Reseña de Sound Of Falling de Mascha Schilinski
Sound of Falling es la segunda película de Mascha Schilinski. Un proyecto que empezó a gestarse tras el estreno de Dark Blue Girl en 2017, cuando la directora quiso dar un paso más ambicioso en su carrera. Junto a la guionista Louise Peter, e inspirada por unas fotos antiguas de mujeres que había encontrado, desarrolló un guion original que ganó el premio Thomas Strittmatter -prestigioso galardón para proyectos no producidos-, y que en sus primeras versiones se titulaba The Doctor Says I’ll Be Alright, But I’m Feelin’ Blue. Un título largo, melancólico y confesional que terminó convirtiéndose en Sound of Falling. Con financiación de Studio Zentral, la televisión pública alemana y varios fondos culturales, Schilinski rodó durante 34 días en localizaciones reales de Sajonia-Anhalt, buscando capturar no solo un entorno, sino también su memoria. Finalmente se ha estrenado en la Competición Oficial del Festival de Cannes de 2025.
La película cuenta la historia de cuatro mujeres —Alma, Erika, Angelika y Lenka— que viven en la misma granja familiar del norte de Alemania, pero en épocas diferentes del último siglo. Desde 1918 hasta 2025. Nunca se cruzan, pero comparten espacio, rutinas y, de algún modo, destino. Cada una protagoniza fragmentos de vida separados por décadas, pero enlazados por gestos, heridas y objetos que van pasando de una a otra. El tiempo no avanza, se pliega.

La estructura es fragmentaria, deliberadamente elíptica, y obliga al espectador a reconstruir el mosaico. No es un puzzle en el que se deban completar las piezas para entender la historia, pero sin embargo las piezas van encajando poco a poco de una manera, en cierto modo, poética. Schilinski no subraya, confía en que entendamos las rimas que plantea entre las distintas épocas. Una herida, un rincón, una frase repetida, sirven de puente. Y aunque se alude a momentos históricos concretos —la posguerra, la caída del muro, la migración—, todo se filtra desde lo íntimo. No hay épica ni grandes discursos. Hay silencios, gestos de ternura o rabia, sexo, secretos y la sensación de que el tiempo se enreda y deja de importar cuando lo que se retrata son sentimientos universales y atemporales. Lo que se relata, en realidad, es la herencia de unos sentimientos a través de generaciones.
Visualmente, la película encuentra un equilibrio delicado entre la contención y lo evocador. La fotografía de Fabian Gamper (Del inconveniente de haber nacido) apuesta por una luz tamizada y un fisicismo muy fuerte. Capta los detalles de una casa que envejece, el tacto de unos cuerpos que se tocan, los rostros de las actrices en momentos de pausa o vulnerabilidad. A veces, alguna de ellas mira directamente a cámara. No como ruptura, sino como si se supiera observada. Como si supiera que forma parte de algo más grande.

La música, de Anna von Hausswolff, mezcla acordes discretos de piano con capas de ambient que envuelven el escenario sin imponerse. Los crujidos de la madera, el viento, el agua, el silencio cargado de eco: todo eso forma parte del diseño sonoro, que sostiene el tono de la película tanto o más que la música. No hay grandes diálogos, pero tampoco hacen falta.
A nivel de referentes, es inevitable pensar en Terrence Malick por el uso contemplativo de la cámara y el peso de la naturaleza. También por la espiritualidad laica que impregna cada imagen. Se puede pensar en Kelly Reichardt, por la atención a lo cotidiano y el respeto a los silencios; pero Schilinski tiene una voz propia. Una voz que habla de mujeres separadas por el tiempo, pero unidas por una misma carga. La de crecer, resistir, desear y renunciar. La de habitar un espacio que lo recuerda todo.El reparto, formado por actrices poco conocidas, brilla con interpretaciones contenidas, físicas, emotivas sin necesidad de excesos. Hay escenas que remiten al trauma, al deseo, a la muerte o al miedo, pero siempre desde lo sugerido. ¿Es una película perfecta? No. Su estructura puede dificultar la conexión emocional inmediata. La severidad del tono, sumada a la ausencia de contexto histórico explícito, puede dejar fuera a algunos espectadores. Pero también es verdad que para quien entre en su propuesta, Sound of Falling puede ser una de esas películas que no se olvidan. No tanto por lo que cuenta, sino por cómo lo hace.