7.5

Ad Astra es una película de contrastes. Su director, James Gray, aplica un tono de lírica profunda, reflexiva y solemne; pero nos ofrece una épica de aventuras locas sin complejos. Todo ello aderezado con una fotografía muy cuidada y una banda sonora impecable.

 

Lírica: la soledad y el aislamiento social

Algo tiene el espacio, ese enorme vacío que nos aísla en un lugar muy alejado de nuestro hogar. Algo tiene que hace que en muchas películas represente soledad y el aislamiento. Es lo contrario a la seguridad, la protección, la calidez, el contacto físico. Es el anti-hogar. Esto en muchas películas llega a provocar la locura. El alucinado adorador del sol en Sunshine, el mismísimo infierno en Horizonte Final (ojalá la hubieran traducido bien, como Horizonte de sucesos), el aislado Dr. Mann en Interstellar. O aquí, el explorador. Todos pierden la cabeza, y la causa es la soledad, estar desconectado de la sociedad. De la misma manera que el coronel Kurtz de Apocalypse Now se vuelve loco en mitad de la selva, alejado de las convenciones sociales. El concepto de Ad Astra es muy asimilable a aquella película o, a la novela, El corazón de las tinieblas.

Esta relación entre el espacio y la soledad, la lejanía del hogar, lleva muchas veces a desarrollos líricos. Melancolía espacial. Personajes desubicados. Como Sandra Bullock en Gravity buscando volver a casa, tanto físicamente como emocionalmente. A su hogar. Nombrando otra vez Interstellar, el protagonista añorando a su hija a través del espacio y el tiempo y luchando por volver con su familia. En Ad Astra tenemos a un Brad Pitt atribulado, con cara de pasarlo fatal toda la película. Brad está triste. Carita dentro del casco. La voz en off solemne y el infinito del espacio se adaptan de maravilla a ese peso interior. La lírica espacial funciona siempre. El silencio, la paz, la muerte al otro lado del cristal. Nos lleva fácilmente a una actitud reflexiva, a las cuestiones primordiales, a las emociones sin ruido. También nos lleva a magnificar nuestra melancolía y a revolcarnos en ella.

El personaje tiene problemas para relacionarse -estando en la Tierra ya está aislado- y ha sido abandonado por su padre aunque él le sigue viendo como a un héroe. No importa la escala. No importa si se fue a por tabaco o a los planetas exteriores. El drama tiene los mismos mecanismos. Un padre que está buscando otra cosa, algo externo, fuera de su familia. El protagonista deberá encontrar lo que falla dentro de él y arreglarlo. El proceso interior para luchar por entenderse y recuperarse será escenificado por un viaje. Por supuesto, hablamos del viaje del héroe.

 

Épica: el viaje del héroe

Muchas películas de aventuras recurren al esquema clásico del viaje del héroe, de forma más o menos libre. En este caso, el esquema es tan fiel que solo puede ser una decisión consciente y deliberada. En ese sentido, Gray repite algo muy similar a lo que hizo en Z, la ciudad perdida. Al fin y al cabo, hablamos de territorios de frontera, casi vírgenes. Una aventura de exploradores. Gray se ciñe al género en lo estético para después contarnos un drama introspectivo. Formalmente ambas son películas de apasionante aventura, pero el contenido es reflexivo. Si Z parecía -ya digo, a nivel estético- un Indiana Jones, o lo que es lo mismo, el cine de aventuras exóticas de los 30; Ad Astra es como una novela ligera de aventura espacial, con piratas selenitas y despegues imposibles.

No tiene tampoco la ligereza de un space opera como Guardianes de la Galaxia o Flash Gordon. No, esta pretende ser aparentemente realista, aunque sin ninguna preocupación de ser rigurosa como Interstellar o 2001 Odisea en el espacio, sin preocuparle que la gravedad en la luna sea ⅙ de la de la Tierra o que un proyectil en el espacio tenga una energía cinética implacable. Se contextualiza la historia en un futuro cercano pero es fácil darse cuenta de que hablan de algo ocurrido casi 40 años atrás (por la edad del protagonista) que no tiene visos de ser posible hasta dentro de muchas décadas. Todo eso da igual y jamás será un impedimento para la aventura. El ataque de un primate asesino en el espacio nos termina de avisar que no tenemos que prestar atención a tales cuestiones. Aquí hemos venido a divertirnos.

Pero sí quiere tener hechuras de ciencia ficción seria, sobre todo por su tono. Mezcla un contexto real con la aventura imposible, como ese despegue de un cohete de aspecto realista que el protagonista toma casi al vuelo, como Indiana entrando en el submarino. Otro ejemplo es el héroe arrancando una tapa para construirse un escudo en mitad del espacio que recuerda a las peripecias del protagonista de Las estrellas, mi destino, la novela de Alfred Bester. Aprovecho para volverme a asombrar de que nadie haya adaptado todavía ese clásico. Es decir, un entorno de ciencia ficción y una actitud de aventura.

La película está llena de imágenes evocadoras e imaginería que haría las delicias de la edad de oro (y plata, pero no de las posteriores) de la ciencia ficción. Antenas que alcanzan la estratosfera (con Pitt haciéndose un Baumgartner), armas de antimateria, bunkers en Marte, surf en los anillos de Neptuno. Hablaba antes de los territorios de frontera y la escena en la luna bien podría ser un western con indios atacando la diligencia. El clasicismo de Gray, tanto en el planteamiento de la aventura y las imágenes icónicas, como en cuánto se ajusta al esquema del viaje del héroe, paradójicamente, hacen de esta una película inusual.

 

Dejando atrás la luz del sol

El director de fotografía es Hoyte van Hoytema, de quien Gray afirma claramente que quería su saber hacer técnico de Interstellar, aunque al mismo tiempo, quería algo más vanguardista y que jugara más con el color. Lo primero que salta a la vista es un color con mucha fuerza, de ese que solo vemos en las películas que siguen rodando en celuloide. Toda la imaginería de aventuras de ciencia ficción clásicas de las que hablaba antes, no serían posibles sin este color vivo y la composición épica de mucho de los planos.

Pero el color tiene también una función narrativa. Sus creadores han querido marcar con el espectro cromático la distancia a la que se encuentra el protagonista del sol (de su hogar). Cuanto más se alejan hacia los planetas exteriores, el color va teniendo un espectro más reducido, con tendencia al azul. Esto nos explica visualmente el progreso del héroe en su viaje. Sorprende ese cuidado con algunos aspectos físicos cuando otros están tan claramente descuidados. Volvemos a lo mismo: no es ciencia ficción dura pero quiere tener una imagen convincente. Esta idea del espectro de color decreciente según el héroe avanza hacia el peligro de lo desconocido tiene también un significado emocional clásico. De la misma manera que La Comarca es un lugar colorido y soleado y Mordor un infierno sombrío y gris. El sol y el color como símbolo de la alegría y la seguridad del hogar. También es una ventaja que los colores que lleguen a Neptuno sean los de longitudes de onda cortas porque eso nos lleva a un paisaje de colores fríos que encaja muy bien con la frialdad científica del personaje de Tommy Lee Jones.

Según avanza el héroe en su viaje, la luz natural pierde terreno frente a la luz artificial. Por eso en Marte hay una luz artificial intensa dentro de ese bunker. El personaje va perdiendo el contacto con lo natural y se va adentrando en una creación del hombre. Por otra parte, cuando sale a la superficie de Marte tenemos un paisaje fascinante, en el que, efectivamente, la luz natural es mucho más tenue.

 

Contrastes en la banda sonora

La banda sonora de esta película tiene varias manos, que representan bien los contrastes de la película y su esencia. Esta responsabilidad compartida queda patente en los créditos finales, donde aparecen antes los “supervisores musicales” George Drakoulias y Randall Poster que el compositor Max Richter.

Si algo representa Richter es la lírica, ideal para la melancolía espacial de la película. Se le puede acusar de repetirse, pero su estilo es profundamente emocional. Cubre esa parte introspectiva y depresiva de la historia.

 

Entre las piezas no originales incluidas en la película sobresale una de las mejores composiciones del exquisito Nils Frahm, Says. He tenido ocasión de escucharla en directo y te eriza el vello, cosa extraña para un artista que usa principalmente instrumentos electrónicos. Esta cuestión no es anecdótica, sino que representa muy bien el espíritu de Ad Astra. Por un lado estamos hablando de una composición de estilo clásico -de clásica contemporánea, si se quiere- como la manera de dirigir de Gray. Por otro lado, los sonidos son sintéticos, lo que encaja mucho mejor en una historia de ciencia ficción. El contraste entre la mirada de la aventura clásica y el contenido futurista que tan bien define Ad Astra.

 

Pero hay más. Puede que algunas secuencias, especialmente las de acción, a alguien le hayan sonado al estilo de Hans Zimmer. Hay bastantes “composiciones adicionales” en esta película, diría que más de lo habitual, y detrás de ellas encontramos a músicos de la Remote Control Productions, la empresa de Hans Zimmer. Hace años que el sonido Zimmer es un producto que puedes comprar. Esta empresa y cómo está influyendo en el sonido de los blockbusters darían para otro post completo -si os interesa decidlo en los comentarios y veremos qué podemos hacer.

En Ad Astra no está el nombre de Hans Zimmer pero sí el de Lorne Balfe, Sven Faulconer o Steffen Thum, miembros de Remote Control Productions. Así que la escuela Zimmer sirve, como en Interstellar, para marcar la épica del viaje de del héroe a los confines del Sistema Solar. Zimmer y Richter. Contrastes.

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Ad Astra

Media Flipesci:
7.4
Título original:
Director:
James Gray
Actores:
Brad Pitt, Liv Tyler, Ruth Negga, Tommy Lee Jones, Donald Sutherland, John Ortiz, Loren Dean
Fecha de estreno:
20/09/2019