Como era de esperar, el acercamiento de Pablo Larraín a la figura de Pablo Neruda está lejos de ser un biopic convencional. Neruda es un artefacto político para la reflexión; es un juego metanarrativo, es poesía, claro; es cine. Vamos por partes.

Neruda, el personaje cinematográfico

Larraín plantea el personaje de Neruda como una ficción, y para ello juega con géneros menores. La historia de persecución policial, liderada por el interesante personaje de Gael García Bernal, es una novela policíaca barata, una novela pulp, que se conjuga con un final de western en la misma línea. Desde el principio, Larraín quiere dejar claro que no está contando una historia real sino una ficción absoluta sobre un personaje real. Su realización es abiertamente artificiosa, hasta el punto de romper de forma estruendosa con el racord y por supuesto los ejes. Hasta límites extremos, pues es capaz de hacer desaparecer personajes de la habitación si le interesa centrar el foco en solo dos de ellos. Hay montajes en los que el escenario va cambiando en cada plano, desafiando el concepto tradicional de “escena”, como hacía Joe Wright en Anna Karenina. Incluso, juega con ejercicios imposibles de economía narrativa, creando un escenario que condensa otros tres: unos baños, el senado y un gran salón. El mismo espacio, construido de un modo surrealista, dadaista, para crear una especie de metaescenario conceptual. Todo en Neruda es artificioso y busca tener un significado abstracto, y extrañamente, busca remarcar la propia mentira de la ficción, como parte de su mensaje político.

Saltando el racord en Neruda

Neruda, el político

El cine latinoamericano, incluido el del propio Larraín, nos está dando unas cuantas películas para la reflexión política. Es algo que se echa de menos aquí, en el cine español, donde saliendo de documentales específicos como Política, manual de instrucciones, no hay apenas ficción que reflexione sobre la política en general o sobre pasajes de nuestra historia. Hay crítica social, pero eso es otra cosa. En Latinoamérica sí están hablando sobre los movimientos políticos de su historia reciente. El ejemplo evidente, y casi canónico, es No, del propio Larraín. Un ejemplo cercano a esta película, por su artificiosidad representativa es la interesante Eva no duerme, que pudimos ver el año pasado en el festival de San Sebastián.

Neruda relata, con absoluta libertad narrativa, la persecución política que sufrió el poeta en Chile, como miembro del Partido Comunista. Plantea un juego de ficciones que, como comentaba, remarca su propia artificiosidad. Parte nuclear del mensaje se centra en destacar la leyenda épica: Neruda, el gran antagonista del gobierno, el héroe, huyendo en un viaje épico. Una militante borracha lo pone en cuestión. Se pregunta hasta qué punto Neruda está en un peligro real como el de las bases, que pueden desaparecer sin que nadie sepa nada. Y se plantea en varios momentos la duda de si el gobierno está haciendo esfuerzos reales para buscarle. Neruda es un símbolo, una ficción -que no es lo mismo que una mentira. Larraín nos muestra así la lucha real, de los militantes de base, contrapuesta a la imagen, la cara visible, el símbolo de la lucha, el representante. Nos pregunta si Neruda es un farsante. Nos pregunta si la ficción es mentira, si la leyenda es un fraude o si tiene una función específica, como cada lucha anónima. Nos plantea dónde está el punto real de lo que ocurrió, detrás de los cuentos que la propia vanidad del poeta se preocupará de relatar en los salones de París.

Y quién dice Neruda dice el Che o cualquier otra figura de líder carismático en política; aunque la película hable de un personaje, un país y un tiempo, sus temas van más allá. Aunque por supuesto, el contexto está, incluso hay una referencia al joven Pinochet de un modo que conecta con No, casi como una precuela, como un huevo de la serpiente. En cualquier caso, el tema es genérico, un líder al que seguir, pero que necesita su historia, y esa historia debe ser grandiosa. El policía se inventa su propia historia, su propia procedencia y al mismo tiempo contribuye a engrandecer la figura de su némesis. O el propio policía ha salido de la pluma de Neruda, ansioso por tener un perseguidor. Ahora que habitualmente se pone en cuestión la figura de un líder, respecto al poder de las bases, el planteamiento de Larraín se vuelve clave. Quién sabe si la política podría sobrevivir sin su propia ficción, sin su poesía.

Neruda, el poeta

Neruda

Isla Negra, la casa de Neruda que hoy se puede visitar como un museo, es un compendio barroco de recuerdos y colección de mezcla improbable. Cohabitan elementos tan heterogéneos como los que comentaba antes, de los escenarios mezclados. La fantasía del poeta está en esa casa y está en la película y en su manera barroca de mezclar elementos. La poesía, en parte, es esa manera de mentir para contar la verdad, el artificio que vemos en la película para hablar de cuestiones abstractas. Larraín, con una fotografía feista similar a la de El club, se recrea en la forma, en la poesía del montaje. Su estilo, más engolado que nunca, es un homenaje al poeta.

El propio Neruda tiene, lógicamente, mucho peso en la película. Su carácter egocéntrico, su izquierdismo burgués. Está interpretado con mucho carisma por Luis Gnecco, que juega con su voz para acariciar la declamación más melosa. Se ríe del éxito de su poema más conocido y reclamado (“Puedo escribir los versos más tristes esta noche…”), como esos músicos cansados de tocar su hit famoso. Relativiza y parodia a su personaje sin llegar a perderle nunca el respeto.

En definitva, otro trabajo original, creativo y muy talentoso de uno de los mejores directores del momento, Pablo, Neruda no, el otro: Larraín.