que te has ido a Bilbao a montar un Daba allí porque esto lo tiran», o «Me han dicho que habéis pillado Bataplan» o «La Casa del Guarda». Todo el rato, rumores que salen de nada. Esto lleva 25 años en proceso de demolición.

Está súper atomizada la propiedad, muchos pequeños propietarios, y son muy pocos metros urbanizables, porque estamos entre las vías del tren y un parque que está protegido. Entonces, la única forma que tienen, y es por donde van a tirar hasta donde sé, es saltarse sus propias normativas de alturas, etcétera. Hablan de que se va a hacer aquí una torre con pisos de lujo, y la VPO que le tocaría asignarle aquí lo harán en no sé dónde. Un poco el mismo juego que se hace entre países con las cuotas de CO2. No creo que haya aquí nada de vivienda protegida, pero bueno, está por ver.

Ahora parece que se acelera un poco porque ya ha entrado, por primera vez en 25 años, en un primer boceto del plan de ordenación urbana. Cada vez que sale una portada de estas del Diario Vasco, «Nuevo Egia» y no sé qué, que por cierto son globos sonda interesados siempre, es como: «A ver cómo reacciona la gente». Porque han salido muchas de esas; he visto cuatro maquetas ya para este sitio. Se ponen muchos rumores y últimamente lo que hago es llamar al ayuntamiento: «Oye, ¿esto qué?» Y bueno, pues esto, siete, ocho años, seis, diez… Va a depender un poco de que se pongan de acuerdo todos los grupos políticos.

¿Cuánto queda de legislatura? ¿Tres años? Bueno, pues no sé quién ganará el año que viene y dentro de tres años, y cómo se tomará que esto vayan a ser viviendas de medio lujo, no sé. Entonces, es posible que ellos mismos te dicen que es muy complicado poner de acuerdo primero a tantos pequeños propietarios y al consistorio.

En cualquier caso, pues sí, el futuro está marcado. ¿Qué va a pasar cuando no estemos? ¿Si nos iremos? Es que no sabemos. Realmente buscamos, no lo oculto, buscamos dónde irnos, pero ahora mismo en Donosti no sabemos porque no hay nada claro. Bueno, pues yo pienso dentro de siete años, con cuarenta y siete años… Bueno, pues a ver.

Ya como ciudadano, pues creo que la ciudad tendría un problema a corto plazo, o sea, me refiero, porque Donosti no puede absorber lo que nosotros hacemos ni por cantidad ni por formas. Es imposible, pero todo se olvidaría también. Pasarían 15 días, un mes, y se quedaría en el recuerdo de los que veníais habitualmente y ya está, y la ciudad seguiría para adelante porque es lo que ha pasado siempre con todo, desde comercios históricos al Altxerri, a lo que sea. Se llora durante 15 días y ya está. Así que esto tirará así.

Lo que pasa es que ahora, no sé, es bastante… O sea, hasta que lo hayan terminado, igual hay un canto del cisne esplendoroso entre que terminen la estación y tiren esto, porque de repente si podemos tener una salida desde aquí hasta la plaza esa del infierno, igual tenemos ahí cuatro o cinco años guays y luego lo tiran. No sé, no tengo ni idea.

Antes decías que hacer cosas del Dabadaba en otras salas, que es muy difícil. ¿Cuál es la dificultad exactamente que encuentras para hacer cosas en las salas de Donostia Kultura?

A ver, por ser justos, están abiertos a ello. Cuando este año he intentado hacer un par de cosas de raperos en Intxaurrondo, nos han dado facilidades. Pero es una cosa que tiene que ver con los tiempos, las formas de trabajar. Ahora mismo, como os he dicho, tengo toda la agenda llena hasta junio. Es que tengo reservas de enero de 2026 ya en el Daba.

No quiero que sea ofensivo con ellos que trabajan ahí, pero los ritmos que tienen ellos son otros. En el sentido de que se reúnen y no tienen programación trimestral, y como que se me hace difícil encajar eso o pensar en: «No, venga, esto lo voy a hacer en Intxaurrondo», porque nuestro ritmo es frenético. Digo: «No, pues ya lo hago en el Daba», porque al final, si son 150 personas más de aforo allí, pues está bien, pero hay que subir hasta allí. Es que muchas veces, aquí puedes asegurar un sold out, pero por 150 personas no merece la pena el riesgo.

Y yo qué sé, Gorka Iribar está en Lugaritz y nos ha dicho: «Ofrecedme cosas», pero tiene que ver con los ritmos, también de formas de trabajar. Me cuesta pensar en: «No, espera, voy a guardarme esto para tener una reunión para dentro de tres o cuatro meses». No cierran la agenda con tanto tiempo. Si yo les pido una fecha para octubre de 2025 ahora, me dirían ¿dónde vas? Y al final tienen sus horarios y si hacen viernes, no hacen sábado, y no hacen todos los fines. También, claro, tienen sus plantillas y sus horarios y es normal.

En Intxaurrondo, por ejemplo, programa más gente. Last Tour por ejemplo está ofreciendo cosas ahí, que decimos: «Bueno, pues ya están estos, tampoco me voy a pelear yo por una fecha o dos al trimestre para una sala de 450». Si fuera Gazteszena, estaríamos hablando de otra cosa. Si hubiera una sala de 900, Yo creo que sí habría más movimiento por nuestra parte para hacer cosas fuera, pero por esos 150 más, lo que ganas de un lado quizá lo pierdas de otro en poder de convocatoria, y las dificultades de trabajar los ritmos, pues no terminan de encajarnos. Y lo entiendo, y joder, es que lo normal es trabajar como trabajan ellos; lo raro es trabajar como trabajamos nosotros.

Les hemos ofrecido cosas a Jazzaldia, hay veces que nos las han pillado. O sea, sí, les ofrecemos cosas interesantes, nos dicen: «Sí, sí, hacerlo aquí, Victoria Club o lo que sea», pero nos sale menos porque requiere como un paréntesis en nuestra forma de trabajar que no termina… Vamos como a la contra.

¿Sabes si hay un proyecto de salas nuevas o alguna idea?

Solo rumores. Ahora mismo, la sala más potente es Lekuona en Rentería, que son 900. No he estado, pero tenemos que mirarlo, aunque para algunos ir hasta Rentería les puede parecer una heroicidad, aunque esté aquí al lado. No lo sé, no lo sé. Es que nosotros mismos queremos cambiar algunas cosas y estamos tan metidos en inercias que no lo hacemos. Por ejemplo, llevo dos años queriendo cerrar en mayo totalmente y es imposible. 

¿Por qué cerrar en mayo?

Mayo ya cae un poco la asistencia y se junta con que hay giras guapas porque ya empiezan los festivales, ya acaba el Primavera, ya no sé qué. Entonces nos pegamos unas hostias morrocotudas por la pasión de pillar a que vengan. Nos pasan varias de estas y pensábamos: «Oye, si cerramos mayo, pillamos vacaciones la plantilla y luego ya llega verano con otro brío, la gente le renueva las ganas de venir al Daba». Pero la inercia te empieza a cerrar agendas,  y cerrar, y cerrar  y ya se jodió, ya está a reventar todo.

Kokoshca en Dabadaba