Crítica de La Doncella
Seguramente, Park Chan-wook es el director coreano más occidental. Quizá por eso, puede parecernos el mejor. O quizá porque la fluidez de su realización y la decisión de los encuadres, no tienen rival -ni siquiera en la fértil Corea. En Stoker, su anterior trabajo, rodaba con actores occidentales sobre un guión también occidental. Aquí parte de una novela de la escritora galesa Sarah Waters, Fingersmith, adaptado por él mismo y por un colaborador habitual. La obra original está ambientada en la Inglaterra victoriana, mientras que la película se desarrolla en la Corea ocupada por Japón de los años 30. Muchos matices sociales nos pueden ser ajenos, pero la rectitud japonesa puede ser comparada con moral victoriana, en algunos aspectos; mientras que la clase baja coreana puede sintonizar con la que tenemos en mente de la sociedad victoriana, y en concreto, las primeras escenas, nos pueden encajar con esquemas dickensianos.
La historia es rocambolesca y maquiavélica, al gusto habitual del director. Con una estructura atrevida que avanza por una cuerda floja sin red, interrumpiendo -incluso alterando- arcos dramáticos y unidad narrativa. Se divide en tres actos diferenciados, y los dos primeros cuentan la misma historia desde distintos puntos de vista, cambiando radicalmente el sentido de algunas acciones y el retrato de los personajes. Recuerda en este sentido a otro coreano, Hong Sang-soo, que suele jugar con la repetición y los puntos de vista, como por ejemplo en Ahora sí, antes no (comparten actriz, por cierto). Obviamente, aquí no se hace desde una licencia tan libre, sino ajustándose a giros de la propia trama. Es una decisión atrevida -que ya está en la novela- y que puede romper la atención del público, pero creo funciona.
No falta en la película el toque enfermizo habitual del director. Para ello tenemos una mezcla de perversión occidental, con referencias explícitas al marqués de Sade; con imaginería oriental, como la pintura del japonés Katsushika Hokusai (El sueño de la mujer del pescador). Esto último, aparece tanto en referencia explícita como en guiño, con el gran pulpo en la pecera.
En cuanto a pintura, quiero mencionar también una referencia que descubrí en Twitter, en este caso, Reproducción prohibida de René Magritte. No sé si será voluntaria, pero lo cierto es que el concepto de “reproducción” encaja a la perfección con la trama de la película, especialmente si es “prohibida”.
A shot from #ParkChanwook ‘s The Handmaiden (2016) and René Magritte’s painting La reproduction interdite (Not to be Reproduced, 1937). pic.twitter.com/DNqcgnzKf4
— FilmDoo (@FilmDoo) 30 de noviembre de 2016
Park Chan-wook combina el fetichismo clásico occidental, como los guantes negros, el corsé apretado hasta el dolor o la figura de la doncella; con trajes típicos japoneses, la figura de un sádico tan japonés que ni siquiera lo es y quiere serlo, o el habitual gusto por la mutilación y el castigo extremo. Incluso la mansión parece occidental por fuera y completamente japonesa por dentro -especialmente en la biblioteca, núcleo de las perversiones y la dominación.
Preciosismo
Una de las características más significativas de la película -y por qué no decirlo, de toda la carrera del director- es el milimétrico preciosismo. Puede resultar chocante cuando hablamos de una historia tan truculenta -que empieza con bebés robados, sigue con sado y termina con mutilaciones- tengamos un producto estéticamente tan bonito. Creo que para ello podemos usar las palabras del perverso sádico: “la belleza es cruel por naturaleza”. A este tipo de concepción del mal es al que aspira la película, al representado por la más exquisita belleza. Algo bastante oriental, y en concreto muy japonés. Aunque si viniera al caso, también podríamos poner ejemplos occidentales. Así que el director juega de nuevo con el riesgo, al buscar ambientar su historia no con una atmósfera enfermiza, sino con una luminosa sofisticación psicópata.
Como comentaba al principio, la fluidez de la cámara es portentosa. También la manera en la que encuadra, mueve y reencuadra, consiguiendo dos planos igual de perfectos. Estas proezas técnicas, que ya digo que buscan esa belleza doliente, pueden llegar a ser extenuantes, quizá demasiado notables, por lo que se puede llegar a admirar al director más que a la película en algunos momentos, o puede llegar a saturar. El talento de Park Chan-wook es al mismo tiempo lo que da personalidad a la película y lo que la pone en riesgo.
En cuanto a que su talento da personalidad a la película quiero poner un ejemplo. La novela fue adaptada por la BBC en una miniserie de 2005, bajo el mismo nombre que el original, Fingersmith. Un trabajo de cierto nivel y con algunas actrices conocidas. Comparemos la misma escena, la del dedal y el diente, en ambas. Dejo dos imágenes aquí que he sacado de este enlace donde podéis ver más contenido.
Aunque la escena es básicamente la misma -excepto por la jugosa bañera- salta a la vista que la sensualidad de la versión coreana es muchísimo más potente, y lo es por muchas razones, pero sobre todo por el punto de vista. Se suele menospreciar el erotismo como valor cinematográfico, como si fuera tan fácil como ofrecer carne o morbo, pero no es más que otro valor que se genera a través de las mismas capacidades cinematográficas que hacen posible el miedo, la risa o el drama. Y en este sentido, la película es un verdadero éxito, porque consigue momentos muy eróticos, como el ejemplo del diente o la primera escena en la cama. Algo que tiene también mucho peso, en todo pero especialmente interesante en las escenas eróticas es el sonido. Cada detalle físico, cada jadeo, cada roce. Se entiende perfectamente en esta pista de la banda sonora comercial -que por otra parte, es uno de los valores de la película- que incluye los sonidos de una de las últimas escenas. Basta con escucharla en silencio, sin imagen, para sentir la escena -os lo recomiendo.
Feminismo
Ha traído algo de polémica si la película es feminista o más bien todo lo contrario. De hecho, estas dos corrientes que entienden la película de una forma casi opuesta, es bastante llamativa, y quizá se explique por la ambigüedad y complejidad de la película. Lo cierto es que en Cannes ya hubo algo de debate abierto sobre este aspecto.
Creo que es cierto que las escenas lésbicas tienen una mirada masculina y por tanto, más orientada al público masculino. Esto es algo que suele suceder, como creo que le pasa a Kechiche en La vida de Adèle. Y creo que aquí es especialmente una visión masculina en el momento en que hacen la tijera. Park Chan-wook es un hombre y, aunque muchas veces sus protagonistas son mujeres, no tiene una mirada especialmente femenina -otros directores sí la tienen, y eso es un valor.
En cuanto al relato, creo que estamos todos más de acuerdo en que es abiertamente feminista. Lo que tenemos es una chica sometida a lo que un grupo de pollaviejas pervertidos consideran que debe ser el sexo. Por supuesto, consiste en que ella sea un objeto de su placer. En gran parte, la película es la historia de dos mujeres que imponen sus propias normas sexuales. Unas normas en las que han decidido que los hombres no van a formar parte y mucho menos las van a dictar. La culminación de esta idea es la escena en la que destruyen los libros de la biblioteca. Durante todas la película se han estado enfrentando a los hombres, incluso físicamente, pero esto es algo más, aquí atacan a la misma tradición. La biblioteca, además de un mundo de perversiones es el conjunto de unas antiguas normas heteropatriarcales y un lugar de especial represión. No solo quieren vencer a los hombres que las han atado, quieren romper la esencia misma de esas ataduras.
Hay una frase interesante hacia el final, y por favor, saltad este párrafo si aún no la habéis visto. Es cuando el conde consigue matar a quien está a punto de cortarle la polla. Con resignación, afirma “Al menos moriré con mi polla intacta”. Define bastante al personaje.
Creo que moverse entre el feminismo y el machismo -o al menos, la mirada masculina- es otro ejemplo de cómo la película se mueve constantemente al borde de un precipicio. Entre el preciosismo vacío y la belleza justificada; con una estructura sostenida pero a punto de venirse abajo; entre lo occidental y lo oriental. Un director que es capaz de jugársela en cada decisión y salir victorioso.