Leire Apellaniz es de Galdakao, aunque afincada en San Sebastián y conocida en el mundillo cinéfilo local por ser responsable de los equipos de proyección del Zinemaldia y proyeccionista en Tabakalera. Ahora es la señora de la productora Señor y Señora (el señor es Aritz Moreno) que, además de tener varios proyectos en cartera, ha lanzado el primer largo de Leire, El último verano.
El último verano es un documental que sigue a Miguel Ángel, el dueño de una pequeña empresa de proyección de cine que hace el circuito de cines de verano. Coche, furgoneta y mover los pesados equipos y películas de una ciudad a otra, haciendo casi 100.000Km al año. Un negocio que está a punto de cambiar con la llegada del formato digital y la desaparición de la película de 35mm.
Proyectado ya en en el festival de Karlovy Vary, en el Bacifi de Buenos Aires y en la Seminci de Valladolid, ahora está a punto de ir a Festival de Sevilla y tener su estreno comercial.
Con ese motivo charlamos con su directora.
Enhorabuena Leire, de verdad que creo que es una película fantástica. Me gusta que siendo una película muy cuidada en los aspectos visual y sonoro, mantiene toda la naturalidad y la credibilidad.
Pues es una película que se ha hecho con nada. Tiene algo de postproducción, si, pero es muy humilde.
De cualquier manera el resultado final me parece que de verdad es destacable.
Tenemos cierto gusto, eso si. Además, contar con Javi Aguirre, que es el director de fotografía de Loreak y Amama, trabajando codo con codo con Aritz Moreno en la fotografía de esta película es un lujo. También el trabajo de Alazne Ameztoy con el sonido. Hemos intentado buscar el ambiente de verano, que representara lo que yo he vivido.
«Lo que tú has vivido», parece que El último verano es algo muy personal para ti.
Es un proyecto súper personal. Yo hice mucho cine de verano. Hace cuatro años que no lo hago, pero antes eso era lo que yo hacía en verano. Ya había trabajado en el festival, había manejado celuloide, pero nunca había proyectado hasta que empecé a trabajar para Miguel Ángel. Yo era una de las proyeccionistas, como los que salen en la película. Es una película muy autobiográfica.
¿Y cuándo se te ocurre hacer la película?
Siempre me pareció que sería bonito contar lo que hacíamos aquellos veranos, pero no le veía la chicha, no encontraba la historia. Hasta que empezó a producirse el cambio del analógico al digital. Entonces pensé ¿qué hará Miguel Ángel? Le llamé y no estaba en su mejor momento.
Con la llegada del digital hemos tenido que reinventarnos, aprender cosas nuevas y a la vez usar nuestros conocimientos y aplicarlos en un nuevo contexto. Estamos viviendo el fin de una era y el comienzo de otra. Además, siempre se habla de el cambio en la manera de recoger el cine, de grabar, pero no de la periferia, de los proyeccionistas, distribuidores, exhibidores… Así que uní las dos ideas, la de recoger aquellos meses de proyecciones en cines de verano y el momento de cambio.
Miguel Ángel era un vehículo maravilloso para contar lo que yo quería contar: cómo afectaba el cambio a nivel personal o a nivel empresarial. Provocar reflexiones sobre qué intereses hay detrás, a quién beneficia… reflexiones que son extrapolables a otros campos: el periodismo, la fotografía, la música…
Luego, lo que en principio iba a ser un corto rodado en un verano se convirtió en un largo rodado en dos veranos.
El otro día hablábamos con Oskar Tejedor sobre como estas películas de no ficción acaban cogiendo vida propia y van variando el guión original.
Yo tenía un guión escrito y. como conozco muy bien a Miguel Ángel y conozco muy bien ese mundo, sabía lo que iba a pasar. Más o menos fue así, pero luego la realidad te da lo que te da y a a partir de ahí se trata de esculpir la historia en lo que tienes, que no siempre es lo que quieres. Por eso me gustaría destacar el trabajo de Marcos Flórez, responsable de montaje, que fue fundamental. Él es una pieza fundamental de esta película.
El contacto con el primer material fue bastante descorazonador, pero conseguimos sacar algo. A partir de ahí fuimos aprendiendo. El segundo verano ya lo hacíamos mejor. Ahí ya teníamos más claro el sentido narrativo y si tenía que forzar algo lo forzaba. Luego están las sorpresas, los regalos que no esperas, los tomas y muchas veces determinan la película.
A mi me hubiese gustado tener muchas más horas, haber seguido mucho más tiempo a Miguel Ángel, tener rodado mucho más que la 60 horas que teníamos, pero es lo que había. Dos veranos, cada uno con más de 4.000Km repartidos en apenas 9 días, con dinero justo para gasolina y comida.
Dices que si tenías que forzar algo lo forzabas, ¿dónde está la frontera entre la ficción y la realidad?
Yo no creo en las líneas divisorias entre la ficción y la realidad. Más bien no me interesan. Yo hago un cine subjetivo. Quiero que haga pensar, pero yo ya sé lo que pienso, aunque luego a veces pueda cambiar de opinión. En mi cabeza tengo “quiero contar esto y tengo estos recursos” así que juego con eso y no me paro a pensar en las líneas de división entre ficción y realidad. Si quiero llegar a algo profundo, lo provoco.
Parece que tenías muy claro lo que querías contar y cómo lo querías contar.
Yo sabía lo que quería y, como te decía, tenía un guión bastante claro. Sabía que quería un documental observacional, que no tuviese voz en off y que no tuviese entrevistas. Lo principal era contar el trasfondo, pero quería que tuviese ese aroma de western de ficción. Miguel Ángel era el vehículo perfecto, pero es que poco a poco se fue adueñando de la película. Funciona tan bien delante de la cámara que había que aprovecharlo, aunque no todos los que le rodean sean tan buenos. Así que fue cogiendo más protagonismo del que tenía pensado en un principio.
Adquiere tanto protagonismo que le cedes la última y maravillosa escena.
Creo que hay tres finales en El último verano. Uno narrativo, muy abierto. No sabemos como acaba Miguel Ángel aunque intuimos que no muy bien. Otro, el de los proyectores que son como otro personaje más, siempre están presentes a lo largo de la película. Tengo muchísimos planos grabados en 2015 del almacén que alberga todos los proyectores retirados. Creo que hacen pensar.
Luego está el tercer final, el que mencionas. Necesitaba filmar a Miguel Ángel en 35mm. El personaje se lo merecía. Siempre tendemos a idealizar a las grandes estrellas de la pantalla pero nos olvidamos de los que están detrás. Con esa escena quería igualarlo a los grandes de la pantalla.
Menos esa escena, el resto de la película está rodada en digital. Rodar una película sobre el final del celuloide en digital, no puede ser más sintomático.
Rodar en digital ha sido una necesidad absoluta. Esta película hubiese sido imposible rodarla en 35. Tener la posibilidad de rodar esta película con la falta absoluta de medios económicos que teníamos es un privilegio que nos ofrece la tecnología.
Entonces la llegada del digital tiene cosas positivas.
Es positivo cuando la tecnología democratiza el acceso a poder hacer cine. También facilita mucho a la hora de proyectar, es mucho más sencillo, sobre todo cuando eres tan pequeñita como yo y te evitas el tener que manejar esas bobinas tan pesadas. También es cierto que surgen nuevos problemas, que esto no es la panacea; pero si que hace más sencillo el proceso.
En cuanto a la diferencia de calidad de imagen, la calidad de un 35mm recién salido del laboratorio, bien etalonado, es hoy en día insuperable; pero la tecnología sigue mejorando y lo cierto es que la película de 35 se va deteriorando y cuando lleva una docena de pases no se ve como igual, mientras que el formato digital no se deteriora.
Esto que hablas me hace pensar en la música en vinilo. Yo soy un gran amante del vinilo, pero no tanto por la calidad de sonido sino por el ritual que conlleva poner un vinilo. Si que es cierto que un vinilo nuevo, en un plato bien equilibrado y con una aguja en perfecto estado suena mejor; pero no suelen ser esas las condiciones reales.
Si, es exactamente eso. Esa facilidad puede hacer que se pierda el amor, el respeto, el cuidado que exige el cine y proyectar películas. Estas son el tipo de reflexiones que me gustaría provocar. No me interesa hablar de las ventajas técnicas, ni tengo nostalgia. Quiero hablar de una manera de hacer las cosas que desaparece y las consecuencias que tiene a diferentes niveles.
Como profesional del cine en tantas facetas distintas, ¿cómo ves el futuro del cine?
El cine tiene un futuro absoluto. Evolucionará y veremos cambios en la forma de exhibir y de rodar películas. Habrá, como ha habido siempre, cine de comercial y cine de vanguardia, diferentes circuitos de exhibición diferentes estilos. Me da igual que se ruede en 8mm, en 16mm o en digital. El soporte me importa muy poco porque no entiendo el cine como un fin sino como un medio. Un medio para contar cosas.
¿Y Miguel Ángel? ¿Qué es de él, qué hace ahora?
Miguel Ángel sigue al pie del cañón. Se unió con unos amigos para comprar unos proyectores de vídeo y ahora está proyectando en el circuito de casa de cultura. Quizá en la película le pillamos en un momento bajo y no se aprecia lo optimista que es él por naturaleza. Es un hombre con mucha entrega, mucho honor y muy esperanzado. No me preocupo por él. Siempre sale adelante.
¿Y tú? ¿Qué planes tienes ahora con El último verano?
Pues la película la ha cogido una nueva distribuidora que se llama Súper 8 y que tiene un nombre la más de apropiado para esta película. La dirige Nieves Maroto y es un proyecto muy interesante. Ahora estamos definiendo la estrategia de distribución que, en cualquier caso, será pequeñita. De momento vamos a tener estreno comercial el día 14 de noviembre. En San Sebastián se podrá ver en los cines Príncipe los días 14,15 y 16. El día 26 se proyectará en Matadero de Madrid y también vamos a ir a Festival de Sevilla, a Bruselas, a El Cairo…
Estoy satisfecha, para ser mi primera película me doy con un canto en los dientes. Estoy satisfecha.
No me extraña Leire. No me extraña. Tienes motivos de sobra para estarlo.