Carlos ElorzaReseña de Z, la ciudad perdida, por Carlos Elorza
De un tiempo a esta parte, James Gray se ha convertido en uno de los autores más significados del cine estadounidense. Desde Cuestión de sangre con la que se llevó un León de Plata en el Festival de Venecia de 2004 hasta ésta Z, la ciudad perdida, estrenada en el Festival de Nueva York y presentada en la última Berlinale, pasando por sus cuatro participaciones en Cannes con La otra cara del crimen, La noche es nuestra, Two Lovers y El sueño de Ellis, el director neoyorquino se ha convertido gracias a su estilo clásico y su fidelidad al cine de género en uno de los autores más interesantes de la cinematografía actual.
Y esta vez el director neoyorquino, tras sus incursiones en el cine negro y el drama romántico, se atreve con un biopic, variante aventurera, con la adaptación del libro de David Gann del mismo título. James Gray pone su estilo clásico y sereno al servicio de la historia de Percy Fawcett (Charles Hunnam), un militar británico que a principios del siglo XX se adentró en las profundidades de la selva amazónica, primero por obligación profesional, más tarde por vocación y por necesidad personal, en busca de una supuesta ciudad perdida, un nuevo El Dorado, casi 500 años más tarde que Lope de Aguirre.
Los protagonistas de Z, la ciudad perdida navegan por ríos llenos de secretos, hay incursiones por la selva, aborígenes misteriosos, bichos de todo tipo, ataques por sorpresa, pirañas hambrientas, caníbales, calor, humedad, enfermedades tropicales… pero Percy Fawcett no es un Indiana Jones. La aventura según James Gray tiene poco de lúdico, épico o espectacular. O no es sólo eso. Aunque ocurra en la espesura de la selva amazónica y saque buen provecho de los escenarios naturales en los que está rodada. Para Gray la verdadera aventura es algo íntimo y personal. Pero tampoco tiene nada que ver con la obsesión enfermiza, alienada y autodestructiva de Aguirre, la cólera de dios. La historia de Z, la ciudad perdida es la historia de una obligación, profesional primero, personal más tarde, de un sacrificio consciente que la de una obsesión irracional.
Z, la ciudad perdida se divide en tres viajes más una guerra que es el episodio peor resuelto. Tres viajes casi iguales (misma área geográfica y con escasa distancia en el tiempo), pero muy distintos. Porque a Gray no sólo le importa lo que ocurre en cada viaje. Lo que les da sentido es lo que ocurre antes y las consecuencias a la vuelta. Por qué se embarca su protagonista en cada una de las aventuras y lo que ocurre después. Sus renuncias cada vez mayores en busca de objetivos cada vez más ambiciosos. Un encadenamiento causa-efecto que cohesiona la película, a la vez que diferencia los distintos viajes y a su vez da al film un crescendo dramático que alcanza el máximo en el viaje final. A Gray le importan tanto Percy Fawcett, como sus circunstancias.
El contraste y el complemento a las expediciones amazónicas de Percy Fawcett y la búsqueda de su sueño, lo encuentra en una Inglaterra postvictoriana, aún una potencia mundial, pero a punto de dejar de serlo. Primero en la disciplina militar, más tarde en las normas y rigideces de la Royal Geographic Society y en todo momento y sobre todo, en la relación con su familia, la más compleja, la menos tratada por el cine en otras películas de temática similar y la más enriquecedora, primero centrada en su esposa (Sienna Miller, mejor que nunca) y más tarde en su hijo (Tom Holland). El sacrificio derivado del complicado equilibrio entre los objetivos personales, las obligaciones profesionales y la vida familiar cuando unos y otros están separados por miles de kilómetros.
Hay un momento de la película en el que Nina Fawcett, la esposa del protagonista, afirma que el hombre debe perseguir lo que excede a su comprensión. Y tal y como nos lo cuenta James Gray, en el caso de Percy Fawcett lo comprendemos.
