Ricardo FernándezReseña de Moonlight
Tras la ruidosa protesta del Oscars So White del año pasado era esperable que este año los académicos fueran más cuidadosos a la hora de nominar. Es decir, que tuvieran en cuenta el aspecto racial a la hora de nominar. Más allá de las valoraciones sobre el peso que debería tener en las nominaciones el sexo o la raza de los nominados (ninguno a mi entender) sería injusto pensar que Moonlight está nominada por ese factor. La de Barry Jenkins es una magnífica película.
Un drama contenido y emocionante
Basada en una obra de teatro de Tarell Alvin McCraney, Moonlight está dividida en tres capítulos, cada uno de ellos centrado en una edad distinta del protagonista -niño, adolescente, hombre adulto- que está descubriéndose a si mismo y a su sexualidad. Su homosexualidad, de hecho. Un tabú y una fuente de discriminación especialmente fuerte en ciertos ambientes de la América negra. Chiron, que así se llama el protagonista, descubre esa realidad mientras lidia con una difícil relación con su madre y un padre ausente. Con este punto de partida muchos directores podrían haber cargado las tintas, haber tejido un drama severísimo, pero Barry Jenkins rueda una película contenida, cercana y cargada de emoción.
Resulta curioso que al comparar Moonlight con Figuras ocultas y Lion, otras dos películas que también luchan por el galardón a mejor película, sean esas dos las que presuman de estar basadas en hechos reales y, sin embargo, sean las que más lejanas e irreales parecen. Al centrarse en los personajes, en los sentimientos, en las relaciones, Moonlight se convierte en una película sobre crecer, autoafirmarse, luchar para superar obstáculos. Encuadrada en un lugar y una sociedad muy concreta, si, pero con un trasfondo universal. No sé si son hechos reales, pero son sentimientos creíbles y reconocibles.
El director y guionista parece tener claro lo que quiere contar, la historia de Chiron, y proporciona la información necesaria para entenderla. Lo que ocurre en el entorno es fácil de imaginar, así que no duda en usar unas acertadas elipsis que a ningún espectador le costará rellenar. Ese aspecto de la película puede disfrazarla de previsible, pero más allá de eso es una película muy bien construida en que cada escena tiene un porqué y una consecuencia. Realmente la fuerza emotiva de Moonlight no proviene de un giro narrativo inesperado o asombroso, sino de nuestra identificación con los personajes más allá de razas o estratos sociales.
Magnífico trabajo delante y detrás de las cámaras
Barry Jenkins utiliza la fotografía y la iluminación para crear una atmósfera hipnótica que cambia en cada capítulo y que consigue destacar a los personajes, con sus claroscuros, sobre el entorno. Sólo habría que reprocharle un par de escenas con la cámara girando como en un tiovivo y alguna curiosa elección musical.
En cuanto a las interpretaciones, en una película tan coral como esta, en la que algunos personajes desaparecen de un capítulo al otro, y en la que todos realizan un gran trabajo, resulta difícil destacar a alguien. Los nominados al Oscar son Mahershala Ali y Naomie Harris. El primero por un personaje de gran presencia física que protagoniza una de las escenas más emotivas de la película, la que cierra el primer capítulo. Su personaje no sale en todos los capítulos, pero si que se siente su presencia en todo el metraje, especialmente en el último tramo. Ella, en el papel de la madre, si que aparece en los tres capítulos -los amigos van y vienen, las madres siempre están- y realiza un buen trabajo, en la línea de sus compañeros de reparto. Los tres actores que interpretan a Chiron lo hacen magistralmente, pero la dureza y fragilidad que transmite Trevante Rhodes en el último segmento son dignas de destacar.
Moonlight es una película notable, que merece un visionado tranquilo y desprejuiciado. No hay que fijarse en esta película porque sea “de negros”, “de homosexualidad”, “tenga muchas nominaciones a los Oscar” o cualquier otra razón que no sea “Moonlight es una gran película”.
