Reseña de Silencio, de Martin Scorsese
En el S. XVII, dos jesuitas portugueses, los padres Garrupe (Andrew Garfield) y Rodrigues (Adam Driver), tienen la misión de descubrir el destino del Padre Ferreira (Liam Neeson), su venerado maestro y confesor, que ha desaparecido mientras ejercía labores de misionero en un Japón que vive una cruel persecución al cristianismo. Se dice que Ferreira ha apostatado y ahora vive con una mujer japonesa, pero Garrupe y Rodrigues están convencidos de esos son rumores falsos y, armados sólo con su inquebrantable fe católica, emprenden su búsqueda.
Un proyecto largamente esperado
Scorsese adapta la novela de 1966 escrita por el japonés Shusaku Endo, un proyecto en el que el director neoyorquino ha invertido muchísimo tiempo, varias décadas, de preparación. Quizá demasiado tiempo. Tanto que, por el camino, la historia ha perdido la pasión y la intensidad que un argumento como este requiere, convirtiéndose en un drama largo y, repetitivo que avanza en círculos sin profundizar demasiado en su, por otro lado, interesante propuesta a pesar de tener un tratamiento de guión más cerebral que visceral.
La película comienza como un toque de aventuras, los dos sacerdotes en un lugar que no conocen, sin hablar el idioma y con el único apoyo de un japonés borrachuzo que no tiene pinta de ser de fiar. Scorsese ha tenido tiempo de mostrar su talento con una magnífica introducción y otra no menos magnífica presentación de los protagonistas pasando de los primeros planos a un plano cenital que evoca la visión de Dios o quizá la altura de miras de la vocación de los Jesuitas. En cualquier caso, un prometedor comienzo.
Pronto conoceremos los problemas de Garrupe y Rodrigues. La comunidad cristiana que conocen en los pueblos de Japón es, por decirlo de alguna manera, muy especial. Hay muchos dogmatismos muy diferentes a los que ellos conocen, conceptos como “el paraíso” no acaban de ser comprendidos y no les importa confesarse aunque el confesor no entienda su idioma. Garrupe y Rodriges dudan sobre si están entendiendo bien el mensaje que quieren transmitir.
Debates superficiales
Por otro lado pronto están las torturas a las que las autoridades someten a los cristianos. Bárbaras. Los queman, los asfixian, los encierran, les condenan a muertes agonizantes… aunque la forma de evitar todo ese sufrimiento es sencilla: sólo tienen que pisar una imagen de Jesús. Una ofensa terrible para un hombre de Fe, pero por otro lado ¿Dios no entendería que un hombre hiciera eso para evitar el dolor? Sobre todo este Dios, que se hizo hombre y conoce de primera mano el dolor de la tortura.
También se plantea la cuestión de si la labor de los jesuitas tiene un propósito liberador para los aldeanos o simplemente es algo que hacen para sentirse bien ellos mismos. ¿Se sienten realizados en su martirio, padeciendo lo mismo que su señor Jesucristo? ¿Después de haber sufrido el martirio como los santos, les duele más no tener respuesta en sus plegarias a Dios, Silencio, que el padecimiento físico en si?. Sobre estos temas giran gran parte de los debates de Silencio sin que prácticamente ninguno destaque o logre rascar la superficie de la cuestión. Por el contrario se repiten una y otra vez en un proceso argumental que apenas avanza.
Un protagonista que no está a la altura
Andrew Garfield no da la talla como misionero. Más allá del baile de acentos, su físico, su pelo Pantene y su rostro no encajan con el papel que está representando. Tampoco su interpretación, carente de carisma, pasión o dolor real. Todos sus compañeros de reparto brillan a su lado. Desde un Adam Driver que está fantástico en su papel y al que la película echa de menos cuando se separa de su compañero, a Issei Ogata en su papel de inquisidor japonés, duro, cruel y perversamente corrosivo.
Scorsese, no podía ser de otra forma, mantiene el pulso de la narración y logra algunas escenas fantásticas consiguiendo que Silencio no se llegue a caer nunca, pero tampoco logra que despegue. A pesar de algún momento chirriante -ese reflejo con la cara de Jesucristo o esas escenas en el río en que se nota la piscina y la máquina de niebla- los mayores problemas están en un guión, escrito por el propio Scorsese junto con Jay Cocks, que recurre demasiado a la voz en off para llenar los huecos que las relaciones entre personajes no pueden llenar y no acierta a dibujar el lado humano de los protagonistas. Una película sobre la redención, la Fe y el martirio, no puede ser fría y Silencio, de puro solemne, resulta gélida.
Hay que esperar al final de la película para encontrar los mejores y más profundos diálogos. Las reflexiones más interesantes en medio de un debate en el que los dos contertulios si que muestran pasión. Tanta que a veces da la sensación de que aún sabiendo que los dos están equivocados siguen firmes en sus posiciones. El tramo final de Silencio es lo mejor de la película, es ahí donde se encuentra el meollo de la historia -quizá lo anterior sólo fuera una prueba de Fe para los fieles de Scorsese-. Lástima que la última escena sea tan chapucera y tramposa.