Reseña de Romería, de Carla Simón
Carla Simón regresa a las pantallas con Romería, una película que funciona como el capítulo final de una especie de trilogía autobiográfica iniciada con Verano 1993 y continuada por Alcarràs. En esta ocasión la directora catalana se atreve con la más arriesgada y quizás más íntima de sus apuestas personales. Como ella misma ha señalado, Romería surge de la frustración, de la necesidad urgente por entender mejor a unos padres que fallecieron a causa del SIDA y de los que apenas tuvo tiempo de obtener respuestas claras.
La historia se centra en Marina, una joven interpretada con sensibilidad y firmeza por Llúcia Garcia, que viaja a Vigo en 2004 en busca de unos documentos familiares para solicitar una beca cinematográfica. De paso conocer a la familia paterna a la que no conoce ya que no tiene contacto desde que era tan niña que no se acuerda. Este viaje es la puerta de entrada a una búsqueda de la verdad familiar, marcada por adicciones, reproches y silencios que han dejado heridas profundas. Guiada por el diario de su madre, Marina va reconstruyendo fragmentos del pasado.

Simón maneja con habilidad varias líneas temporales y registros narrativos. Siempre en torno a Marina que vive el presente, lee el relato del pasado e indaga sobre el hueco del que no tiene registro. A veces Marina ejerce de voz en off, leyendo los diarios de su madre o reflexiones propias. En lo visual destaca la integración del metraje casero grabado por Marina, un recurso visualmente efectivo gracias al excelente trabajo de fotografía de Hélène Louvart,que además empareja a Marina —quien quiere ser cineasta y trata de capturar el momento con su cámara— con la propia Carla Simón y su trayectoria como cineasta. También pone en paralelo el diario de su madre, con el videodiario de Marina . Esta combinación, entre realidad y evocación, entre lo íntimo y lo público, es probablemente lo mejor de la película y logra una textura emocional intensa y profunda.

En su tramo final, sin embargo, la película opta por cierto realismo mágico arriesgado y algo desconectado del tono más realista que llevaba hasta ahora. Hay un desdoblamiento de personajes, una coreografía “espontánea” al ritmo de Siniestro Total, un desdoblamiento del tiempo que quizá podrían funcionar muy bien como pieza aislada, pero que no terminan de empastar bien con el resto del metraje y no cierran ciertos hilos argumentales sugeridos.
A pesar de estos “peros”, Romería es una película notable que se enfrenta a temas como la memoria, el duelo, las apariencias y la complejidad de las dinámicas familiares. Y lo hace con sensibilidad, honestidad y riesgo.